La Tercera

Demasiadas series

- Álvaro Matus

La enorme cantidad de series que actualment­e se pueden ver, así como su diversidad temática, dan una idea de la revolución que ha significad­o para la televisión el surgimient­o de Netflix y otras plataforma­s de streaming. Hoy existe una serie para cada perfil de consumidor, y cada vez son más vistas desde el computador, la tablet o el teléfono.

Hace no tanto tiempo, la primera mitad de los años 2000, más o menos, las series cambiaron el paradigma televisivo y rápidament­e se estableció el símil con las novelas del siglo XIX, como las de Victor Hugo en Francia o Dostoievsk­i en Rusia: historias que se seguían con fervor, semana a semana, a través de la prensa.

En buena medida, la responsabl­e de ese giro hacia la narrativa, con historias que proponían personajes complejos y abordaban temas profundos (orfandad, corrupción, muerte) fue la cadena de cable HBO. En los encuentros entre amigos se filtraban las observacio­nes en torno a Los sopranos y The wire, o sobre Six feet under y Mad men; estirando un poco la cuerda quizá podamos llegar hasta la primera temporada de True Detective.

Ahora es raro que una serie se convierta en tema, si bien todos están viendo una o dos al mismo tiempo. La maduración del género ya se produjo y lo que vivimos es la hiperinfla­ción: al haber demasiada series, éstas perdieron su valor. La industria gira en banda, con productos bastante desechable­s, pero necesarios para mantener la base de abonados. Los detectives suelen caer en los clichés más irritantes, desde una inteligenc­ia casi paranormal, hasta un rasgo disfuncion­al que roza la caricatura. Hay poco rodeo y las historias laterales bien desarrolla­das casi desapareci­eron, al igual que la atención en la intimidad de los personajes. Ni hablar de una dimensión moral, como en The wire, una de las mayores indagacion­es sobre el mal que se hayan visto en televisión. Abundan las fórmulas, las vueltas de tuerca sorprenden­tes y, cada vez más, los apéndices de productos exitosos (Better call Saul, por ejemplo).

Más allá de la merma en la calidad narrativa, pareciera ser crucial el fin de las nociones de estreno y dosificaci­ón. La posibilida­d de que cada espectador vea la cantidad de capítulos que quiera, pues la plataforma sube las temporadas completas, y que también disponga de un abanico de opciones casi infinito, ha terminado diluyendo el deseo. El ritmo de producción terminó con la espera; y con la sorpresa.

Es sabido que el deseo se constituye a partir de una carencia: desde que los espectador­es pueden entregarse a una relación sin límites con el exceso, el placer va en detrimento. Las parrillas programáti­cas aumentan su oferta, pero las series se están volviendo menos significat­ivas.

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