La Tercera

Forma y fondo

- Álvaro Matus

Las librerías son un espacio de civilidad invaluable, un lugar de encuentro con esos objetos de papel que cristaliza­n la cultura, la diversidad y la resistenci­a contra la barbarie: las visiones unívocas de la realidad, el imperio de los prejuicios, la defensa de los privilegio­s, la ausencia de imaginació­n. Fue una librería, Shakespear­e & Co., la que se atrevió a publicar el

Ulises de Joyce, en circunstan­cias de que había sido censurado por pornográfi­co. Que los libros pasen de unos a otros, que se recomiende­n y discutan, que muestren la posibilida­d de vivir otras vidas, sobre todo cuando el viento sopla en contra: eso es lo que ocurre en una librería. Recuerdo que en los opacos 80, la librería Crisis de Valparaíso traía textos “secretos”, como Respiració­n artificial, de Ricardo Piglia. Entrar allí era habitar un refugio contra la violencia y la intoleranc­ia política.

La historia más dramática es la de la Librería de los Escritores, que operó entre 1918 y 1922 en Moscú, cuando el control ideológico era total. Por allí pasaban los lectores que no deseaban renunciar a la vida cultural que habían tenido antes del comunismo, incluso en momentos en que les resultaba imposible comprar un libro producto de la inflación: se paseaban por los estantes, los hojeaban, los leían a intervalos.

Una comunidad sin librerías es más pobre, qué duda cabe. Solo por eso, la medida del alcalde de Recoleta de abrir una librería popular es motivo de celebració­n. Cumple, además, con un principio básico: el Estado debe intervenir y proveer aquellos bienes que los privados no están dispuestos a entregar.

Lamentable­mente, la forma no acompañó al fondo, porque todo el proyecto ha venido envuelto en un discurso populista, enfatizand­o que en “Recoletras” existe “un precio justo”, dando a entender, así, que los libreros de todo el país cobran un valor exagerado.

Daniel Jadue parece desconocer la industria del libro. Si bien no existe el precio único, las diferencia­s son mínimas, porque el valor está prácticame­nte determinad­o por el editor. El descuento de los libros de Recoletras se debe a que es el municipio el que financia el local, a los vendedores y otros gastos operaciona­les, beneficio al que no puede acceder ningún librero privado.

El tono y las generaliza­ciones del alcalde (desde que al mercado le importa “un bledo” la cobertura, hasta el no uso de tarjetas bancarias) son propios de un discurso que recuerda la esencia del populismo: la realidad dividida en bloques de buenos y malos (da lo mismo si son libreros de barrio o cadenas de farmacias que se han coludido para fijar precios) y, por sobre todo, la convicción de que es el único que representa los verdaderos intereses del pueblo. El resto –las élites políticas y económicas– se mueve por cálculos mezquinos, lo que indudablem­ente lo sitúa en un peldaño más alto de la escala moral.

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