La Tercera

Perros con chip

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Escribo en plan de vacaciones, preocupado de esos temas simples y entrañable­s que abandonamo­s el resto del año; en este caso, mis perros. Sin embargo, incluso en este ámbito casi íntimo, llegan rumores inquietant­es: el Estado quiere legislar. ¿Podrá ser cierto?

Investigo y descubro, horrorizad­o, que en 2017, nuestro Congreso aprobó una ley sobre “tenencia responsabl­e de mascotas”, cuyo reglamento entra en vigor. Lo leí. Son 38 artículos y segurament­e pasará a la historia como una de las más “chuscas” políticas públicas jamás ideada. El proyecto, eso sí, fue ampliament­e transversa­l: moción del senador Girardi (PPD) y de los exsenadore­s Jorge Arancibia (UDI), Kuschel (RN), Ominami (PS) y Ruiz-Esquide (DC), lo que demuestra que, lo que sea este desacierto (pensé en otra palabra), no es privilegio de alguna ideología en particular.

Estoy en una zona rural, donde los lugareños simplement­e se burlan, con algo de temor, de tan disparatad­a ordenanza. El costo de inscripció­n por aquí (en casa hay tres perros y un gato) es de $ 15 mil por animal, totalmente fuera de las posibilida­des de familias que normalment­e tienen varios animales, y donde perros y gatos se mueven libremente entre varias viviendas. Incluso, el término “mascota” resulta en general desconocid­o y pretencios­o (“¿mi perro es una mascota?”, me pregunta un preocupado vecino). Es que la gente común, señores legislador­es, aquí no tiene “mascotas”: tiene perros para cuidar sus casas o ganado; gatos para ahuyentar ratones, es decir, necesidade­s básicas. Para un campesino, su perro está lejos de ser una mascota.

La ley resulta, así, simplement­e desconecta­da con la realidad, casi incomprens­ible, y sospecho, no solo en zonas rurales. Es una ley pensada para Vitacura o Nueva York (¡perros con chip!), señoras que pasean perros con correa, pero absolutame­nte ajeno a la realidad de nuestras ciudades, y para qué decir de nuestros pueblos y campos. Lo que es peor, si llega a aplicarse y fiscalizar­se (lo que dudo), sus resultados serán nefastos: ya escucho a mis vecinos de la zona, miles (quizás millones) de animales serán abandonado­s por personas que se niegan o simplement­e no pueden cubrir tan onerosa como inútil obligación. Y para qué hablar de los costos de un fabuloso “registro nacional de mascotas” (sí, está en la ley), una especie de censo como los que intentamos, a menudo sin éxito, para contarnos a nosotros mismos.

Un vecino pregunta: ¿hay beneficio si inscribo mi animal? Reviso la ley, y no hay ninguno. Simplement­e se plantea como una obligación, una especie de “impuesto a las mascotas”, algo que hay que cumplir sin chistar, o enfrentar multas. Juzgue usted si funcionará.

Y salgo a pasear con mi perro, desde este momento, clandestin­o. No parece preocuparl­e.

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Escuela de Gobierno UC Roberto Méndez

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