Admisión escolar y aprendizaje
La álgida discusión sobre el proyecto “admisión justa” no se debe, como lo han señalado algunos técnicos, a que es un proyecto malo o represente un claro retroceso. En tal caso, una explicación simple alinearía el voto de la oposición con el sentimiento popular para desecharlo.
La ministra de Educación ha sido blanco de la crítica al levantar y difundir experiencias de familias frustradas con el actual sistema de admisión. Una mirada que asocia la propuesta a una definición de mérito de estudiantes tan chicos explica la irritación de algunos, pero una mirada cuidadosa sugiere que la situación actual sí tiene espacios de mejora.
Los relatos difundidos muestran en general la frustración de familias que no han conseguido acceso a un cupo en el liceo al que postularon, pero esta realidad, en principio, no parece ser consecuencia del sistema vigente (SAE), ni se corregirá con el proyecto. Así, a partir de las preferencias de los padres y de un conjunto de factores no ligados al rendimiento, el SAE ordena a los postulantes. En los liceos donde hay exceso de ellos, el SAE acepta a los primeros y rechaza a quienes, en el orden, están bajo la última vacante.
Este fondo no cambiará al considerar otros factores en el ordenamiento, particularmente de esfuerzo y aprendizaje previo, y que han sido asociados al mérito. Como las vacantes no cambian con el nuevo proyecto, serán otras las familias elegidas y otras las rechazadas. La pregunta, entonces, es si tiene sentido aplicar, adicionalmente a los hoy aplicados, variables de conocimiento o preparación académica.
Hay dos razones para hacerlo. En primer lugar, los padres más frustrados (los de los videos de la ministra), tienden a ser los que más importancia, más dedicación entregan a la educación de sus hijos y que, a su vez, tienen mejores notas. Algunos contra argumentarán que tener padres dedicados es parte de la “suerte de origen” y no debiera ser replicada en diferencias en la educación posterior.
La segunda razón es educacional: los alumnos observan diferencias en su aprendizaje, en la capacidad de absorber lo que se les enseñe, según condiciones y motivaciones más allá de aquellas dadas en la casa. Por eso, muchos liceos separan a los alumnos según el nivel de dificultad o profundidad de las materias. Si a ello agregamos que enseñar simultáneamente a distintos niveles es más difícil que hacerlo a alumnos homogéneos, y que alumnos de menor capacidad e interés son sometidos a mayor estrés en ambientes exigentes, entonces tenemos base para discutir si vale o no la pena perfeccionar el sistema vigente.
En lo práctico, la incorporación de variables de rendimiento previo tendrá o no efecto dependiendo de cuánto se las pondere. Nadie debiera restarse de una discusión sin definiciones terminales.