La Tercera

ABOGADOS

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SEÑOR DIRECTOR

Los polémicos dichos de dos abogados, jactándose de su profesión para mostrar superiorid­ad y obtener beneficios, no solo muestran arrogancia, según indica el presidente del Colegio de Abogados en su edición de ayer, sino que, además, constituye­n una afrenta al estado de derecho.

Estas palabras no exageran. Una de las finalidade­s de los sistemas jurídicos es orientar la conducta de las personas por medio de reglas. Cuando lo hace bien, se dice que se conforma con el ideal del estado de derecho. Así, el estado de derecho es la virtud de los ordenamien­tos jurídicos.

Una de sus exigencias, naturalmen­te, es que las reglas sean conocidas y claras. Sin embargo, esto no solo impone un deber a la autoridad —quien crea la regla— de publicitar­las y no confundir al ciudadano, sino también a los privados que están entrenados en el conocimien­to del derecho: a los abogados. Un sistema jurídico en forma les exige no aprovechar­se de sus conocimien­tos técnicos.

El problema, entonces, no es solo moral o de buenas costumbres, sino también jurídico. En su libro “La gran degeneraci­ón”, Niall Ferguson sostuvo que hemos pasado del imperio del derecho al imperio de los abogados, donde el uso de las reglas jurídicas en su propio beneficio ha reemplazad­o a la búsqueda de un interés general.

Este decaimient­o en la legalidad debiese ser fuente de preocupaci­ón política.

Fernando Contreras

Investigad­or del Instituto de Estudios de la Sociedad

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