El atractivo negocio de tener un terreno en la orilla de un lago
Febrero siempre ha sido un mes que da cabida a los aspirantes. Aprovechando que la mayoría de los titulares se encuentran de vacaciones, era habitual que los subrogantes o “segundos de abordo” hicieran su mayor esfuerzo para darse a conocer ante la opinión pública. En dicho intento por ponerse creativos, no se escatimaba en recursos verbales o comunicacionales, al punto de muchas veces llevar la situación al ridículo extremo. Fue así, aunque ahora en el ámbito parlamentario, como Moreira y otros nos regalaron sabrosas frases y anécdotas, las que fueron completando un largo listado de sandeces, algunas de las cuales incluso trascendieron a la época estival en que se pronunciaron.
Pero para esta ocasión, el gobierno dio un paso adicional y ahora son los titulares de sus cargos los que han decidido montar este espectáculo. Con ausencia de todo rigor y apego a la verdad, pero siempre confiados en que sus dichos tocan alguna fibra ciudadana, se han hecho afirmaciones que en otro momento de nuestro debate público hubieran sido motivo de gran escándalo y vergüenza. Aunque hoy, en la era de la posverdad, cuando las autoridades ya no se sienten responsables por las cosas que dicen o hacen –y ni siquiera reparan en su prestigio profesional o personales que resulta impune, e incluso beneficioso, transitar por el camino de la desinformación y la falsedad.
Y aunque los ejemplos son muchos, solo hay espacio para ranquear los más groseros. En primer lugar, y no necesariamente por la envergadura política o intelectual del ganador, se lo lleva el ministro de Salud y su explicación frente al dramático aumento de los contagios por VIH en nuestro país. Con total desvergüenza, y sin ninguna evidencia que avale semejantes juicios, atribuyó primero esta alza a la inmigración y, no satisfecho con ello, complementó con la incidencia que la píldora del día después tendría en la explosiva propagación del virus. Se hace merecedora del segundo lugar la ministra de Educación, la que incluso ha sido criticada por una experta de su sector y columnista de este diario, al presuntamente apelar a la libertad de los padres para elegir el colegio de sus hijos, pero terminar promoviendo un proyecto que en nada resuelve la situación de los niños excluidos y que incluso da mayores posibilidades para que los establecimientos seleccionen, restringiendo todavía más las opciones de los apoderados. Y podríamos darle una mención honrosa al ministro del Trabajo, el que en una de las tantas explicaciones que ha debido dar por estos días, le escuché esta semana algo así como que los trabajadores podrían elegir a otro empleador, si los presionaban para optar por un específico régimen indemnizatorio. ¡Amoroso!