La prensa ¿réquiem?
No soy de los que cree que todo tiempo pasado fue mejor. De hecho, estoy bastante convencido de que, en muchísimos aspectos, vivimos en el mejor de todos los tiempos (a quienes interese una discusión llena de inteligencia y datos sobre el asunto invito a leer “En defensa de la Ilustración”, de Steven Pinker). No puedo, sin embargo, participar de esa ilusión modernista que cree que todo lo nuevo es necesariamente mejor que todo lo viejo. Por lo mismo, pienso que, a veces, vale la pena dar la pelea para que el progreso general no arrase con aquellas cosas del pasado que siguen teniendo un valor importante. Y si no es posible defenderlas quisiera, al menos, tener la sensibilidad de tomar nota de aquello valioso que se ha perdido; o que está perdiéndose.
Me preocupa, en particular, y mucho, lo que pareciera estar siendo la agonía de la prensa. En un sentido estricto, por supuesto, la prensa no es otra cosa que aquel conjunto de medios de comunicación que distribuyen masivamente textos impresos, todos ellos respaldado por dueños, directores, editores y periodistas que se responsabilizan por lo publicado, y cuyos nombres, línea y domicilio es conocido por sus lectores. Si incluyo en la definición la referencia a la impresión, no es porque tenga per
se alergia a los medios digitales. Soy de los que piensa que solo cuando alguien a cargo del medio ha terminado de seleccionar y ordenar la presentación de noticias y opiniones, y aprieta un botón de print, los lectores estamos en condiciones de leer con calma, revisar, contestar y reclamar. Asumo que el flujo continuo de sucesivas versiones online, que, minuto a minuto, mutan en forma y contenido, permite actualización constante, llega a muchas personas y reduce los costos. Más allá de la posibilidad de los “pantallazos”, me cuesta pensar que este tráfago facilite la reflexión o la conversación.
Advierto las posibilidades valiosas de generar mensajes que produzcan miles de “visitas”, “likes” o “retuiteos”. Pido, sin embargo, tener cautela a la hora de llamar proceso informativo al movimiento brusco del dedo índice con que cientos de miles de personas “visitan” en su celular inteligente, y por tres segundos y medio, un video, un mensaje o un tuit. Nunca sabrán quién está realmente detrás de ese meme, quién difunde ese viral o cuánta investigación hay detrás de la denuncia o acusación.
Entiendo que cambios en los hábitos de lectoría explican el cierre de algunos medios. No me pidan, sin embargo, que asista impávido al hecho de que estemos reemplazando crónicas y reportajes de profesionales universitarios, con nombre y apellido, por patrañas y sandeces distribuidas por bots y trolls anónimos.
Tener información de calidad no puede ser gratis. La ilusión del acceso libre es, finalmente, un auto engaño. En la medida en que nuestras democracias necesitan información oportuna y fidedigna, la subsistencia de medios serios debiera ser una preocupación importante para todos.