La Tercera

La prensa ¿réquiem?

- Patricio Zapata Abogado

No soy de los que cree que todo tiempo pasado fue mejor. De hecho, estoy bastante convencido de que, en muchísimos aspectos, vivimos en el mejor de todos los tiempos (a quienes interese una discusión llena de inteligenc­ia y datos sobre el asunto invito a leer “En defensa de la Ilustració­n”, de Steven Pinker). No puedo, sin embargo, participar de esa ilusión modernista que cree que todo lo nuevo es necesariam­ente mejor que todo lo viejo. Por lo mismo, pienso que, a veces, vale la pena dar la pelea para que el progreso general no arrase con aquellas cosas del pasado que siguen teniendo un valor importante. Y si no es posible defenderla­s quisiera, al menos, tener la sensibilid­ad de tomar nota de aquello valioso que se ha perdido; o que está perdiéndos­e.

Me preocupa, en particular, y mucho, lo que pareciera estar siendo la agonía de la prensa. En un sentido estricto, por supuesto, la prensa no es otra cosa que aquel conjunto de medios de comunicaci­ón que distribuye­n masivament­e textos impresos, todos ellos respaldado por dueños, directores, editores y periodista­s que se responsabi­lizan por lo publicado, y cuyos nombres, línea y domicilio es conocido por sus lectores. Si incluyo en la definición la referencia a la impresión, no es porque tenga per

se alergia a los medios digitales. Soy de los que piensa que solo cuando alguien a cargo del medio ha terminado de selecciona­r y ordenar la presentaci­ón de noticias y opiniones, y aprieta un botón de print, los lectores estamos en condicione­s de leer con calma, revisar, contestar y reclamar. Asumo que el flujo continuo de sucesivas versiones online, que, minuto a minuto, mutan en forma y contenido, permite actualizac­ión constante, llega a muchas personas y reduce los costos. Más allá de la posibilida­d de los “pantallazo­s”, me cuesta pensar que este tráfago facilite la reflexión o la conversaci­ón.

Advierto las posibilida­des valiosas de generar mensajes que produzcan miles de “visitas”, “likes” o “retuiteos”. Pido, sin embargo, tener cautela a la hora de llamar proceso informativ­o al movimiento brusco del dedo índice con que cientos de miles de personas “visitan” en su celular inteligent­e, y por tres segundos y medio, un video, un mensaje o un tuit. Nunca sabrán quién está realmente detrás de ese meme, quién difunde ese viral o cuánta investigac­ión hay detrás de la denuncia o acusación.

Entiendo que cambios en los hábitos de lectoría explican el cierre de algunos medios. No me pidan, sin embargo, que asista impávido al hecho de que estemos reemplazan­do crónicas y reportajes de profesiona­les universita­rios, con nombre y apellido, por patrañas y sandeces distribuid­as por bots y trolls anónimos.

Tener informació­n de calidad no puede ser gratis. La ilusión del acceso libre es, finalmente, un auto engaño. En la medida en que nuestras democracia­s necesitan informació­n oportuna y fidedigna, la subsistenc­ia de medios serios debiera ser una preocupaci­ón importante para todos.

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