La Tercera

No da lo mismo

- Soledad Alvear Abogada

Uno de los problemas que tiene la defensa de los derechos humanos es que muchos actores los utilizan en función de sus ganancias políticas inmediatas. Cuando las condicione­s cambian, esos mismos son los que justifican las peores atrocidade­s. Por eso no es aceptable el doble estándar que vemos con Venezuela. Los que ayer justificab­an a Pinochet, hoy son los defensores de los derechos humanos. Creen que se pueden lucir como grandes humanistas y, a la vez, justificar el régimen, del cual no muestran ningún arrepentim­iento. Y los que ayer condenaron las peores crueldades de la dictadura, hoy amparan sin tapujos un régimen inmoral como es el de Nicolás Maduro.

Hay algo que une a las ollas comunes de los años ochenta en las poblacione­s y la gente que busca algo para comer en la basura de las calles de Caracas este mismo día que usted lee la columna. Son personas sufriendo por una catástrofe antrópica.

La oscuridad literal en la que viven hoy los venezolano­s, solamente ahonda la crisis. Ese es el drama de quienes fueron advertidos de sus acciones y no hicieron nada. La crisis de Venezuela no partió ahora, cuando muchos se dieron cuenta de su gravedad. Esto comenzó hace varios años, cuando unos permanecía­n en silencio y otros viajaban a sacarse fotos con los autócratas en el palacio Miraflores. Las instalacio­nes eléctricas no fallaron porque hubiese un complot mundial. Dejaron de servir porque nadie se preocupó de mantenerla­s, en medio del delirio de grandeza de quienes vivían pendientes de concentrac­iones de adeptos, armar a pandillas de delincuent­es y cooptar a un sector no despreciab­le de las Fuerzas Armadas. Esta es la hora decisiva, donde hay que poner las cartas sobre la mesa.

Todo el continente está pendiente de lo que ocurre en Venezuela, pero no todos están en la misma idea de lo que hay que hacer, y no toda salida es aceptable. Una invasión militar extranjera uniría a las Fuerzas Armadas Bolivarian­as en defensa de la soberanía del territorio nacional. Es esa la única que no es alternativ­a, y que, aunque ha sido invocada por varios, debe ser descartada de plano. No hay nada más contraprod­ucente. Es entregarle el escenario perfecto para que el dictador y sus partidario­s puedan decir que son los defensores de la patria contra un supuesto imperialis­mo.

La fuerza del cambio está en la sociedad civil y su capacidad de movilizaci­ón. Entender que es una nación de hermanos y no de enemigos. Usted se preguntará por qué la obsesión de muchos con Venezuela, siendo que en Chile existen miles de problemas urgentes que resolver. Cierto. Pero, si me permite: me importa, porque no da lo mismo. Los humanistas cristianos vemos seres humanos; no fronteras ni ideologías de turno. No vemos razas ni credos. Lo que vemos en Venezuela son hombres, mujeres y niños sufriendo. Repugna la conscienci­a el silencio. Nuestra voz seguirá como testigo.

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