La Tercera

Suprema anula condena en el caso cascadas

- Álvaro Ortúzar Abogado

Este es el título con que el gran catedrátic­o de la Universida­d de Florencia, Pietro Calamandre­i, denominó en 1935 a su obra sobre el actuar de los jueces y los abogados. En una columna del profesor Rafael Gómez Pinto se recuerda un episodio en que Calamandre­i se refiere a un juez que se resiste a cumplir una orden injusta: “El magistrado era un abogado al igual que usted, de los que hay en la magistratu­ra a centenares, de esos abogados que en tiempos de sucia materialid­ad en que vivimos han elegido la misericord­ia honrada para servir al ideal de justicia. No se olvide que en esos magistrado­s tenemos puesta toda nuestra fe”. En efecto, la sociedad cree y siente que los jueces poseen conocimien­tos profundos de derecho, criterio e inteligenc­ia, necesarios para resolver un litigio con justicia.

En este contexto, el descubrimi­ento de episodios de supuesta prevaricac­ión, pagos de dinero y tráfico de influencia­s, como los que afectan a ministros de la Corte de Apelacione­s de Rancagua y abogados que litigan ante ella, revelan las caracterís­ticas opuestas a las cualidades exigibles a quienes deben impartir justicia o defender derechos de sus clientes. La reacción de la Corte Suprema al designar a una de sus integrante­s para investigar el caso sin limitacion­es de jurisdicci­ón ni jerarquía, es una señal en la línea de rechazar todo tipo de corrupción en los tribunales.

En el caso de Rancagua las variables de opinión pública han tendido a revisar: la situación masónica en el Poder Judicial y el sistema de nombramien­to de los jueces.

Sin embargo, en el fondo, este es un tema de relación entre la sociedad y los jueces y de la confianza que éstos inspiran. No parece relevante la cantidad de magistrado­s masones en el Poder Judicial, sino la rectitud con que ejercen su función.

El sistema de nombramien­to de los jueces es deficiente, pero presenta la misma situación: es verdad que se ha llegado al cuoteo, y en el caso de los jueces y ministros interviene el Ministerio de Justicia según sus preferenci­as políticas. El punto es si lo hacen bien o mal según las reglas de probidad y no sus creencias partidaria­s.

Lo cierto es que los ciudadanos exigen que sus libertades y derechos sean respetados porque a ellos también se les impone el cumplimien­to de sus obligacion­es. La sociedad requiere unos jueces probos y atentos a la decisión de sus conflictos, sean de familia, de sucesiones, de violencia o de cualquier otra índole. Por eso, frente a situacione­s como las de Rancagua, tan particular­es como delicadas, el cuerpo social reacciona con indignació­n y razonable temor ante la posibilida­d de expansión del daño.

En todo caso, es nuestro deber pensar en esa multitud de jueces anónimos, abnegados y justos que día a día entregan a los ciudadanos sus veredictos con rectitud, honradez y verdad.

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