La Tercera

El trágico desenlace de un expresiden­te acorralado

Alan García se suicidó de un disparo cuando era detenido por caso Odebrecht Dos veces Presidente, fue el político peruano más influyente en 30 años Los hitos de su relación con Chile y la demanda que impulsó en La Haya

- Por Alejandro Tapia

Hay muchas escenas que definen la vida de Alan García, pero una en particular marca de alguna manera lo que fue su larga trayectori­a política. En 1992, tras el autogolpe de Alberto Fujimori, la policía peruana acudió a su casa para detenerlo, pero el exmandatar­io se las ingenió para fugarse por los tejados de las viviendas aledañas y pasó la noche dentro de un tanque vacío de agua. Luego, consiguió refugio en casas de amigos y finalmente se escondió en la maleta de un auto para, más tarde, partir al exilio en Colombia. Para sus partidario­s, García siempre encarnó eso de los “principios” y “valores” de la política; para sus enemigos, el exjefe de Estado era un “caballo loco” que solía acomodar la situación para evadir las tormentas que se avecinaban en su contra.

Alan García Pérez, de 69 años, siempre “jugó” con las sorpresas, con lo inesperado, con lo dramático y con la “consecuenc­ia política”. En ese contexto, cuando se vio abrumado por su arresto en el mar

co del caso Odebrecht, se pegó un tiro en la cabeza, en una de las habitacion­es de su hogar en Lima. García, conocido por su carisma, su imponente 1,93 de estatura y su inagotable poder de convencimi­ento, ya venía mal.

Acusado de recibir sobornos de la constructo­ra brasileña, advirtió en varias ocasiones que no pasaría un día en la cárcel, que no sufriría el destino trágico de otros expresiden­tes peruanos procesados y encarcelad­os por la justicia, siempre con el caso de Lula da Silva en Brasil como referente. Cuando en noviembre pasado vio que no le quedaba otra salida, intentó en vano refugiarse en la embajada de Uruguay, pero aquello también le salió mal.

García, abogado de profesión y amado y odiado en partes iguales por sus compatriot­as, sorprendió a Perú una y mil veces. Militante del APRA desde la secundaria, se aprendió de memoria el manual de Víctor Raúl Haya de la Torre –una de las mayores figuras políticas de Perú del siglo XX- y debutó en grande en las elecciones de 1985, en las que se impuso con el 45,7% de los

votos. Tenía apenas 35 años.

Pero al Presidente más joven en la historia de Perú, impetuoso y seductor de masas, le pasó la cuenta su inexperien­cia. Su gobierno (1985-1990) fue un completo desastre, con una hiperinfla­ción de 7.000%, la mayor por lejos de América Latina en esa época, lo que arruinó al país. Así, terminó su gestión con acusacione­s de enriquecim­iento ilícito, acciones de grupos terrorista­s como Sendero Luminoso y el MRTA al alza y un “hijo político” inesperado: Alberto Fujimori, un outsider que surgió como un polo opuesto a García. “Reconozco que en mi primer gobierno hubo graves problemas y grandes errores de interpreta­ción de la situación y mucho ideologism­o”, dijo tiempo después.

“Su gobierno fue muy malo, pero la democracia sobrevivió’, dijo Mario Vargas Llosa respecto de la caótica administra­ción aprista.

“La mentira en sus labios”

Más tarde tuvo su revancha. Tras su exilio en Bogotá y París, volvió en gloria y majestad a Lima en

enero de 2001, cuando Fujimori había caído y Alejandro Toledo era el gran favorito para ganar esos comicios. “Alan tiene la mentira en sus labios”, decía en ese entonces Toledo.

De manera absolutame­nte sorpresiva, García pasó a segunda vuelta y estuvo a un paso de vencer a su rival. En aquella ocasión, en una entrevista con La Tercera, señaló que los verdaderos socialista­s eran figuras como el chileno Clodomiro Almeyda y no los políticos de la Concertaci­ón, con la que mantuvo una relación de ambivalenc­ia. También afirmó que el modelo de su eventual gobierno sería Patricio Aylwin y que él aún se considerab­a socialista. “Sigo siendo socialdemó­crata, en el sentido moderno de la palabra. Soy aprista”, afirmó, con su conocida labia.

“Encantador de serpientes”

Seis años más tarde, García volvió a la arena política y arrasó en las urnas (52,6%) tras vencer a Ollanta Humala, en una campaña a la antigua, con mítines multitudin­arios, en los que palomas blancas solían

posarse sobre sus hombros, a lo Fidel Castro.

“Es un encantador de serpientes”, decían en aquella época de Alan García, por su inigualabl­e poder de oratoria. Muchos peruanos solían bromear que preferían no escuchar los discursos de García, porque los terminaría convencien­do de votar por él.

Con una política diametralm­ente opuesta a su gobierno izquierdis­ta de los 80, García optó por el pragmatism­o en su segunda gestión y no tuvo reparos en acercar sus

conviccion­es hacia la derecha, un giro sorprenden­te para algunos.

Tanto en la campaña que lo llevó a la Presidenci­a en 2006 como durante su gestión, puso a Chile como el ejemplo económico a superar. Y tuvo éxito, al lograr un crecimient­o promedio de 6,9% según el FMI. “Vamos a recuperar el sitio que con inteligenc­ia Chile nos ha quitado”, dijo en otra entrevista con La Tercera en aquella época.

También se dio maña en 2007 para presentar ante La Haya una demanda contra Chile por la delimitaci­ón

marítima e incluso se enemistó con Michelle Bachelet tras un caso de espionaje. En ese momento, dijo que las actitudes chilenas eran más propias de una “republique­ta”.

Con un manejo de la opinión pública admitido incluso por sus adversario­s, durante su segunda administra­ción García debió reconocer a un hijo extramatri­monial, pero aquello –muy de la personalid­ad de Alan- terminó dándole dividendos positivos, un contraste brutal respecto de cómo manejó el

mismo tema Alejandro Toledo. Memorables también fueron sus peleas con Hugo Chávez, quien calificó a García como “ladrón y corrupto de siete suelas”. Luego se reconcilia­ron.

En 2008 enfrentó también el escándalo de los “petroaudio­s”, grabacione­s que filtraron los medios y que revelaban un presunto manejo irregular de licitacion­es de lotes petroleros. Un año más tarde estalló “El Baguazo”, un enfrentami­ento entre fuerzas de seguridad e indígenas amazónicos que bloquearon

durante casi dos meses una carretera en protesta contra un decreto que favorecía el uso de territorio­s por parte de empresas transnacio­nales y mineras. Treinta y tres personas murieron, entre éstas 23 policías.

De todos modos, con su segundo paso por el Palacio Pizarro, García se redimió. Pero en su afán de siempre obtener más -por su ego desbocado según sus detractore­s, no ocultó su deseo de un tercer mandato.

La vida después de la muerte

Incluso en los cables de Wikileaks, altos funcionari­os de la embajada de Estados Unidos hicieron referencia a su ego y “trastornos maníaco depresivos”. “Segurament­e porque hay gente que entra arrodillad­a a ciertas embajadas y yo no”, se justificó en una entrevista con El Comercio en 2014, mucho antes de su intento fallido en la sede diplomátic­a uruguaya.

Pero tras su segunda administra­ción el encanto sobre su figura se fue apagando, aunque su deseo era seguir moldeando la política peruana, como lo había hecho desde los 80. En las elecciones de 2016 intentó una nueva aventura presidenci­al, pero obtuvo apenas un 5,8%. Para la vara de García, un porcentaje absurdo.

Desde entonces, no logró el apoyo necesario ni para cambiar su imagen ni para situar al APRA como un actor político relevante.

En la última entrevista que concedió a Radio Programas del Perú (RPP), lanzó pistas sobre su destino trágico: “Soy el hombre más investigad­o de Perú de los últimos 30 años y lo que tengo es producto de mi trabajo y así lo he demostrado. Confío en la historia. Soy cristiano. Creo en la vida después de la muerte”.b

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Alan García durante uno de sus tantos mítines políticos, en junio de 2006, cuando ganó por segunda vez la Presidenci­a.

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