La máquina de corromper también mata
Así como hay serial killers
(asesinos en serie), hay corruptores en serie. El más notorio de ellos -la constructora brasileña Odebrecht- acaba de cobrar su primera víctima de gran repercusión, en la figura del expresidente peruano Alan García (ya hubo cinco muertes ligadas al caso Odebrecht, tres en Colombia, una en Bahía y otra en Rio Grande do Sul).
Perú, por otra parte, es la más completa demostración de que Odebrecht es una máquina de corrupción: todos los Presidentes de este siglo fueron envenenados por Odebrecht.
Uno de ellos, Ollanta Humala, llegó a quedar preso por nueve meses. El miércoles (17) escribió una nota de pesar por la muerte de García, probablemente aliviado porque, el día 30, conmemorará un año de libertad.
Otro Presidente, Pedro Pablo Kuczynski, más conocido como PPK, corre el riesgo de volverse la segunda víctima: el mismo día en que García se suicidó, el fiscal José Domingo Pérez solicitó seis años y ocho meses de prisión para él. Noticia terrible para quien está internado a causa de
taquicardia y presión alta.
Un tercer exmandatario, Alejandro Toledo, huyó a Estados Unidos. Su extradición ya fue solicitada.
Si fuese en Japón, el suicidio de Alan García podría ser considerado uno de aquellos gestos de fuga a la vergüenza por la prisión practicado por algún acusado de corrupción.
En el caso de él, no es así: si estuviera con vergüenza, García no habría pedido asilo a Uruguay tan pronto como comenzaron las investigaciones sobre “Chalán”, el codename que la empresa brasileña le atribuyó (sí, también en Perú, cada corrompido recibía un nombre en código).
Si la moda de preferir el suicidio a la prisión hubiera sido adoptada antes, habría una verdadera carnicería entre políticos latinoamericanos: documentos enviados por Suiza y Estados Unidos, publicados hace cerca de dos años por Folha, muestran que el veneno de la constructora se ha esparcido por 10 países de la región (Brasil, Argentina, Colombia, República Dominicana, Ecuador, Guatemala, Panamá, Perú, Venezuela y México). También tomó a Mozambique.
El principal ejecutivo en la época de esa corruptora en serie, Marcelo Odebrecht, confesó a un grupo de fiscales peruanos y brasileños que lo interrogó en noviembre pasado: “Nosotros apoyamos a todos los candidatos presidenciales de Perú, todos los partidos y probablemente varias elecciones de congresistas”.
Completó con una frase definitiva sobre las malas prácticas de la compañía: “Así funciona toda América Latina”.
Tiene razón. Tanto que un balance hecho hasta octubre pasado por los fiscales de la Lava Jato apuntaba a más de 200 condenas por delitos que incluían corrupción, abuso del sistema financiero internacional, tráfico de drogas y lavado de dinero.
La mayoría de los condenados son políticos y ejecutivos, tanto de Odebrecht (o de otras constructoras) como de Petrobras.
La corrupción hizo correr la sangre no sólo de Alan García, sino también de la economía brasileña: el estudio del Council on Foreign Relations muestra que, al menos en parte, la crisis política desatada por las investigaciones ayudó a jugar a Brasil en el agujero de la peor recesión en un siglo.
Será que el suicidio del político peruano hará cambiar la forma como “funciona toda América Latina”. ¿Mi pálpito? No, no lo hará.