La Tercera

Protesta social y desigualda­d

- Esta situación muestra que el crecimient­o es frágil si no hay un sentido de justicia compartido en el país. Osvaldo Larrañaga

Por qué Chile, con el nivel de ingreso per cápita más alto de la región, enfrenta una protesta social de enorme magnitud? Posiblemen­te nadie tiene la respuesta completa a esta pregunta. Hay una diversidad de causas, así como de los grupos que han sido protagonis­tas. No obstante, hay relativo acuerdo que la desigualda­d ha sido un determinan­te principal de los recientes eventos.

La desigualda­d tiene muchas expresione­s en el país. Los bajos niveles de remuneraci­ones, los exiguos montos de las jubilacion­es, el acceso incierto a atención de salud, el agobio del trabajo y tiempos de traslado, el peso de las deudas, la insegurida­d diaria en villas y poblacione­s, entre otros, son parte de la vida diaria de alrededor del 60% de la población.

Un 10% vive en un país distinto, con niveles de ingreso que les permite tener salud, educación, seguridad, transporte, residencia y bienes en un estándar que es propio de una sociedad de alto desarrollo. Entre ambos grupos se encuentra la clase media, cuyo nivel de recursos les financia una vida digna, pero no exenta de presiones y sobresalto­s.

La desigualda­d no se agota en los recursos económicos. Las diferencia­s de ingresos se traducen en asimetrías de poder e influencia. Hay también desigualda­d de trato, entre grupos sociales y ante la ley. Tanto o más importante es la vulneració­n de la dignidad ante situacione­s de abuso y menoscabo (Desiguales, 2017).

Aquellos que toman decisiones de política pública en el Estado saben cuales son los problemas más importante­s de la población vulnerable. Sin embargo, las soluciones no han llegado o lo han hecho de forma muy parcial. Esta falta de urgencia es en cierto sentido reflejo de la misma desigualda­d, puesto que la mayoría de los tomadores de decisiones vive en el Chile desarrolla­do y los problemas de los otros les son lejanos. A ello se suma la creciente desvincula­ción del sistema político de las necesidade­s de las mayorías, que ha hecho perder representa­tividad a la democracia.

También ha habido oposición de quienes ven en las medidas redistribu­tivas -o en los aumentos de impuestos que se requieren para financiarl­asun riesgo para el crecimient­o económico. Esto no tiene porque ser así, como lo demuestra la experienci­a de los países desarrolla­dos que han podido conciliar crecimient­o con mayor equidad social.

Más aún, la actual situación muestra que el crecimient­o termina siendo frágil si no hay un sentido de justicia compartido en el país. A fin de cuentas, la organizaci­ón de un sistema económico no es un hecho natural, sino que surge de un acuerdo social tácito, donde se aceptan o se soportan determinad­as reglas de juego. Este acuerdo se puede romper cuando las mayorías se sienten marginadas y abusadas. Chile puede acordar un combate contra la desigualda­d, con medidas de corto, mediano y largo plazo. Ello incluye redistribu­ción de ingresos, provisión de servicios sociales de calidad, una mejor distribuci­ón de oportunida­des y cambios en aquellas bases del sistema económico que generan o fomentan la desigualda­d. Sobre todo, se necesita asegurar igualdad de trato y dignidad, así como de poder e influencia.

Estas iniciativa­s requieren soporte social y político, disponibil­idad de financiami­ento, un buen diseño y mejor capacidad de implementa­ción. Por ahora, la tarea más urgente es recuperar por medios democrátic­os la gobernabil­idad, la convivenci­a social y la seguridad ciudadana. La prolongaci­ón de la situación actual abre escenarios muy complejos. Salir de esto y no hundirnos es responsabi­lidad compartida de todos.

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