La batalla perdida de Scorsese
Los cinéfilos deberían darse el tiempo de revisar al menos una vez al año una película de Scorsese. Incluso ahora, cuando el ambiente parece más receptivo a fantasías apocalípticas, con imágenes de rascacielos derrumbados y ciudades saqueadas, es recomendable hacerlo. No solo es un ejercicio placentero. Es también una experiencia catártica para mantener la fe en el cine. Acabo de someterme a ella con Casino, la cinta que Scorsese estrenó en 1995 con Robert De Niro, Sharon Stone y Joe Pesci entre otros, sobre los orígenes de Las Vegas, sobre un amor imposible y sobre una amistad que se viene abajo luego de sucesivas deslealtades, y pasarán semanas y meses antes que la conmoción de horror, tragedia y fatalidad de esta cinta prodigiosa se me diluya en la memoria.
No es extraño que un artista que hace un cine así de potente diga que las películas Marvel no tienen nada que ver con el cine. Al menos con el cine como él lo concibe –canal de expresión personal de alguien- y como él lo ha cultivado por espacio de 50 años, en una filmografía impresionante que debe reunir arriba de 60 títulos entre cortos, medio y largometrajes, entre documentales y realizaciones para la televisión. Como era previsible, su descalificación sonó como declaración de guerra en el mundo de los superhéroes, no solo de los chicos que disfrutan estos productos sino también de la poderosa industria que los factura: sus actores, sus estrellas, sus productores, sus técnicos, sus informáticos, sus especialistas en F/X. La gran trenza.
Scorsese, a no dudarlo el mejor cineasta clásico en actividad en estos momentos, es frontal. Al decir lo que dijo sabía perfectamente a lo que se estaba exponiendo. No debe haberse sorprendido que de la noche a la mañana pasara a convertirse en la bestia negra. No es la primera vez que está en ese papel. Este realizador ha dado peleas memorables. Una de las primeras que encabezó, contra la Kodak, por ejemplo, a raíz del Eastman Color allá por los años 70, obedeció a que la mala calidad de esta película, que desteñía con el tiempo, ponía en riesgo buena parte del patrimonio fílmico elaborado hasta ese entonces sobre este soporte. Parte de ese legado se perdió para siempre y parte del mismo se salvó a partir del trabajo de fundaciones como la suya para proteger la integridad de películas en peligro. Scorsese volvió a la pelea a mediados de los 90 para que la Academia reconociera debidamente el aporte de Elia Kazan a Hollywood con un Oscar de reconocimiento a su trayectoria. La influencia de Kazan, autor de varias de las mejores películas estadounidenses de los años 50 y 60 (Viva Zapata, Nido de ratas, Esplendor en la hierba, América, América) en el cine de Scorsese es gigantesca y su campaña por el Oscar tuvo que remover resistencias férreas, asociadas desde luego a la conducta política de Kazan luego de haber sido uno de los cineastas que colaboró con el Comité de Actividades Antiamericanas del Senado en los tiempos del macartismo. La admiración suya a Kazan no fue política, fue emocional, artística, cinéfila, y finalmente salió con la suya. Kazan se llevó ese Oscar honorario (se había ganado otros dos antes como director) y lo recibió de manos del propio Scorsese en una ceremonia que obviamente dividió a la audiencia entre aplausos y pifias.
La nueva batalla de Scorsese contra la infantilización del que fuera el arte preeminente del siglo XX será dura. Y lo más probable es que esté perdida. Aun así han salido a apoyarlo cineastas como Ford Coppola o Ken 0. Entienden que es de las peleas que vale la pena dar. Por último por dignidad.