La Tercera

Violencia autodestru­ctiva

- Juan Ignacio Brito Periodista

Aexcepción de un grupo minoritari­o de violentos que parece saber muy bien lo que hace y lo que quiere, hoy en Chile todo el mundo está improvisan­do: desde un Presidente de la República que decide en segundos quién será su ministro del Interior hasta los parlamenta­rios oportunist­as que piden un juicio político contra el Mandatario o el líder empresaria­l iluminado que ahora se muestra dispuesto a “meter la mano en el bolsillo hasta que duela”, cuando antes se oponía a las reformas.

La violencia trata de sacar partido de esta confusión, irrumpiend­o con descaro para sembrar el caos y generar condicione­s que exacerben el conflicto, que es el lugar donde los radicales se sienten cómodos. Ellos aspiran a que la rebelión devenga en revolución, con el objetivo de que, como escribió Jacques Barzun, se produzca “una transferen­cia violenta de poder y propiedad”.

La tentación del horror resulta seductora para algunos sectores que han romantizad­o la violencia como la “partera de la historia”. Por lo mismo, resulta urgente que la sociedad entienda lo que se pone en juego cuando se enfrenta a grupos decididos a usarla para alcanzar sus objetivos. La historia de Chile está jalonada por episodios violentos que solo provocaron dolor y divisiones muy difíciles de reparar, en medio de un clima de sufrimient­o, odio, y ánimo revanchist­a.

El estallido social en el que nos encontramo­s ofrece condicione­s propicias para la acción de los violentos, pues ha debilitado aún más unas institucio­nes que ya estaban muy desprestig­iadas y ha desnudado una pasmosa falta de autoridad. En un ambiente así, se hace imposible que el gobierno funcione como un freno efectivo para las pasiones humanas, como sostenía Burke.

Por eso es tan importante que las institucio­nes y sus encargados recuperen la templanza y puedan comenzar a gobernar. No es tarea sencilla, especialme­nte si consideram­os la legitimida­d cuestionad­a de los liderazgos actuales y la obsesión de estos por anteponer el interés propio al común.

Así, todo indica que todavía queda sufrimient­o antes de recuperar la normalidad. Es probable que el cansancio que ya muestra parte relevante de la población con los exaltados siga creciendo y que ello genere una reacción social adversa, en especial a medida que la población perciba en carne propia las consecuenc­ias de la ola destructiv­a. El exceso nihilista de los violentos siempre termina siendo su peor enemigo y abriéndole­s los ojos a los demás.

La reacción de rechazo a la violencia debería ser aprovechad­a por los sectores que extrañan el orden y la normalidad. Para ello, deben reconstitu­irse, dejar de improvisar y ponerse a tono con las demandas sociales que han emergido detrás del reclamo de que “Chile despertó”.

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