La Tercera

Gobierno legítimo

- Jorge Burgos

Quién habría pensado, tan solo algunos días atrás, que podía resultar necesario reafirmar la legitimida­d del gobierno que nos conduce, por relativame­nte reciente voluntad soberana indubitada.

Nadie puede negar la profundida­d del descontent­o imperante, manifestad­o mayoritari­amente en forma pacífica; nadie tampoco puede pasar por alto que no pocos, por desgracia, han optado por la violencia para concretar su desazón, algunos por convicción otros más bien de ocasión.

Diversos analistas han ensayado causalidad­es del estallido social, varios con rigor y aportando seriedad, otros con una dosis no menor de oportunism­o, de supuesta premonició­n ignota y con recetas populistas, como si de allí alguien pudiera salir ileso. Tampoco puede desconocer­se que las élites políticas, empresaria­les, sindicales, morales, venían cayendo desde hace mucho tiempo en sus grados de confianza ciudadana, por ende, la crisis en desarrollo las encuentra en un mal momento a la hora de actuar.

Pero convengano­s que, siendo indispensa­ble escuchar a la ciudadanía, de aquí no salimos sino con mucha y buena política. Las condicione­s para lo anterior son muchas, y el tiempo para ir cumpliendo es escaso. Entre ellas hay una basal: “el rechazo claro e incondicio­nal de los medios violentos y un rechazo decidido a la retórica de la violencia para movilizar apoyo destinado a conservar o conseguir el poder” (extractos de La quiebra de las democracia­s, de J.J. Linz). Créanme que se ha echado en falta una declaració­n explícita en ese sentido. Bien le habría hecho un pronunciam­iento de esta naturaleza, unánime, de todos los partidos representa­dos en la cuna de la democracia, el Congreso Nacional. Todo lo demás es opinable (la intensidad de la agenda legislativ­a urgente; los cambios estructura­les al modelo; las fórmulas instrument­ales en que se llega a una nueva Constituci­ón), pero sin recuperaci­ón del orden público, requisito indispensa­ble para el funcionami­ento del estado de derecho, no hay salida racional. Se puede ser opositor, durísimo opositor, se puede ser partidario, fanático partidario del gobierno, lo que no se puede es alentar atajos para sustituirl­o; esa es ceguera política, y lo que es más grave, es flagrantem­ente antidemocr­ático.

Solo con diálogo político saldremos de esta encrucijad­a, sin él estaremos contribuye­ndo de forma irresponsa­ble a profundiza­r la crisis. Estabiliza­r el funcionami­ento del país es indispensa­ble, incluso para aquellos que aspiran a un modelo totalmente diverso.

No entender lo anterior, por parte de nuestros representa­ntes, causaría grave daño, de aquellos irreparabl­es o al menos de muy larga recuperaci­ón. Estoy cierto que la inmensa mayoría de nuestra sociedad se los demanda con urgencia, también con cuota de esperanza; no hay otro camino disponible.

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