CHILE EN APRIETOS
SEÑOR DIRECTOR
Sería iluso pensar que tras el estallido social las aguas vuelvan pronto a su cauce previo, como si no hubiera pasado nada. No será así. Separando la vergonzosa actuación de un lumpen organizado que busca asolar al país con la consigna de la destrucción, lo más probable en el plano de la política es que asistamos a una reorganización de nuestra democracia liberal, que posiblemente altere el binomio mercado-estado.
En lo inmediato, habrá una presión para hacer crecer el Estado. Un rasgo de las protestas, y habría que ser muy miope para no verlo, es que hay un malestar generalizado que tiene relación con la calidad de vida y la precariedad con que viven muchos chilenos. Es una crisis política, en el sentido de que la institucionalidad presenta fisuras; una clase dirigente atrincherada en privilegios, celosa por acceder o mantener el poder como un fin en sí mismo y un esquema económico que no da respuesta convincente a las demandas para un nivel de vida digno para todos. La gigantesca marcha del viernes 25 de octubre puso de relieve que estamos pisando un terreno movedizo. Por de pronto, se dice que nuevos vientos soplarán para poner definitivamente la economía al servicio de la política. ¿Qué significa todo esto? Si se interpreta en el sentido de que la economía ofrezca un conjunto de opciones instrumentales a un objetivo social, con sus costos y beneficios, y luego deje a la política la elección final, es inobjetable la premisa. Pero despreciar la economía y que la política guíe a la política sin bases técnicas que orienten, es aspirar a sueños utópicos bajo recetas populistas y un despertar ingrato.
Hoy Chile tiene el imperativo de no ser tragado por las arenas movedizas del populismo. Por el contrario, debe aspirar a vivir en un modelo de sociedad libre, donde se premie el esfuerzo, el mérito y no el “pituto”; que promueva una competencia sana que vigorice la innovación y la creatividad, y que combata con fuerza el abuso de posiciones dominantes. Pero al mismo tiempo debemos evitar que el desenfreno de ganar a cualquier precio erosione las bases de una sociedad donde los vínculos ( social, vecinal, familiar, comunal y religioso) no se desarrollen y no conduzcan a una sociedad más humana. Lo uno y lo otro deben estar en el trasfondo del llamado pacto social.