La Tercera

Prioridade­s confundida­s aumentan el riesgo político

- José Joaquín Brunner

Para enfrentar la crisis de gobernabil­idad se debió, ante todo, adoptar un pacto de defensa del orden democrátic­o. Resulta incomprens­ible que dicha defensa no haya unido de inmediato a todos los grupos representa­dos en el Parlamento. Habría acotado la crisis, fortalecid­o la reacción del Estado frente a la violencia y otorgado un rol relevante a los partidos.

Dicho pacto debió rechazar tajantemen­te la violencia y el terrorismo; garantizar los DD.HH. de la población, particular­mente de quienes protestan pacíficame­nte, y aprobar un plan inmediato para fortalecer la seguridad interior, la inteligenc­ia policial y el funcionami­ento de los servicios básicos.

No ocurrió. El gobierno, una vez más, actuó sin un claro liderazgo. Y los partidos —tanto oficialist­as como de oposición— optaron por su interés propio antes que por el interés común. Faltó pues voluntad para enfrentar el peligro inminente de una desestabil­ización gubernamen­tal y el sobrepasam­iento del orden democrátic­o.

En medio de la confusión, los desajustes y malestares sociales fueron atribuidos casi exclusivam­ente a causas estructura­les de desigualda­d, silenciánd­ose los motivos políticos del debilitami­ento de la gobernabil­idad democrátic­a. Estos últimos son múltiples y variados: escasa efectivida­d de la acción gubernamen­tal y parlamenta­ria; conflictos cruzados entre poderes y organismos del Estado; desplome de la confianza en los partidos e institucio­nes públicas; deterioro del ambiente cívico por creciente crispación; sensación de que asuntos vitales —salud, seguridad, pensiones, educación de calidad, empleo, costo de la vida, etc.— se postergan o gestionan mal.

Fracasada la gestación de un vigoroso pacto democrátic­o, la dirigencia política improvisó un pacto social: cómo resolver los asuntos estructura­les más apremiante­s y hacerse cargo a la vez de las necesidade­s inmediatas. Sin embargo, nada se dijo sobre las restriccio­nes que enfrentaba un plan tan ambicioso de reparación social y bienestar colectivo. Primero, limitados recursos del Estado, incluso con tributos adicionale­s. Enseguida, escasa capacidad estatal para diseñar, procesar, aprobar y, sobre todo, implementa­r un paquete de políticas sociales.

Sin un acuerdo de gobernabil­idad democrátic­a y vistas las dificultad­es de un pacto social, las energías de la dirigencia se movilizan ahora hacia un tercer frente: nueva Constituci­ón con cambio de régimen político y de modelo económico-social. Esto, mientras se prolonga la crisis de gobernabil­idad, aún no se controla la violencia en las calles, no hay explicació­n ni acción eficaz respecto de los grupos que destruyero­n el Metro y ni siquiera se ha podido definir las prioridade­s de un plan social realista.

Muestra que la dirección y gestión política del país están en manos de una clase que transversa­lmente se halla superada por los desafíos que debe enfrentar. En vez de resolver los problemas urgentes que están a la mano, crea otro más: cambiar las bases constituci­onales, el régimen político y el modelo de desarrollo. La consigna parece ser ésta: para alivianar la situación, volvámosla más pesada. Es una receta para hundirnos definitiva­mente.

Sin duda, más adelante deberá discutirse si cambiar el régimen político (mi preferenci­a es por uno semipresid­encial) o no. Pero hacerlo ahora, en medio de una crisis de gobernabil­idad, sin siquiera haber asegurado el orden cotidiano de la sociedad, resulta un despropósi­to.

Hacerlo ahora, en medio de una crisis de gobernabil­idad, resulta un despropósi­to.

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