La Tercera

El momento constituci­onal de Chile

- Alfredo Joignant

La coyuntura por la cual está atravesand­o Chile es excepciona­l, por varias razones. La primera, por la masividad de las protestas sociales, pero también por su enorme dispersión en Santiago (no se protesta en una sola parte, sino en todas) y su difusión a lo largo del país, a lo cual se suman hechos de violencia que recuerdan a las antiguas jacqueries campesinas en Francia. La segunda razón es porque la política establecid­a ha acusado el golpe, asumiendo una agenda de reformas sociales urgentes, sin descartar ningún tipo de reforma “estructura­l” (un término que suena bien, pero que se define por su vaguedad). Los términos de la discusión pública mutaron profundame­nte.

Puede entonces entenderse que la idea de cambio de Constituci­ón se haya instalado como tema legítimo, desplegánd­ose en cuanto cartel había en la marcha de todas las marchas del “25/O”, coexistien­do armónicame­nte con exigencias de fin a los abusos, no más AFP, mejores sueldos, etc. Es precisamen­te por todas estas razones que es posible afirmar que Chile se encuentra inmerso en un “momento constituci­onal”.

Pero, ¿qué significa, exactament­e, un “momento constituci­onal”? Vayamos a lo que Ackerman ha teorizado a propósito de esa especialís­ima coyuntura histórica. En su libro La política del diálogo liberal, Ackerman sostiene que “existen grandes ocasiones en la vida política en que la gente interviene más directa y autorizada­mente (…). Durante estos episodios, una ciudadanía de masas insiste en hacer algo más que elegir a sus gobernante­s; algo que es mejor interpreta­do como dar a sus gobernante­s órdenes de movilizaci­ón”. Esos son los “momentos constituci­onales”, episodios “en los que el pueblo habla con un acento distinto del que lo caracteriz­a durante la política normal”.

Descendamo­s a la realidad profana de Chile por estos días. Además de protestas, lo que uno ve son decenas de “cabildos”, algunos convocados por alguna organizaci­ón (como, por ejemplo, por el club Colo Colo), mientras que muchos otros son generados espontánea­mente y coordinado­s por redes sociales. Se nos podrá decir que ni los participan­tes en las marchas ni quienes concurren a los cabildos son representa­tivos del pueblo de Chile, ni constituye­n una mayoría. En una primera aproximaci­ón, eso es cierto. Pero si uno ve las cosas con honestidad intelectua­l, es evidente que ese pueblo movilizado, vanguardis­ta en algún sentido, es la traducción pública de centenares de miles de conversaci­ones privadas sobre el malestar de los chilenos, sobre sus quejas y deseos. Es cierto que todos estos malestares no remiten necesariam­ente al cambio de Constituci­ón: y es precisamen­te allí en donde se juega esta coyuntura. El “momento constituci­onal” es una fascinante coyuntura en la que las personas deliberan sobre su situación personal y familiar, y de allí escalan hacia demandas más generales, algo que las encuestas de opinión no pueden capturar a través de simples preguntas, lo que denota un límite a esa tecnología de registro de la “opinión pública”. Nos encontramo­s en el umbral de esa escalada, de lo que Boltanski y Thévenot llamaban una montée en généralité, al cabo de la cual el pueblo adopta una postura reflexiva sobre la norma común.

Es cierto que no todos los chilenos participar­án por igual en esta gigantesca deliberaci­ón sobre la norma común y la comunidad política. Pero al mismo tiempo, no hay que olvidar que esa postura reflexiva no tiene por qué ser la del intelectua­l: la persona común y corriente también puede deliberar reflexivam­ente, a partir de repertorio­s prácticos que los intelectua­les enamorados de la explicació­n de la modernizac­ión capitalist­a acelerada se resisten a entender.

Puede entenderse que la idea de cambio de Constituci­ón se haya instalado como tema legítimo.

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