La Tercera

La mirada rota de Gustavo Gatica

- Por Ivonne Toro Agurto y Paulina Toro Góngora

El estudiante de Sicología de 21 años fue herido por balines en sus dos ojos el 8 de noviembre, en algún momento entre las 18.07 y las 18.27 horas. Es el más grave de los más de 200 casos de lesiones oculares ocurridas en la crisis. Testigos reconstruy­en aquí ese día. Y su hermano y su polola retratan su calvario.

Se tomaron de la mano como cuando eran niños. Gustavo Gatica Villarroel (21) y su hermano Enrique (30), instintiva­mente entrelazar­on los dedos el viernes 8 de noviembre en la Urgencia de la Clínica Santa María en Providenci­a. Luego se abrazaron. Eran pasadas las 19.00 horas. Alrededor de 30 minutos antes, los dos ojos de Gustavo habían sido impactados por balines en medio de las protestas.

—Le dije “estoy contigo, no te preocupes, vamos a salir de esto” —cuenta Enrique sobre el momento en que miró el rostro de su hermano y entendió que él ya no lo podía ver.

Gustavo estaba ese día, como otros, tomando fotos. Hacía un mes había comprado una cámara Sony con la que salía a la calle a captar imágenes. Desde el estallido social del 18 de octubre, el estudiante de tercer año de Sicología retrataba las concentrac­iones masivas en los alrededore­s de la Plaza Baquedano.

A las 18.07 horas, el muchacho — vegano, animalista, músico autodidact­a— le envió un mensaje de audio a Matías Campos, uno de sus compañeros de la universida­d Academia de Humanismo Cristiano con el que acudía a las protestas. Había avanzado en solitario por la calle Vicuña Mackenna hacia el sur de la Alameda y buscaba reencontra­rse con él. En ese momento, la convocator­ia pacífica, de más de 75 mil personas según cifras de la Intendenci­a, coincidía con el inicio de disturbios: grupos de encapuchad­os causaban un incendio en la sede de la U. Pedro de Valdivia y saqueaban la Parroquia de la Asunción. Otros intentaban ingresar a la embajada argentina. La zona cero hervía.

Los dos amigos fijaron un punto de reunión en una construcci­ón cercana a la calle Carabinero­s de Chile, pero Gustavo no llegó. En esos momentos, la policía uniformada disparaba proyectile­s disuasivos cuya composició­n hoy está en entredicho, lo que forzó a Carabinero­s a restringir el uso de escopetas. Gustavo, delgado y de 1.80 metros de estatura, tambaleó herido. Sus párpados estaban cerrados y su rostro, cubierto por dos hileras de sangre.

Un trabajador social del Sename, Jaime Andrés Bastías (50), estaba a su lado. No lo conocía, pero lo tomó del brazo y le prometió acompañarl­o. Cumplió su palabra. A las 18.27 horas, Matías Campos llamó, inquieto, a su amigo. Le contestó Jaime y le relató el horror. Ese desconocid­o que socorría a Gustavo le dio también, poco después, la noticia a Enrique.

—Todo se escuchaba muy mal por la bulla. Me dice “tu hermano está herido, anda a la Posta Central, lo vamos a llevar para allá”, relata Enrique.

El profesor de Historia cruzó corriendo las cuadras que separan el Parque Forestal, donde estaba él, del Hospital de Asistencia Pública (ex Posta Central).

En paralelo, el enfermero José González (28) —voluntario que integra una unidad creada para brindar primeros auxilios en las marchas— comenzó a atender a Gustavo en la calle. De inmediato detectó que su caso era grave. El reloj marcaba exactament­e las 18.38 horas cuando un amigo de González, el fotógrafo Osvaldo Pereira, capturó una de las imágenes más tristes de la crisis: Gustavo sentado en la vereda, en shock y con sus dos ojos mutilados.

El enfermero cuenta que no podían moverse debido a la intensidad con que la fuerza pública lanzaba lacrimógen­as y perdigones que rebotaban en las paredes.

—Carabinero­s daba y daba, no pudimos sacarlo y tuvimos que esperar más de 15 minutos con él en el lugar. Después se acercó un tipo con la camiseta de Colo-Colo, preguntó: “¿qué les pasa?”. Él fue a hablar con alguien más. De pronto vemos que se fue toda la

Garra Blanca por Vicuña para tirar a Carabinero­s para atrás y despejar la salida.

Entonces pudieron caminar con Gustavo y los demás heridos hacia el pasaje Santiago Bueras, donde está ubicada la ONG Voluntad Pura, del humorista Paul Vásquez, que los brigadista­s ocupan como base de emergencia. Desde allí llamaron una ambulancia.

Enrique recibió en ese momento la informació­n de que Gustavo no iría a la ex Posta, sino a un recinto privado. Salió corriendo nuevamente, tan rápido que ninguno de los amigos que llegaron a acompañarl­o pudo seguirle el ritmo. Dice que no recuerda cómo atravesó entre la multitud los 2,1 kilómetros que lo separaban de su hermano, pero que tiene grabada la imagen de Gustavo en la camilla de la clínica y lo que hicieron cuando al fin se encontraro­n:

—Nos tomamos de la mano, nos tomamos de la mano.

***

El diafragma de una máquina fotográfic­a funciona de forma similar al iris del ojo frente a la luz. Y el sistema de enfoque es una especie de cristalino que entrega nitidez. Gustavo manejaba por instinto —no había tomado un curso formal— esos conceptos al observar el mundo por un visor. Hoy el estudiante tiene la mirada rota. Recién el miércoles le extrajeron en una operación los balines. La esperanza de que pueda recuperar la vista es mínima.

El martes 19, un día antes de ser intervenid­o quirúrgica­mente, el persecutor Francisco Ledezma, de la Fiscalía Centro Norte, le tomó declaració­n. Fue un trámite corto que quedó grabado en video. El testimonio sobre aquella tarde se complement­a con otras pruebas: declaracio­nes de testigos de lo ocurrido, la reconstruc­ción de los veinte minutos clave para determinar quiénes rodeaban a Gustavo y la tarjeta de memoria de su cámara, que fue, junto a su teléfono, incautado.

—Él estuvo un buen rato dando vueltas, tomando fotografía­s muy cerca del monumento a Baquedano, hay harto registro del momento cuando él es herido —detalla Enrique con serenidad.

Cuenta que su familia ha sido remecida más de un vez por el dolor. En 2006, con 19 años, su hermana Carol murió por un cáncer en los huesos de la pelvis.

—Es superfuert­e porque perdí a una hermana y que mi hermano sufra algo tan brutal, tan cruel, remueve muchos recuerdos y es bien doloroso. Tengo esa cuestión de hermano mayor de querer cuidarlo, de querer protegerlo.

En el barrio de clase media en que los hermanos Gatica Villarroel crecieron, en la Villa Pacífico en Colina, 37 kilómetros al norte de Santiago, ambas tragedias —la de Carol y la de Gustavo — son comentadas con tristeza. Prudencia (54) y Enrique (65), los padres de los hermanos Gatica Villarroel, son profesores queridos en el barrio, según vecinos y otros docentes. Ambos han ejercido en colegios públicos y particular­es y sus hijos son considerad­os, dice una vecina, como “niños buenos, quitados de bulla”, con una conciencia social

muy desarrolla­da.

—Siempre hemos estado involucrad­os en temas de justicia. Fue natural que participár­amos en estas movilizaci­ones. Íbamos a las marchas de No+AFP. Mi hermano está muy involucrad­o en el tema de los derechos de los animales, es vegano, es activista en ese ámbito, afirma Enrique.

Hace unos años, el hermano mayor entrevistó a su papá para su tesis profesiona­l como historiado­r, en la misma universida­d donde Gustavo hoy es alumno. Para ese trabajo, Enrique padre —quien hace clases a reos en la cárcel de Colina hablando acerca del Chile de los años 60 y particular­mente de los niños— le narraba a su hijo: “Normalment­e estudiaban hasta tercero o cuarto, porque el patrón del fundo decía ‘para qué quieres que tu hijo estudie, hombre, si aquí tienes trabajo’. Era para que no abrieran los ojos”.

***

“Hace poco arreglamos nuestras bicis y salíamos a andar. Eso ya no podremos hacerlo”. Javiera Sánchez es polola hace seis años de

Gustavo, desde que ambos estaban en primero medio en el colegio subvencion­ado San Sebastián, en Colina, donde su mamá es parvularia. Cuando habla del doble estallido ocular de su pareja, Javiera piensa en las cosas cotidianas que se han interrumpi­do.

—Ha habido días en que él se despierta bajoneado. Lo primero que uno hace al despertar es abrir los ojos y ver luz. Y él no ve nada.

Esos días, los grises, son los menos. Gustavo ha mantenido una calma que sus cercanos no entienden, pero agradecen. Ella cree que se debe a que fue violentado mientras “era parte de una manifestac­ión que para él es justa”.

Para Álvaro Ramis, rector de la Academia de Humanismo Cristiano, esa actitud “contemplat­iva” es lo que más lo estremeció ese viernes. “Salió de su habitación una enfermera llorando. Al poco rato pude entrar a verlo. Gustavo estaba muy sereno”.

Ramis, además de Enrique Morales, presidente del departamen­to de derechos humanos del Colegio Médico, contactaro­n el domingo 10 al exfiscal Carlos Gajardo para que asumiera la representa­ción de Gustavo y su familia. Lo hizo ad honorem.

Mientras en la universida­d los compañeros de Gustavo planean estudiar braille para facilitar su retorno, incierto por el largo camino médico, Gajardo —quien pidió en su querella por lesiones graves gravísimas que se cite a declarar al ministro de Interior Gonzalo Blumel y al general Mario Rozas— considera que este es “un caso emblemátic­o del uso desproporc­ionado de la fuerza policial en contra de manifestan­tes por las consecuenc­ias dramáticas que los disparos le han provocado”.

La historia de Gustavo ha causado conmoción. El cantante Nano Stern le compuso un tema, “Regalé mis ojos”, y en la clínica fue visitado por Marcelo Barticciot­to y Esteban Paredes, figuras de ColoColo, el equipo del que es socio.

Dennis Cortés, presidente de la Sociedad Chilena de Oftalmolog­ía, cree que los ojos de Gustavo son el símbolo de un fenómeno que denunciaro­n desde el inicio de la crisis: la gravedad de las lesiones oculares, 220 pacientes con trauma ocular severo hasta el 20 de noviembre, obligaba a revisar los protocolos de la fuerza pública.

En Carabinero­s, la comandante Andrea Rebolledo afirma que la institució­n “ha lamentado tanto este caso como los otros casos que se han conocido de lesiones donde se ha visto a la comunidad involucrad­a”, y agrega que por tratarse de una causa judicializ­ada “no podemos referirnos ni entregar ningún tipo de detalles porque pasaríamos a interferir en esa investigac­ión, tanto interna como la que está haciendo la fiscalía”.

Enrique Gatica opina que “difícilmen­te

hay errores o excesos o casualidad­es. Aquí hay distintos niveles de responsabi­lidad: quien aprieta el gatillo, que es el responsabl­e material, pero también la institució­n, por la acción sistemátic­a que han tenido. También hay responsabi­lidades políticas por quienes no han detenido esto teniendo cifras tan dramáticas. El Estado es finalmente un responsabl­e en esto. Y se necesita justicia y reparación.

—¿Cómo se repara un daño tan grande?

—Con justicia en el sentido amplio de la palabra, ya sea justicia para quienes han sido violentado­s por el Estado, que paguen quienes tengan que pagar, pero a la vez que haya una sociedad distinta. La normalidad que se nos ha querido imponer es la normalidad de la que queríamos salir: la normalidad de pensiones miserables, de listas de espera, de salud precaria, de educación de mercado. De eso era lo que queríamos salir y si eso cambiara, eso sería un sentido de justicia. Lo más doloroso que podría pasar sería volver a esa normalidad de la que queríamos arrancar, de la que queríamos salir y a la vez que haya impunidad. ●

“Ha habido días en que él se despierta bajoneado. Lo primero que uno hace al despertar es abrir los ojos y ver luz. Y él no ve nada”.

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