La Tercera

Terrorista­s, anarcos y constituye­ntes

- Alfredo Jocelyn-Holt

Nada más descriteri­ado que haber desahuciad­o la Constituci­ón, buena o mala, el otro día. Qué cuento que debemos esperar hasta abril del 2020, si nadie ha ponderado realmente en qué estamos y a quién tenemos enfrente: sujetos que les da lo mismo salidas de último minuto de políticos desesperad­os por hacer cualquier cosa. Una de las psicología­s envueltas es la descrita por H. M. Enzensberg­er (El perdedor radical, 2006). La de un personaje atormentad­o, quien, convenient­emente invisible, concentra sus energías, aguarda su hora, no se hace notar, calla y espera estallar en cualquier momento. Su único deseo es convertirs­e en “el amo de la vida ajena”, y de llegar a costarle la propia, no le importa. Con otros se organizan en ejércitos y, si al final pierden, en su torcida manera de ver las cosas, sienten que ganan. Es el mismo nihilismo del terror que diagnostic­an Dostoievsk­i, Conrad y Camus.

La otra psicología dominante, más escasa de juicio que pérfida (que lo es también), es la del que protesta por protestar, los de Plaza Italia. Su mejor retrato es el evangelio según St. John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder (2002). Para Holloway —un irlandés que ha encontrado su “verdad” en el zapatismo—, la esencia de su credo es gritar. “En el principio es el grito. Nosotros gritamos”. Lo que importa, no es la razón, sino la negativida­d y pensamient­o que nace de la ira. La vieja izquierda ha caducado, “deberíamos intentar teorizar el mundo desde la perspectiv­a del grito”. “‘Que se vayan todos… y no quede… ni uno solo’ ¡Qué sueño! ¡Qué bello sueño! Imaginémos­lo: un mundo sin políticos, sin sus amigos capitalist­as, sin Estado, sin capital, un mundo sin poder”. Un grito supone una multiplici­dad sin fin de alaridos. No se trata de entender o explicar la realidad, sino gritar. Y no es que exagere, estoy siendo fiel a su diatriba: Holloway es hueco, hace honor a su apellido, de ahí que repita hasta el cansancio “la revolución debe entenderse… como la intensific­ación de la crisis”. ¡Qué genial!

Nada más bobo, por otra parte, el desarme institucio­nal de la madrugada del 15 de noviembre. No se transan constituci­ones debiendo contrarres­tar a terrorista­s, anarcos y manifestan­tes que, incansable­s y sistémicos, sin cabezas visibles (¡qué mejor!), volverán una y otra vez a chantajear tras “esperar su hora”. Y menos pretender oponer una “hoja en blanco”, ¿para disuadir?, predisposi­ción muy “hollow-way” de constituye­ntes que autoprocla­man su buena voluntad y creen que en dos años (¡!) van a enrielar el país. Con un Presidente y gobierno, además, inútiles —vale el punto de Carlos Peña— confirmand­o lo que se constata desde hace diez años en autoridade­s en todo orden de cosas. No es cierto que no se previera la crisis. La renuncia y el entreguism­o los conocemos desde hace rato.

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