Revival trágico
Veo con pena los rayados en calles y edificios: “Muera Piñera, mueran cuicos y cuicas, los ricos, los pacos, los milicos, los empresarios”. Es un revival cruel del pasado. En esa época, el grito era “momio ladrón, al paredón, y las momias al colchón”, y cantaban aquello de que
“la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan, y los ricos m...m…”. Bueno, al poco tiempo salió la contraparte, rayados que decían: “FF.AA.= libertad, FF.AA.=patria”, y también cantos: “Con huesos de marxistas vamos a hacer un puente”. Las colas para comprar, el desabastecimiento, la inflación, y la violencia política (y eso que en esos años no hubo incendios ni saqueos) asustaron a una clase media, que recibió con aceptación -y a veces con entusiasmo- el resultado final. Y ese final fue trágico, en particular, para los oferentes de colchón y paredón.
En la espiral de violencia actual, la reacción contraria -si esto no se detiene- llegará más temprano que tarde. Pero antes de eso, las empresas dejarán de invertir. Y los fondos destinados a la inversión partirán de vacaciones a climas más templados. Y sin inversión, no hay crecimiento del empleo, perjudicando en particular a las decenas de miles de jóvenes que buscan “pega” por primera vez. Los “animal spirits” descritos por Lord Keynes, están desanimados.
Los cambios planificados -y consensuados- a la sombra de la amenaza violenta, difícilmente podrán llegar a buen puerto: justamente por su origen. Vemos que los carabineros son sobrepasados, porque el lumpen político no se dispersa con guanacos y zorrillos. Ni siquiera con balines. Y, luego, los carabineros son juzgados, como si contener esta violencia pudiera analizarse como a un acto quirúrgico de laboratorio, inmune a errores, mientras son atacados con molotov, piedras y lo que pillen. Y suponen que los carabineros no pueden enojarse, no sufren viendo 1.500 camaradas heridos, y que los jueces sueltan de inmediato a sus agresores. Más encima, muchos medios -en forma bien irresponsabletrataron la violencia como un espectáculo de entretención, a veces justificándola en forma tácita. Y si esto continúa, la clase media -como hace tantas décadas- se aburrirá de la violencia y de sus consecuencias en la vida cotidiana. Y capaz que aparezcan nuevos grupos, antagónicos a este lumpen político, cantándoles su rechazo visceral: “Con huesos de anarquistas vamos a hacer un puente..." y rayados que aplaudan el uso de balines.
En los 70, la cosa no pintaba bien, y los conductores de la revolución de empanadas y vino tinto tampoco quisieron cambiar el rumbo de las cosas. Luego se les fue de las manos y terminó en tragedia. Si no se tranquiliza esto, no solo se va a evaporar la inversión. La cosa no pinta bien y, si se desboca, podría terminar en tragedia.
Con todo, es un imperativo -y creo que todos lo saben- que la violencia debe terminar para que el país avance. Yo no conozco la respuesta correcta para ello, salvo contar con un sistema de inteligencia implacable al estilo Mossad de Israel, o el MI-6 de Inglaterra.