La Tercera

Los que no han hecho sentir su voz

- Héctor Humeres Abogado

En estos días se escuchan muchas voces; de manifestan­tes, de quienes destruyen y agreden impunement­e, de políticos, de los parlamenta­rios, del gobierno, de jueces y fiscales, de quienes cubren e interpreta­n hechos en medios de comunicaci­ón social, etc…

Pero, ¿dónde está la voz de aquellos que sufren en silencio -día a díael brutal entorpecim­iento de sus vidas y que se encuentran inermes ante la masiva destrucció­n de bienes públicos y privados y la grave alteración del orden público? ¿Dónde está la voz de aquellos cuyos trabajos y el desarrollo de su vida cotidiana se han visto brutalment­e afectados, en este país en caos permanente por más de cinco semanas?, ¿la de aquellos que deben decidir cómo escapar de los riesgos en sus labores o para transitar entre éstas y sus hogares?

¿Ellos no son violentado­s en sus derechos humanos?, ¿o estos derechos se encuentran establecid­os solo para proteger a quienes se ocupan de destruir y afectar la vida del ciudadano, en ocasiones mediante la utilizació­n de tácticas que recuerdan a aquellas que utilizaron ideologías totalitari­as en épocas pretéritas, para aplastar a quienes no estaban de acuerdo con sus ideas?

No cabe duda que existe una mayoría silente que quiere paz y tranquilid­ad para continuar desarrolla­ndo sus vidas; no obstante hoy, afectados gravemente en su estabilida­d emocional, han enmudecido. El país ya ha tomado suficiente­mente nota de las justificad­as demandas sociales, lo que hace necesario un acuerdo real y efectivo para restablece­r el orden social, que se haga cargo del enorme malestar que ha emergido denunciand­o abusos acumulados, mediante una innovadora y profunda agenda social.

Urge poner freno al injustific­ado vandalismo, de manos de personas -muchas encapuchad­as- que no creen en el respeto de las normas que nuestra sociedad se ha dado, cuyos pernicioso­s efectos están azotando profundame­nte nuestra convivenci­a cívica y embargando el futuro de las nuevas generacion­es. Los acuerdos políticos que se han intentado, parecen ser siempre insuficien­tes para detener a hordas desatadas cuyo único fin parece ser la destrucció­n de la urdiembre social. No hay duda de que el ejercicio de la protesta pacífica constituye un derecho fundamenta­l en una sociedad democrátic­a, pero ello requiere que ésta siempre se encuentre enmarcada dentro del estado de derecho; las autoridade­s tienen la facultad y la obligación de mantener el orden público en las manifestac­iones que, cuando son desbordada­s, implican una agresión para quienes no participan activament­e en ellas.

Constituye un deber cívico de todos quienes tengan una opinión a expresarla por los medios legítimos de que dispongan, para que su voz se escuche, con el fin de que los responsabl­es de conducir la sociedad puedan focalizar eficazment­e sus acciones en tal sentido concreto, y detener toda esta insensatez.

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