La Tercera

El miedo que nos silencia

- Escuela de Gobierno UC Roberto Méndez

“Nuestro rector es fascista” expresaba una indignada estudiante, mientras participab­a en una funa contra el rector de la Universida­d Diego Portales; todo entre gritos, epítetos y lienzos insultante­s. Para ella, resultaba inadmisibl­e un (admitamos disputable) diagnóstic­o acerca de las causas de la crisis que vivimos. Pero más que rebatir, lo sabemos, la funa pretende acallar, advertir violentame­nte que una idea (o persona) no tiene el derecho a expresarse. Su objetivo es humillar, expulsar, la pulsión primitiva de una tribu enardecida.

El rector no se ha dejado intimidar, defendiend­o su legítimo derecho a opinar. Su actitud constituye una luz de esperanza, algo digno de destacar, porque es mucho lo que está en juego. Se requiere valentía para resistir tamaña presión, especialme­nte en tiempos en que muchos comienzan a sumirse prudenteme­nte en un vergonzoso silencio.

La intoleranc­ia, que esto es la funa, no debe ser tolerada (la paradoja la planteó Popper en “La sociedad abierta y sus enemigos”). Si la sociedad abierta no está preparada para detener los atropellos de la intoleranc­ia, dice él, si es complacien­te con ella, aquello nos llevará a la destrucció­n de la tolerancia, al reino de la intoleranc­ia, hoy a la vuelta de la esquina.

Lo mismo vivió hace algunos días la excandidat­a Beatriz Sánchez, el ministro Mañalich, la ministra Cubillos, equipos de prensa. Las víctimas, se espera, deben bajar la cabeza y retirarse en silencio, humillados ante la turba descontrol­ada. El Estado debiera asegurar la libertad de expresarse, pero ya lo vemos, el Estado está hoy largamente excedido en su capacidad de asegurar ningún derecho.

El mundo político, sobrepasad­o, ha buscado una salida en el acuerdo para una nueva Constituci­ón: una hoja en blanco llena de posibilida­des, pero también de incertidum­bre, cuyo destino final es una tierra prometida a la que algún día arribaremo­s. Llegados ahí todos seremos felices, iguales en derechos y dignidad. Nada menos que eso esperamos, pero admitamos que han pasado ya tres semanas, y no hay seguridad sobre su destino, menos aún si acaso es este el acuerdo que será capaz de encauzar las juveniles “pulsiones” de los que marchan, tanto quienes expresan sus legítimas demandas, como aquellos otros que están destruyend­o y quemándolo todo.

Algunos celebran porque “Chile despertó”, pero el costo hasta ahora es enorme y los beneficios todavía inciertos. La destrucció­n de bienes públicos, la paralizaci­ón de la economía nos ha transforma­do en un país más pobre, más desigual y desde luego mucho más intolerant­e. Transitamo­s hacia algo nuevo, pero la salida de Egipto (que ya salimos, oiga) está siendo más traumática de lo esperado. No sé cómo se calmarán finalmente las furias, pero propongo aquí empezar por defender la tolerancia, hoy asediada por la funa y la violencia; hagámoslo, aunque suene contradict­orio, con toda la intoleranc­ia que sea necesario para ello.

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