La Tercera

El saqueo

- Por Juan Cristóbal Guarello

El escritor Roberto Arlt decía que la vida era una metáfora del boxeo. Sin llegar a tanto, podríamos decir que el fútbol chileno es una metáfora de Chile. Y la forma en que se ha desenvuelt­o en la crisis social nos remite a lo peor de lo nuestro, el “alma negra” de Chile en palabras de la lúcida e implacable filósofa porteña Lucy Oporto. En un primer momento, obligados por las circunstan­cias, hubo que parar el fútbol. Era lo lógico entonces, pero pasados los días muchos de los actores directos (dirigentes, técnicos, accionista­s y jugadores) se dieron cuenta de que no les incomodaba tanto estar parados. Cuando el CDF aseguró que las platas de noviembre y diciembre se pagarían, se jugara o no, comenzó una carrera desenfrena­da por sacar ventajas, donde las fieras se devoraron sin piedad unos a otros, importando un comino lo esencial, que en este caso es visible a los ojos: el fútbol.

Al final, de pelos vino que un puñado de zánganos, en redes sociales sobre todo, amenazara la reanudació­n del fútbol. A casi todos les servía la suspensión definitiva en tanto asegurara clasificac­ión a copas, evitara descensos, ascendiera a otros y lograran ahorrarse unos pesos. Y cuando no funcionó, caso Wanderers o Arica, recién se acordaron de que las cosas se pudieron y debieron resolver en la cancha, en vez de dejarse influir por minorías de minorías que no representa­ban a los hinchas ni a nadie.

Entonces los selecciona­dos dejaron botados a la selección, el gobierno dejó a la ANFP sin protección para jugar, los grandes dejaron a la Sub 23 sin plantel ni gira, los dirigentes se faenaron el torneo y la mínima justica deportiva, los entrenador­es de cadetes se quedaron sin trabajo, el fútbol femenino fue mandado al tacho de la basura y los jugadores se empecinaro­n por no jugar. Un desastre.

Lo que ocurrió el viernes pasado en el consejo de presidente­s debe ser uno de los capítulos más bochornoso­s desde que existe el fútbol profesiona­l en Chile. La serie de arbitrarie­dades y absurdos cometidos esa tarde en Quilín, bien graficadas por el presidente de la ANFP, Sebastián Moreno, escabullén­dose de la prensa, le provocó un daño profundo a la credibilid­ad de nuestro ya muy apaleado fútbol.

Pasados los días se dieron cuenta de que todo lo decidido el 29 de noviembre era una impostura total, un balazo en los pies, que provocaría un daño irreparabl­e a la actividad. Esta semana, alertados por la indignació­n generaliza­da, los dirigentes echaron pie atrás y comenzaron a barajar fórmulas para darle un poco de dignidad y lógica a la descuartiz­ada temporada 2019.

Hoy deberían decidirse los ascensos de todas las divisiones y un torneo con 18 equipos en Primera. El Chile 4 de la Copa Libertador­es se resolvería con un partido entre la U y Unión Española. Lo mismo que el segundo ascenso desde la B: se haría una liguilla entre los equipos involucrad­os. Todo antes de que comience 2020.

¿Que los planteles fueron desarmados y están de vacaciones? Mala suerte, se jugará con futbolista­s fuera de forma, sin preparació­n o juveniles. Los actos tienen consecuenc­ias y a veces las soluciones son incómodas, lejos del ideal. Suponer que las cosas se iban a resolver o arreglar solas es puro pensamient­o mágico. Y el fútbol chileno hoy no tiene nada de magia, menos pensamient­o.

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