“Chile debe aprender a manejar sus manifestaciones sin violencia”
Frédéric Martel sociólogo y periodista francés
El intelectual galo que ha investigado los movimientos sociales y los abusos en la Iglesia se refiere al estallido chileno. Dice que tiene poco que ver con los chalecos amarillos de Francia, pero sí con las protestas de Hong Kong en el 2014.
Es la protesta un fenómeno tan global como la cultura de masas? ¿Lo que ha ocurrido en Hong-Kong, Barcelona o París, se vincula con lo que ocurre en Santiago?
Después de visitar todos esos lugares y muchos otros en razón de sus indagaciones de vocación global, alguien que podría intentar una respuesta es el sociólogo y periodista francés Frédéric Martel (1967).
Como periodista ha participado en las más reputadas revistas y radios europeas y estadounidenses. Como investigador ha trabajado en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS, París) entre otros organismos. Actualmente es investigador en la Universidad de las Artes de Zúrich. Su labor se ha decantado en una serie de libros, que van desde la industria del entretenimiento globalizada (Cultura mainstream) hasta la revolución digital (Smart). Su libro más reciente es una exploración sobre el trasfondo homosexual en las luchas de “clanes” al interior del Vaticano y del encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes en distintos lugares del mundo, incluyendo Chile, titulado Sodoma.
Usted investigó sobre la cultura de masas y las “industrias creativas” globales del entretenimiento. También le interesan los movimientos sociales. ¿Son intereses separados o se vinculan?
Es una pregunta que es difícil de responder fácilmente. Por una parte, las industrias creativas crean sueños, desconectados de la realidad. Los movimientos sociales son políticos y tienen sus raíces en la realidad. Los dos sectores no necesariamente se comunican de manera fácil. Al mismo tiempo, hoy hay muchas series (House of cards, Chernobyl, The young pope), películas (Spotlight, Los dos papas ) que se “adhieren” a lo real o intentan comprender la realidad. Pero las industrias creativas se inscriben ante todo en relación al entretenimiento; ¡Los sucesos en El Líbano, Argelia o Chile no son del orden del entretenimiento!
Al principio la globalización se consideraba económica, pero tenía aspectos demográficos e institucionales, como lo demuestran las recientes manifestaciones en el mundo…
En mi “trilogía” cultural (Cultura mainstream, Smart y Global gay) he mostrado que la globalización es ante todo política y económica, pero que también es cultural, digital y vinculada a valores. Al mismo tiempo, estas globalizaciones culturales no son necesariamente idénticas. Las conclusiones de todos mis libros muestran que hay elementos globales pero también locales , por ejemplo, en la gran transición digital que estamos experimentando.
¿De la misma forma que no hay un única internet, tampoco hay una única izquierda o derecha en el mundo?
Hay una derecha y una izquierda en todas partes; y comienza con la Revolución Francesa; la gente se sienta a la derecha de la sala; otros a la izquierda, como ha demostrado el historiador Jules Michelet, del cual soy un gran lector. Entonces la izquierda existe en todas partes del mundo; y en todas partes es diferente de la derecha. Y, sin embargo, ninguna izquierda se parece a otra. ¿Existen vínculos comunes entre el Partido Socialista francés y el Partido Socialista cubano?: ¡casi ninguno! ¿Entre el PS francés y el Partido Demócrata estadounidense?: un poco más. Creo que la izquierda, en gran medida, es “nacional”, la derecha también.
En Chile, las manifestaciones continúan, a pesar del anuncio de un acuerdo constitucional. ¿Cree que será posible calmar la ebullición ?
Ya he visitado Chile tres veces, incluso recientemente en 2017 y en 2019. Siempre me ha gustado la ebullición del país, que existió, por ejemplo, durante mi estadía en 2017. Recuerdo las manifestaciones callejeras a las que fui, las intervenciones policiales, mucho más violentas que en otros lugares. Creo que una ebullición es saludable y creo que Chile debe aprender a manejar sus manifestaciones sin violencia.
Se ha hecho la comparación con los “chalecos amarillos” de Francia., pero en Chile, el malestar parece mucho más generalizado…
No quiero minimizar el movimiento de los chalecos amarillos, pero se trata de unas pocas decenas de miles de personas en un país de 65 millones de habitantes. Es un movimiento visible, mediáticamente, pero muy minoritario en la población. Creo que nadie gana haciendo comparaciones erróneas. Por otra parte, pienso más en lo que sucedió en Chile en relación a las protestas de Hong Kong en el 2014, que seguí en el lugar, o el movimiento de crisis de la basura en el El Líbano, donde también fui durante mucho tiempo. Pero cada movimiento realmente tiene especificidades locales que no deben pasarse por alto.
En Chile las razones del descontento han sido múltiples. Pareciera no haber un solo problema, sino muchos…
Un fenómeno de una tal magnitud como el que ocurre en Chile, descansa sobre razones forzosamente numerosas. Por eso puede ser tan importante modificar profundamente el sistema político y social, pero siempre dentro de un marco democrático que respete las reglas de libertad de asociación, libertad de partidos, libertad de prensa. Una revuelta justa no debería conducir a un modelo de extrema derecha tipo Bolsonaro o un modelo de extrema izquierda tipo Maduro. Si no, la revuelta tendrá consecuencias mucho peores para la sociedad chilena que antes de esta revuelta. Para mí, Pinochet y Fidel Castro son lo mismo; dos dictaduras que se hicieron contra el pueblo. El modelo sólo puede ser paciente, tranquilo, construido con el tiempo, diría un poco como a la española después del franquismo. La revolución de 1789 condujo a la dictadura de la Convención, luego al aventurismo napoleónico. No tiene sentido hacer una revolución si se va a tener a Maduro o a Bolsonaro al final. El objetivo es tener un Obama, un Mandela o un Gandhi. No un Fidel Castro. ●