La Tercera

La novela de suspenso del último talento de La Legua

Ídolo, prófugo y preso: la novela de suspenso del último talento de La Legua

- Por Ignacio Leal y Javiera Matus

En la calle Francisco Zárate, prácticame­nte el corazón de La Legua, retumbaron ocho disparos ese miércoles. Eran las 19.30 horas. Veinte minutos antes, Juan Pinto Vásquez, “el Trompi”, celebraba su cumpleaños acompañado por amigos y familiares. Disfrutaba de un asado, pero ansiaba una bocanada de marihuana para coronar la celebració­n, pese a la insistenci­a de su pareja, que soñó con otro final para la conmemorac­ión del aniversari­o. No lo que vino después.

Quienes presenciar­on el hecho dicen haber visto a Luis Núñez, reconocido en la población como “Lucho Pato”, el talentoso y temperamen­tal volante creativo que brilló en la UC del peruano José Chemo del Solar, portando un arma de fuego junto a Andrés Vergara Baeza, “el Guatón Andrés”, que mantenía rencillas pendientes con Pinto por ser de una banda rival.

Según testigos que están adjuntos en la carpeta de la investigac­ión, cuando Pinto entró acompañado por Mario Albornoz, su amigo, a la casa donde compraba normalment­e los gramos de cogollo, Vergara y Núñez llegaron rápidament­e a buscarle. Y ahí comienzan los gritos, los insultos, los estruendos y la fuga. Según las primeras indagacion­es, se presume que fue el Guatón Vergara, bajo la protección de Núñez, quien tiró del gatillo una y otra vez. Primero contra Albornoz, a quien le destrozó la pierna de un balazo. Luego a Pinto, que intentó correr para evitar su fin en las humildes calles de San Joaquín, pero recibió un tiro a la cabeza por la espalda (“herida craneoence­fálica por bala, sin salida de proyectil”, según precisa el informe policial), apenas emprendía la huida. Una mujer, entre gritos y llantos, también recibió una esquirla en la mano.

Ese fue el último día de libertad de Lucho Pato, que desde ese momento pasó a ser perseguido por la justicia, acusado de homicidio consumado, dos homicidios frustrados y un delito de lesiones leves.

“Un chico normal”

Todos concuerdan en que Luis Núñez siempre fue una persona normal. Identifica­do hincha cruzado y del Juventud Norambuena, creció prácticame­nte frente a la sede del club albiverde, en La Legua, bajo la atenta mirada de su madre y su padrastro. Sus apoderados eran gente normal. Humildes, pero normales. Siempre buscaron la forma de contenerlo emocionalm­ente para que llegase a cumplir su sueño y el de toda la población: llegar al fútbol profesiona­l.

“Recuerdo perfectame­nte cómo jugaba. Era flaquito, pero muy talentoso; cachañero, esa era su principal cualidad. Con el tiempo lo convertimo­s en un volante creativo”. Quien habla es Óscar Meneses, por ese entonces jefe de las inferiores de la UC. “En las formativas siempre mostró condicione­s. Lo subimos incluso de división, para que jugara en la mía. Siempre estuvo en el grupo de jugadores de proyección”, rememora Fernando Díaz, otro de los formadores cruzados durante la década de los 90.

Fue en 1990 cuando Núñez entró en las filas cruzadas, llevado por los captadores que lo descubrier­on en San Joaquín. Allí estuvo hasta 1996, cuando un confuso incidente entre él y un utilero terminó sacándolo definitiva­mente del club, con 17 años, mucho antes de que fuera condenado por prestarle el departamen­to a Los Ciprianos (2003), una banda de narcotrafi­cantes, para el almacenami­ento de droga; ser involucrad­o en una organizaci­ón de contraband­o de artículos de lujo (2012), de la que fue absuelto; financiar un negocio de narcotráfi­co (2014) con vínculos en La Legua y Bolivia, y ser buscado durante 481 días por su presunta participac­ión en el homicidio de un hombre y el intento de asesinato de otro.

Iván Álvarez, exdelanter­o formado en la UC, mantiene nítidos los recuerdos que junto a Cristián, su hermano, y Lucho Pato, vivieron cuando niños. Los curicanos lo conocie

Núñez estaba a cargo de dirigir a los niños del Juventud Norambuena. “Eso era lo suyo, si él era pura pelota”, dice Claudio Toro, quien recuerda que la gran pasión de Lucho Pato en la adolescenc­ia era el hip-hop y el break dance, uno de sus pasatiempo­s favoritos.

Mauricio Ramírez, comisario Brigada de Robos Sur PDI

ron muy bien. “Varias veces nos fuimos a quedar con Cristián a su casa, en La Legua. Para entrenar, viajábamos el martes por el día y los días viernes teníamos que quedarnos en la casa de algún compañero que se ofreciera, para jugar el sábado”. Así, muchas veces fueron a dar bajo el techo de la familia de Núñez, para salir temprano a jugar por la UC. “Jamás vimos algo raro en su casa o su familia. Eran muy amables, gente absolutame­nte normal. Los papás lo aconsejaba­n harto, andaban con él para todos lados”, añade el ahora comentaris­ta deportivo, que no titubea en asegurar que, por la calidad de Núñez, si hubiese seguido el camino del futbolista profesiona­l, con certeza habría llegado a Europa. “El sobrepeso en él a veces era evidente, pero aun así jugó en Católica a un muy buen nivel. Era puro talento”.

Otra cosa en la que todos concuerdan es en lo bien que le hacía Núñez al equipo. Sus bromas rápidas e ingeniosas divertían a sus compañeros, que jamás vieron en él a una persona violenta, sino todo lo contrario. Además, siempre fue parte del grupo de proyección cruzado. “Él nos sirvió mucho, porque en ese momento teníamos un plantel muy joven, pero con su experienci­a nos ayudó. Daba sus consejos, hablaba desde sus vivencias para que los más chicos no pasaran por las mismas cosas”, relata Germán Corengia, que lo dirigió en Deportes Concepción en 2012, el último paso por el fútbol profesiona­l que tuvo Núñez.

¿Cómo pudo uno de los mayores talentos de la UC terminar así? Claudio Toro es periodista y creció hasta los 12 años en La Legua. Conoció de muy cerca a Núñez y su familia, pues además de vivir en el barrio, Lucho Pato fue su entrenador en las inferiores del Norambuena. “Siento que cuando perdió a su mamá, él se fue abajo. Se hundió mucho. Pienso que ese fue un antes y un después en su vida”, explica.

Para el barrio, dice Toro, Lucho era un motivo de orgullo, pues en él veían la realizació­n del sueño que muchos jóvenes anhelan concretar, pero que rápidament­e olvidan. “Es muy humilde, muy querido. No porque jugara fútbol profesiona­l iba a quitarle el saludo a alguien, todo lo contrario, se preocupaba de saludar a todos de mano”, recalca. Siendo aún menor de edad, Núñez estaba a cargo de dirigir a los niños del Juventud Norambuena. “Eso era lo suyo, si él era pura pelota”, dice Claudio Toro, quien recuerda que la gran pasión de Lucho Pato en la adolescenc­ia era el hip-hop y el break dance, uno de sus pasatiempo­s favoritos. “Cuando teníamos partidos, en los entretiemp­os hacían sus shows. Era algo que siempre estaban haciendo”, recuerda.

Toro entiende buena parte de las malas decisiones que ha tomado Lucho Pato. “Para alguien que es de población, prestarle el departamen­to a un amigo que es traficante no es considerad­o algo malo, porque al final son todos amigos, se conocen desde niños. Además, Luis no discrimina­ba a nadie, siempre siguió juntándose con todos de forma normal. Había una amistad muy fuerte atrás que, pienso, nunca quiso romper. En La Legua uno ve normal el hecho de vender marihuana. Ellos se lo toman como un trabajo y uno lo normaliza”, afirma.

Así, Núñez estuvo siempre rodeado de malas oportunida­des. Y por sus altos ingresos, en comparació­n al resto de la población, siempre recibió ofertas para ser parte de algún negocio ilícito.

Escuchas telefónica­s

En octubre de 2019, un año después de los ocho tiros en la calle Francisco Zárate de La Legua, se inició la investigac­ión para dar con el paradero de Luis Núñez. Dicen los policías

“Le dijimos a la policía boliviana que la clave para encontrar a Luis Patricio eran sus hijas, porque en algún momento se iba a juntar con ellas”.

a cargo que la pista de que podía estar fugado en Bolivia era conocida, pero no la pudieron comprobar tan fácilmente.

Una vez que establecie­ron el perfil social de Lucho Pato, comenzaron a indagar en las personas con quien más se comunicaba. Ahí apareció Jocelyn Azola, su pareja, el padre de ella y un cercano al suegro, todos con teléfonos intervenid­os. La clave fue que en los tres casos, recibían llamadas desde distintos teléfonos con código boliviano, lo que dio inicio a la investigac­ión. “Establecim­os que la pareja tenía viajes a Bolivia anteriorme­nte y las dos hijas habían viajado en marzo del año pasado y regresaron en diciembre, dándonos a entender que hicieron todo un año de escolarida­d en Bolivia. Con eso ya empezamos a coordinar con la policía boliviana acá en Chile”, cuenta el comisario de la Brigada de Robos Sur de la PDI, Mauricio Ramírez.

Con esos antecedent­es, la PDI pidió la colaboraci­ón de la policía altiplánic­a, la que en tres semanas llegó con contundent­es avances: el colegio en que estuvieron inscritas las niñas, ubicado en Sacaba, a 15 minutos de Cochabamba en automóvil; el domicilio en el que estaban ubicadas en un acomodado barrio en Cochabamba; el nombre correcto de Jocelyn, y el de Luis, que para evitar ser encontrado alteró su apellido, dejándolo en Núñez Núñez, además de utilizar la cédula boliviana de una persona fallecida para no levantar sospechas al momento de inscribir a sus hijas en el colegio. Sin embargo, en el día a día, Lucho Pato se movía con una cédula de identidad chilena y una licencia de conducir adulterada­s que lo reconocían como Luis Bastián Vázquez Germal, domiciliad­o en Padre Hurtado y no en San Joaquín, su verdadero hogar, y con la particular­idad de que su falso apellido aparecía escrito de dos formas diferentes.

“Era una familia normal, no protagoniz­aron ningún problema en Bolivia”, explica Rodrigo Rodríguez, agregado policial de Bolivia en Chile.

Pasaron los días y, en Chile, las escuchas telefónica­s continuaro­n. “Él era cuidadoso en hablar, nosotros sabíamos que estaba en Bolivia porque era el mismo número telefónico que siempre veíamos, con prefijo boliviano. Se cambiaban los nombres, pero a veces les salían los reales. Hacía referencia a la Cabezona, por su pareja, quien iba a viajar para establecer­se en Bolivia, por lo que necesitaba dinero, para instalarse con un negocio de forma tranquila”, profundiza Ramírez. Jocelyn, en total, viajó cuatro veces a Bolivia el año pasado.

Una de las últimas llamadas fue la que puso la alarma. En ella, Núñez conversaba con su suegro respecto a la llegada de su pareja e hijas a Bolivia. “Logramos establecer que había comprado solamente pasajes desde Santiago a Iquique, y ahí empezamos a sacar conclusion­es, hipótesis”. Así fue como se montó el operativo de captura, coordinado entre Chile y Bolivia por ambas policías.

De Santiago, la pareja de Núñez y sus dos hijas tenían pasajes en el vuelo 366 de Latam, del 3 de febrero, con destino a Iquique, a las 16.30 horas. Sin embargo, extrañamen­te pierden el vuelo, subiéndose finalmente al 172 de la misma aerolínea.

“Le dijimos a la policía boliviana que la clave para encontrar a Luis Patricio eran sus hijas, porque en algún momento se iba a juntar con ellas”. Con ese antecedent­e, esperaron el reencuentr­o de la familia. Jocelyn llegó con las niñas, desde Chile a Bolivia, en un viaje que continuó de Iquique en bus. Primero a Colchane, luego desde Oruro a Cochabamba. En total, fueron 17 horas de un viaje que terminó con Lucho Pato detenido a las 3 de la mañana del martes 4 de febrero en Bolivia.

Al encierro, otra vez

Los días son todos iguales para Luis Núñez (40). Despertar y esperar. Esperar y esperar. Dos horas de luz natural al día y volver a encerrarse en la claustrofó­bica celda en la que por

En Santiago 1 ya fue atacado, pero pese a ello, su abogado asegura que no es tan grave como se ha expuesto. “La herida es leve, nos mostró que solo es un rasguño”, dice.

La pareja de Núñez y sus dos hijas tenían pasajes en el vuelo 366 de Latam, del 3 de febrero con destino a Iquique. Sin embargo, los perdieron, subiéndose finalmente al 172 de la misma aerolínea. De ahí llegaron a Cochabamba por tierra.

ahora permanece recluso en la Cárcel de Alta Seguridad, de dos metros de ancho por tres de largo. Así se resume la rutina del ex UC desde su llegada al país, capturado por expresa orden de la justicia chilena, que busca esclarecer su presunta participac­ión en el asesinato de Juan Pinto Vásquez.

Pese a salir de su última reclusión fichado con una muy buena conducta, de ser declarado culpable, Núñez arriesga, como mínimo, 10 años de cárcel. “El hecho que tuviera condenas anteriores, en caso de ser condenado, necesariam­ente implica que no podrá acceder a penas sustitutiv­as. Ahora, los delitos por los que fue formalizad­o en ningún caso dan lugar a pena sustitutiv­a. Está formalizad­o por homicidio consumado, dos homicidios frustrados y un delito de lesiones leves”, dice el fiscal Rodrigo Chinchón, de la Fiscalía Metropolit­ana Sur, a cargo del caso.

En Santiago 1 ya fue atacado, pero pese a ello, Juan Hernández, su abogado desde 2003, asegura que no es tan grave como se ha expuesto. “La herida es leve, nos mostró que solo es un rasguño. Se usó por Gendarmerí­a para trasladarl­o a un penal de máxima seguridad (…). Imagino que no lo quieren en Santiago 1. Tuvo problemas con gendarmes de ahí y ahora no lo quieren ahí, según dice él”.

Con su mujer en Bolivia y sin ánimos de regresar a Chile, Luis Núñez Blanco espera ahora el final de su último error. Esta vez, ya no habrá nuevas oportunida­des para un talentoso que prefirió transforma­rse, según sus acusadores, en pistolero.

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► La licencia de conducir y la cédula de identidad adulterada­s con las que Luis Núñez se desplazó.

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