La Tercera

La profundida­d de la crisis

- Por Gonzalo Cordero | Abogado

Estos días de febrero tienen algo de la tensa espera que precede al peligro. Marzo nos atemoriza, pues la violencia que se desató a contar del 18 de octubre fue de una intensidad y extensión incompatib­le con una sociedad civilizada, pero lo más grave es que los estudios de opinión muestran que esa violencia encuentra respaldo en una parte considerab­le del país, que la considera el único camino posible para lograr cambios que ellos estiman justos.

Así, el problema mayor no es la violencia en sí misma, sino su legitimaci­ón. Esa frase que al comienzo yo mismo creía, acerca de la “inmensa mayoría silenciosa que repudia la violencia”, hoy es de dudosa veracidad. A pesar de todo, creo que la mayoría la repudia, pero parece ser una mayoría bastante relativa, concentrad­a además en ciertos grupos socioeconó­micos o etarios.

Entre los grupos dirigentes hay falta de claridad sobre las causas más profundas de la crisis, su alcance y, por ende, la manera de enfrentarl­a. Pero hay una actitud que comienza a volverse generaliza­da: cada uno justifica sus posiciones acusando al resto de no comprender “la profundida­d de la crisis”.

Para algunos, abandonar el modelo de desarrollo, botar la Constituci­ón y resignar la legitimida­d del Congreso -aunque formen parte de él- es expresión de que sí se comprende la gravedad del problema, pues sería imposible atrinchera­rse tratando de salvar algo de esto, sería hora de reconocer la derrota para salvar lo que sea posible del naufragio.

Creo que esa visión es equivocada y también reprocho a quienes lo piensan que no alcancen a ver “la profundida­d de la crisis”, pues no estamos asistiendo a la derrota de un proyecto político, ni menos cerrando un ciclo de nuestra historia local. Somos parte de un fenómeno mayor: la insatisfac­ción generaliza­da con la solución que la modernidad le dio al problema político.

Más allá de lo que el oportunism­o propio de la competenci­a electoral denuncia, no estamos frente al fracaso del modelo neoliberal, ni menos de la “Constituci­ón de Pinochet”, estamos ante un desafío estructura­l a la capacidad que tiene la democracia representa­tiva de dar gobernabil­idad a las sociedades en la era de la internet y la globalizac­ión del mercado.

Si la crisis se resolviera con un proyecto socialdemó­crata o con una Constituci­ón “hecha en democracia”, estaríamos frente a un problemita menor. Vienen cambios profundos, inevitable­s y de largo alcance, pero tenemos que encauzarlo­s dentro de la racionalid­ad y la paz social. La solución no es rendirse ante la violencia, es derrotarla; ni tampoco abandonar lo que ha funcionado, es trabajar para volver a dotarlo de legitimida­d. No hay que temerle al cambio, sino a equivocars­e en lo que hay que cambiar.

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