La Tercera

EL CANON OCHENTERO

- Por Alberto Fuguet

Me preguntan si deseo donar ropa para una venta de garaje. Digo sí, y agrego por wassap que siempre es bueno entrar en modo Marie Kondo. Me insinúan si deseo además liquidar o despejarme de ciertos libros. Yo respondo: tengo dvds. Muchos. Incluso poseo más Criterion Collection de lo necesario. Están en unos cajones de embalar de plástico escondidos al fondo de la bodega. No veo el doble click azul. Silencio. Una pena, tecleo sin esperar, porque durante una época ni tan remota (escribí una época, no mi época, que no es lo mismo) invertí y traté de armar una colección digna, apostar por ciertos autores. Tengo esos dvds de ediciones especiales, que eran objetos en sí mismos. La caja de Antoine Doinel de Truffaut, por ejemplo. Todo lo de Paul Thomas Anderson. La edición definitiva de El club de la pelea y así. Por audio agrego: no sé dónde proyectarl­os; no tengo ranuras. ¿Cómo que no tienes ranuras? ¿De qué hablas?

¿De qué hablo? De dvds, creo. O algo así. Al no tener un reproducto­r, y al no tener ordenadore­s (amo esa palabra, aunque sé que nadie la utiliza), ¿dónde se ven? Criterion, por lo demás, también se dedica al streaming. Es cierto: el dvd aún funciona, pero de manera periférica. Alfonso Cuarón acaba de estrenar en Netflix un making of que dura la mitad de Roma y que lleva a otro nivel la idea de los “detrás de escena” (El irlandés también tiene uno que es un deleite). Pero es cierto: aún el dvd circula, aunque es posible que ya extinguió su capital cultural. Su gracia fue que tenía espacio para más (extras, comentario­s, tráilers), pero ahora que sobra tanto, su gracia original no es tan valiosa. En el mundo pirata, el dvd arrasa por cierto. En Asia, Sudamérica y África se comerciali­zan en puntos de venta informales. Leo que el cine porno y ciertos tipos de películas de nicho siguen vendiendo no pocas unidades de dvds legales, originales, a precios no tan módicos. Pero dicho todo esto, quizás el dvd ha tenido mala vejez. O faltan más años para recordarlo­s o fetichizar­los. Vaya que duró poco. Fue una innovación tecnológic­a corta y en medio de su reinado empezó a competir con su primo el Blu-Ray. Netflix hizo una fortuna despachand­o dvds hasta que decidió abandonarl­os por el streaming y creó un imperio en el camino (pero no la mejor bodega de clásicos).

El vhs tuvo mejor prensa y quizás estéticame­nte tiene algo que remece, pero quizás la verdadera razón es otra: ya ha pasado suficiente tiempo y ciertas películas se asocian a que se vieron o luego apareciero­n en vhs. Vi una serie documental de CNN que intenta ser cinéfila, pero termina más preocupada de abarcarlo todo. La emitió HBO y se llama The movies y está producida entre otros por Tom Hanks y tiene como entrevista­dos a lo más graneado (entre ellos Scorsese y PT Anderson). Me llamó la atención que no sólo se detenía en la época de oro o que le dedican, como debe ser, una hora al cine de los 70, sino que apuestan por la década de los 80 y como si eso no fuera ya algo audaz (o capaz que no) le dedican capítulos a los 90 (sí) e incluso a todo lo que se ha realizado en el siglo 21 (¿no es un poco pronto o ando muy generación X hoy?). Capaz que sí falta distancia. O quizás una nueva manera de mirar el cine y sopesarlo ha surgido y lo pop es justamente no tener distancia. The movies no la tiene y por eso es capaz de celebrar las comedias de Judd Apatow. Estos documental­es algo pasteuriza­dos son adictivos, livianos y finalmente desechable­s y poco tienen que ver con los viajes al pasado hacia el cine americano de los 30 y 40 o rumbo al cine italiano que hizo Scorsese con obras cumbres como Mi viaje a Italia o A personal journey.

Vi además una serie compuesta por documental­es tipo making of de cintas canónicas de los 80. Todo americano, obvio, y todo más vhs que dvd. Se llama Las películas que nos formaron, pero otra posible mirada es aquellos filmes que nos deformaron. Son documental­es para pasar el rato, casi llevan el arte del relleno a un nivel mayor. Con más humor de lo necesario, casi como si los creadores fueran gente que trabajó muchos años en el Canal E y luego no pudieron superarlo. Sin duda se criaron viendo más The E True Hollywood Story que yendo a las multisalas. Lo curioso es que ninguna de las películas selecciona­das son las ganadoras de premios o que tuvieron gran rating crítico. Mal que mal, los productore­s son los mismos de la muy superior Los juguetes que nos formaron. Y hay algo de eso: el cine que vale fue uno juguetón y que uno debía completar. El mensaje tiene algo de verdad: las cintas más claves de esa época fueron las que tuvimos que rellenar con nuestras propias experienci­as y terminaron siendo a la vez personales y colectivas.

Estos documental­es pop livianos apuestan por la nostalgia y los 80/90, pero se saltan todo lo realizado por cineastas supuestame­nte importante­s para hacer una suerte de populismo pop e intentar darles espesor y masa crítica a películas que quizás no la necesitan o incluso no la tengan. Lo fascinante es ver como han crecido cintas como Dirty Dancing o Mi pobre angelito (¿la metáfora de una generación que quedó sola y olvidada en casa?) o Los cazafantas­mas o Duro de matar. Esta es, por cierto, una tendencia.

Hace unos años se lanzó al mercado Life moves pretty fast, de Hadley Freeman, una sagaz comentaris­ta social y crítica pop de The Guardian. Es un libro que va entre la memoria y la deconstruc­ción. Se pudo haber traducido como La vida se va (o se mueve) rápido o algo ligado al concepto del botón del fast forward, pero que al final en España la titularon con una frase hecha en inglés: The Time of my Life: un ensayo sobre cómo el cine de los ochenta nos enseñó a ser más valientes, más feministas y más humanos.

Freeman cree en Dirty Dancing y casi convence. O sí lo hace, pero no sé si logra comprarle que sea una gran película. De que es pro aborto, puede ser, y que es una cinta con una mirada femenina que se adelantó también. También revisa con inteligenc­ia, pero cariño lo que a ella le importa. Lo personal es político, se sabe, y si la gente duda de los políticos y las institucio­nes, ¿acaso no puede prescindir de la máquina crítica y académica? La autora se sumerge en películas tan inesperada­s como La princesa prometida (“el amor verdadero no es un cuento de hadas”), La chica de rosa y Volver al futuro (“nuestros padres son tan complicado­s como nosotros”).

Pero ¿importa que estas cintas no sean obras maestras? Qué implica eso: además. Suena a patriarcad­o, es un poco el argumento. Por qué otros deben decidir el canon. La revista Esquire puso en su último número a Macaulay Culkin que se retiró del cine y el mensaje es: ícono. Sale con una elegante bata arriba de la palabra “fama”. Una fama que trasciende todo y que está atada a ser parte de un momento clave de mucha gente. No está solo y tiene varias casas es como el mensaje subliminal. Mi pobre angelito superó (al parecer) la maldición de ser una estrella pop infantil. No tuvo que inmolarse por nosotros. El artículo es fascinante (Macaulay Culkin no es como tú, se titula) y a cada rato reitera: se salvó. ¿Si él lo hizo, acaso toda una generación tiene una chance? No ha hecho nada en años ni hará, pero no hace falta. La hizo y pasó a la historia. Es, sin duda, canónico.

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