La Tercera

EL HOMBRE FOME

Un día de grabación con el productor que llevó a la cima a Los Tres, Charly y Calamaro

- Por Claudio Vergara, Nueva York

La Tercera estuvo en Nueva York con Joe Blaney, histórico del cancionero anglo, aliado de The Clash y The Ramones, y el hombre tras el álbum Fome, el mismo que Los Tres revivirán este 1 de marzo en el Teatro Municipal.

El productor norteameri­cano Joe Blaney prácticame­nte no habla ninguna palabra en español, ha visitado muy pocos países de Latinoamér­ica, nunca ha estado en Chile y su facha es la de un galán del viejo Hollywood, algo así como un vaquero retirado del cine de cowboys, de silueta alta, delgada, pómulos rojos, mirada aguda, ojos claros y pelo cano, destellos quizás de la definición que hizo Charly García cuando lo conoció a principios de los 80: “era un tipo grande, cool y con zapatitos de leopardo”.

Pese a resultar tan inconfundi­blemente gringo, el neoyorquin­o exhibe una marca que difícilmen­te algún colega hispanoame­ricano podría alcanzar: su rúbrica está inscrita en la historia mayúscula del rock en español y es el hombre tras una parte esencial de las obras maestras lanzadas por el cancionero en nuestro idioma.

“Fue una carrera que nunca quise y que nunca esperé”, se sincera Blaney con La Tercera, en una sofocante noche del año pasado en la Gran Manzana, sentado en los estudios Sear Sound –uno de los más emblemátic­os de la ciudad- y un par de minutos después de haber revitaliza­do por enésima vez su vínculo con el sur del mundo.

En esta jornada de 2019, acaba de producir los últimos dos singles de los chilenos Santaferia, el grupo más exitoso de la nueva cumbia local y que durante 12 horas registró sus composicio­nes en un lugar antaño ocupado por Bowie, Clapton, Dylan o Björk, clientes habituales de un recinto que también en sus paredes tiene fotos de Paul McCartney o un dibujo original de John Lennon cedido por Yoko Ono.

Como un contrapunt­o con todas las estrellas que alguna vez caminaron por estos rincones, el living comedor del estudio, donde los músicos pueden tomar un respiro y relajarse, tiene un aspecto ajado, de vieja escuela, con cajas de pizzas o bolsas de papas fritas que circulan para la alimentaci­ón sobre un mueble de cocina con pequeños vasos de vidrio, cucharas algo oxidadas y un hervidor.

Parece la dualidad por donde siempre se ha balanceado la figura de Blaney: un estadounid­ense fundamenta­l en la historia del rock hispanohab­lante, un tipo crecido en el Nueva York descascara­do de los 70 pero aún con gasolina para adaptarse a los nuevos tiempos, un sobrevivie­nte y un nostálgico que todavía graba con consolas vintage y análogas en un Manhattan donde los estudios hoy se reducen a una cincuenten­a. “Extraño mucho la vieja industria. Hoy no sé si puedo encontrar músicos con actitud y pasión”, se lamenta.

De alguna manera, la responsabi­lidad de todo ese destino profesiona­l recae en un solo hombre y en el día en que tocaron el timbre del lugar donde trabajaba. Ahí empezó el resto de su vida.

No soy un extraño

“En el otoño de 1983, yo trabajaba en los estudios Electric Lady, los más famosos de Nueva York. Charly García en esa época estaba alquilando un departamen­to en el Greenwich Village y compartía mucho tiempo con Pedro Aznar, que también vivía en la ciudad. Un día pasaron por fuera del estudio y llamaron a la puerta, mucho antes de los correos electrónic­os y todas esas cosas. En

tonces, no podías tocar el timbre y llegar y entrar a un estudio: tenías que agendar una cita, hablar con la recepcioni­sta, fijar una hora. Nosotros estábamos trabajando con los Rolling Stones, AC/DC y The Clash, por lo que no podíamos dejar entrar a ningún desconocid­o de la calle”.

Luego continúa: “Cuando Charly llegó con Pedro de improviso, cuando tocó el timbre y dijo que quería grabar acá, la recepcioni­sta por el citófono de inmediato los echó. Pero andaban con un amigo que era un hombre de negocios en Nueva York, por lo que sacaron una gran cantidad de dinero, lo mostraron frente a la cámara de video de seguridad y dijeron ‘tenemos el dinero que ustedes quieran’. Funcionó y los dejaron pasar. Yo no estaba, pero el dueño del estudio después me llamó y me dijo ‘tengo un tipo aquí que quiere grabar y necesito que te encargues de él’. Yo no tenía idea quién era Charly García. Pero terminamos haciendo

Clics modernos”.

El arrebato, la pachorra y la convicción, todo tan propio de los rioplatens­es, precipitó una de las cumbres creativas del argentino –

Nos siguen pegando abajo, No me dejan salir, No soy un extraño, Los dinosaurio­s, Ojos de video tape, todo aparece en ese disco-, lo que después los llevó a trabajar juntos en Piano bar (1984), Parte de la religión (1987), Como conseguir chicas (1989), Filosofía barata y zapatos de goma (1990) y el MTV Unplugged (1995).

“Charly es una de las mentes musicales más brillantes que he conocido en mi vida. Tenía una profunda comprensió­n de la música y de la armonía. De toda la gente del mundo latino, es el más impresiona­nte que conocí como compositor y arreglador. Era glorioso hacer discos con él. En cambio, con Andrés Calamaro nunca estuve muy seguro sí iba a resultar. No estaba seguro si era bueno”.

Tras el éxito de su faena con García, Blaney empezó a ser telefonead­o por otros astros sudamerica­nos: si pudo hacer relucir la genialidad de uno, ¿por qué no iba a conseguirl­o con el resto? En los 90, se unió a Los Rodríguez, la banda argentinoe­spañola comandada por el propio Calamaro. A ellos les produjo Palabras más, palabras menos (1995), convirtién­dose después en el escudero del trayecto en solitario de su cantante, con créditos como productor en sus trabajos más notables, Alta suciedad (1997) y Honestidad brutal (1999).

“Conocí a Andrés en los camarines de un show de Charly. Nos dimos la mano y no fue más que eso, pero él después pidió a su sello que yo trabajara en los discos de Los Rodríguez y en los de él. Era un hombre que siempre quería tocar todos los instrument­os, siempre quería tener todo bajo control. Tuvimos un buen entendimie­nto. Siempre trabajé con artistas que entendían cómo dejarme libre para hacer mi labor, así que siempre hubo buena energía. Pero muchos de ellos ya estaban listos para hacer discos sobresalie­ntes, incluso aunque yo no hubiera estado allí. Quizás fui un catalizado­r, mi experienci­a los llevó a otro nivel, porque soy excelente trabajando con bandas”, precisa Blaney, quien sabe de camarines difíciles: antes de sobresalir en la órbita iberoameri­cana, produjo a The Ramones y The Clash.

“Vaya que eran complejos los Ramones. Muy extraños y había largos períodos en los que no se hablaban”, dice mientras mastica un trozo de pizza. En el ala opuesta, sólo suma alabanzas para Keith Richards, con quien grabó en su era fuera de los Stones. “Era un talento natural, siempre andaba con una guitarra acústica en la mano y las canciones salían de él con enorme facilidad. Tiene los pies en la tierra y no es un cabeza hinchada como Madonna. Es amable con todos, hasta con un taxista. A veces salíamos del estudio, tomábamos un taxi y él se sentaba adelante y se ponía a hablar con el chofer. Nunca dejó que su ego de superestre­lla llegara a su mente”.

Te di te doy todo

El recuerdo afectuoso que tiene de Richards también encaja con una banda chilena. A mediados de los 90, el sello Sony lo contactó para que trabajara en el unplugged que Los Tres grabarían para MTV. Como no los conocía, pidió que le enviaran a casa sus primeros discos, para tener una noción de cómo sonaba ese cuarteto de nombre tan básico como confuso: los álbumes nunca llegaron. Por eso, debió producir casi a ciegas y sin ningún antecedent­e el show desenchufa­do que la agrupación editó en 1996 y que se transformó en la pieza más exitosa de su carrera. Con la confianza ya consolidad­a, un año después produjo Fome (1997), la aventura creativa más elogiada de los penquistas.

“No tengo dudas de que ese fue el mejor momento de ellos”, apuesta y con claro conocimien­to de causa, ya que también participó en todos los discos siguientes de la banda.

“Tenían una química excelente, todos se llevaban muy bien y siempre parecían tener planificad­o cómo querían que sonaran sus canciones. Fuimos a un estudio de lujo, alquilamos algunas cosas y fuimos canción por canción hasta culminar en algo magistral como Fome. La clave en la química de ellos fue que eran una banda de pueblo. Si armas una banda en una pequeña ciudad, tienen que obligadame­nte ser buenos amigos para seguir adelante”.

Casi 23 años después, Los Tres volverán a tocar Fome, en un show amarrado para el 1 de marzo en el Teatro Municipal. Blaney dice que tal álbum es uno de los orgullos máximos de su catálogo. Un cancionero que aún le parece vibrante. Culminada esta entrevista, un fotógrafo chileno presente le pide grabar un saludo para enviárselo a Álvaro Henríquez, quien aún se recupera de un trasplante de hígado que puso en jaque su vida. El estadounid­ense acepta sin problemas. La música pensada y cantada en español sigue merodeando sus días hasta en los detalles más emotivos.

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 ??  ?? ► Los Tres en plenitud de condicione­s, en el período de 1997 en que grabaron Fome, en Nueva York.
► Los Tres en plenitud de condicione­s, en el período de 1997 en que grabaron Fome, en Nueva York.

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