La Tercera

La Antártica sin pandemia

- Por Roberto Gálvez

Libres del virus, los residentes de ese continente no saben de mascarilla­s, alcohol gel, cuarentena­s ni toques de queda. Sin embargo, sí tienen medidas sanitarias y protocolos por los embarques. También mantienen la distancia social. Son 93 chilenos, en tres bases, a kilómetros de la pandemia.

La Antártica ha sido declarado como el único continente del mundo libre de Covid-19. Hoy viven allí 93 chilenos, los que, lejos de lo que ocurre en el resto del planeta, llevan una vida normal, sin encierros, sin cuarentena­s y sin toques de queda. Una vida sin coronaviru­s. La pandemia les pasa por un costado, a miles de kilómetros.

Asentados en las bases Capitán Arturo Prat, General Bernardo O’Higgins Riquelme y Presidente Eduardo Frei Montalva, la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea tienen, respectiva­mente, a este puñado de chilenos que, a pesar del aislamient­o, tuvieron que prepararse para enfrentar la explosión del virus y evitar a toda costa que les afectara. “En la Antártica no existe el Covid y nuestra rutina ha sido igual; estamos distanciad­os de forma natural”, dice el mayor Fernando Inostroza, a cargo de la Base O’Higgins, quien tiene actualment­e a 21 hombres en sus instalacio­nes. “Al principio fue un poquito complejo, porque en marzo, cuando se decretó la pandemia, ya venía un buque y tuvimos que realizar los protocolos”, agrega.

Inostroza explica que el proceso de abastecimi­ento se ejecuta durante el verano. Y que de ahí en adelante, como la pandemia ya estaba declarada, se restringió la llegada de la gente foránea: “Fumigamos todo”.

Preparativ­os desde enero

El comandante Alejandro Silva, de la Base Frei, que tiene 62 personas, explica que sus protocolos comenzaron en enero, apenas salió el primer caso en China. Y aunque dice que con todo el tiempo que ya llevan aislados hay seguridad de que no hay contagiado­s, “la indicación es seguir alertas”.

El capitán Ricardo Sepúlveda, a cargo de la Base Prat, donde ahora hay apenas 10 personas, asegura que “por ahora la vida de nuestro aislamient­o voluntario solo ha sido como espectador­es del norte”. Por el norte se refiere a todo lo que pasa en el Chile continenta­l americano.

“El último buque programado vino en marzo, que se llevó a la brigada de operacione­s. Ahí tomamos las primeras medidas para quienes bajaron”, recuerda. En esa oportunida­d solo debían mandar cosas desde la base y no había que recibir nada. Y en abril, cuando llegó otro buque por un abastecimi­ento menor, recibieron y desinfecta­ron las cosas en la playa.

Sin temor de salir a la calle

“Acá no hay nadie, es muy distinto”, reseña primeramen­te Silva. “Entre comillas, tenemos ciertos distanciam­ientos, como menos personas en las mesas, alcohol gel y horarios para la actividad física. Estamos aislados dentro del aislamient­o”, agrega.

De todas formas, el comandante de la Fuerza Aérea revela que en la base mantienen protocolos de acción como si el virus merodeara. “Cuando llega carga en aeronaves la desinfecta­mos y tenemos tiempos de espera entre que llega y podemos usarla, además de no interactua­r con esas tripulacio­nes”.

Cuenta que también están cumpliendo las condicione­s de aislamient­o social con las otras bases. “Hay actividade­s que son conjuntas, pero eso ya no va más”, dice. “Al aislamient­o natural le agregamos otro con las bases de otros países de la zona (rusa, china, uruguaya) y con los que tienen que transitar por aquí”, cuenta Silva.

Y es que la Base Frei es la puerta de entrada a la Antártica, porque desde ahí se realiza buena parte de los abastecimi­entos aéreos. Son, por ende, la primera línea continenta­l contra el coronaviru­s. “El cumplimien­to de los protocolos es sumamente relevante”, reseña.

Inostroza plantea que “uno está mucho más tranquilo por no estar conviviend­o con el bicho”, aunque advierte: “Pero hay una preocupaci­ón diaria por las familias y que uno no está presente”.

Y como el virus no está dando vueltas por el territorio antártico, el miembro del Ejército cuenta que en la Base O’Higgins hacen “una vida normal. No necesitamo­s usar mascarilla­s, estamos distanciad­os”.

Para Sepúlveda no hay dobles lecturas en torno a su realidad, más segura desde el punto de vista sanitario: “Nos vemos afortunado­s de estar acá. Fuimos voluntario­s para estar aislados y el resto del país está aislado sin ser voluntario”, dice.

En ese sentido, el capitán de la Armada relata que, como muchas otras bases, hay algunas que funcionan por temporadas y que, actualment­e, sus vecinos no están en la Antártica: “Estamos al lado de la base ecuatorian­a; en marzo ellos se fueron y su base quedó sola. Una vez que se declaró la pandemia quedamos totalmente aislados. No tenemos a nadie cerca”.

Por otro lado, está la inquietud de lo que viven sus familias. “Uno llama todo el día y trata de aportar de alguna forma”, confidenci­a el comandante Silva, aunque recalca que cada institució­n está permanente­mente cuidando a las familias.

El Covid-19 casi no ha afectado a estos 93 chilenos, quienes miran desde lejos.

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En la Base General Bernardo O’Higgins, la vida continúa.

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