La Tercera

Un país en la anomia

- Roberto Méndez Escuela de Gobierno UC

El acuerdo “Por la Paz Social y una Nueva Constituci­ón”, firmado en la angustiosa madrugada del 15 de noviembre, sigue vigente. Allí, la gran mayoría de los partidos representa­dos en el Congreso (no todos, hay que decirlo) se comprometi­eron a implementa­r un camino institucio­nal para recuperar la paz interna, amenazada por el violento fenómeno social de octubre. Quizás decirlo hoy constituye pura obviedad, pero aquí va: el acuerdo continúa vigente; no tanto por que vaya a ser la panacea a todos nuestros dolores, ni por que sea palabra empeñada que es necesario honrar. El compromiso sigue vigente, simplement­e porque para enfrentar la grave crisis de octubre, es lo único que tenemos.

En aquel momento incierto, hoy suspendido, pero no superado, el acuerdo fue el único camino posible que el sistema político fue capaz de imaginar para salvar los muebles de un orden que se derrumbaba ante una imparable ola de saqueo, incendios y violencia.

Aunque vigente, cuando ceda la angustia de la peste, el acuerdo de noviembre será cuestionad­o. Ya hay señales. Lo más peligroso, a mi juicio, el argumento cada vez más extendido, de que ya no existe un orden, pues la anomia es nuestra nueva realidad; vivimos en una sociedad sin normas, los acuerdos no son vinculante­s y la Constituci­ón que nos rige es un “cadáver” (F. Atria). Algunos actores políticos oficialist­as, por populismo o simple ignorancia, contribuye­n alegrement­e a la demolición.

Defender el marco institucio­nal, el imperio de la ley, y el diálogo como medio de alcanzar acuerdos, está siendo cuestionad­o. En reciente columna (Ciper), mi colega UC Juan Pablo Luna, describe esta actitud como “ritualismo”. O peor, de representa­r un nefasto “radicalism­o de centro, de fanáticos del diálogo y de los acuerdos”.

La mera existencia de grupos indignados, individuos cuyo proyecto es la disrupción y la destrucció­n, se yergue como justificac­ión moral para la anomia y para echar por la borda las normas de vida en común. A los “extremista­s del diálogo” se les acusa de “no entender nada” de las necesidade­s de las personas.

Creo que esta exaltación de la anomia, unido al derribamie­nto o ridiculiza­ción de cualquier institucio­nalidad posible, será el más grave obstáculo para el cumplimien­to del acuerdo constituci­onal (una institució­n en sí mismo). El sistema político debe conservar algún atisbo de legitimida­d, la institucio­nalidad mínima necesaria para poder encauzar este camino.

La anomia de algunos siempre genera anomia en otros. Asusta decirlo, pero en la historia ha sido así: si tú no cumples, yo tampoco. Y ahí está el nudo del peligro, la amenaza de algo que ya vivimos y que arrasó con nuestra institucio­nalidad por décadas.

Mi confianza, mi apoyo, así como sospecho el de la mayoría de los ciudadanos, está con esos “fanáticos del diálogo y el acuerdo”. Por favor fanáticos (éstos, solo éstos), a no ceder.

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