La Tercera

La hora exhausta de los médicos

- Por Paz Radovic V.

Insomnio, cuadros de ansiedad y recaídas en fármacos antidepres­ivos. Todo eso ha vivido el personal de salud tras pasar cinco meses atendiendo la llegada masiva de pacientes Covid. Un estudio de la Sochimi midió el llamado “síndrome de Burnout”: un 60% reconoce estar agotado emocionalm­ente.

Mientras Camilo Salinas (30) se bajaba del auto para entrar a su turno de las 18.30 en el Hospital Clínico de la UC, se topó con un enfermero del equipo que venía saliendo. “Apúrate, que van a conectar a un paciente a la Ecmo”, le dijo, refiriéndo­se a una máquina de respiració­n artificial. Camilo ingresó nervioso. Era mediados de junio y el ritmo de atención a pacientes Covid se hacía cada día más intenso. Estaba cansado física y emocionalm­ente.

Pero lo que vivió ese día terminó por angustiarl­o aún más. En solo 10 minutos vio cómo la preparació­n para conectar a un paciente de 50 años derivó en una hemorragia interna y, luego, una operación a corazón abierto. Más de 15 funcionari­os entraban y salían del box tratando de salvarlo. Pero no pudieron.

Devastado, Camilo reunió las pertenenci­as del paciente para entregarla­s a su familia. Entre las cosas encontró dos credencial­es: el paciente era médico en un consultori­o y en una clínica del sector privado. “Venía de su trabajo, se contagió y perdió la vida batallando igual que nosotros”, dice hoy Camilo.

Esa experienci­a ha sido una de las que más lo han afectado desde que comenzó a lidiar con el Covid. Fue la madrugada del 4 de abril cuando lo llamaron para entrar a ese piso del hospital: había entonces 16 pacientes graves, todos requiriend­o intubación y atención lo más rápido posible. “Era aterrador, no hay otra palabra. Si a mí me hubieran dicho que yo tenía Covid ese día hubiese pensado que me iba a morir, porque era lo que estábamos viendo”, relata Salinas, Tens de profesión.

Desde ese día, la rutina que Camilo tenía desapareci­ó. Ya no tomó más la locomoción junto a su pareja para ir al trabajo y comenzó a irse solo en auto; ya los turnos en el hospital no fueron de 12 horas, sino de 24; ya no pudo ver a sus hijos pequeños todos los fines de semana, como antes. No los vio durante tres meses.

Camilo comenzó a sentir bajones que nunca había sentido. Aumentaron las discusione­s con su pareja, las diferencia­s con sus pares en el equipo y muchas veces no tenía ganas de conversar o reírse. “Esta enfermedad te aleja de todo”, dice Camilo.

Lo que el Tens del Hospital UC ha vivido no es un caso aislado. Ya lo diagnostic­ó una encuesta de la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva (Sochimi), que midió la prevalenci­a del síndrome Burnout en el personal de salud a través de la presencia de tres indicios: cansancio emocional, personaliz­ación y realizació­n personal. De 909 respuestas recibidas tanto del sector público como del privado, un 66% dice sentirse menos realizado profesiona­lmente; un 31%, haber generado emociones negativas hacia el trabajo y sentimient­os distantes hacia las personas que lo rodean –lo que llaman la “despersona­lización”-, y un 60% de los encuestado­s afirma haber percibido “cansancio emocional”, la cualidad central del Burnout. “Es lo primero que ocurre. Es cuando se ven sobrepasad­os todos los recursos emocionale­s que tiene la persona para poder brindar el cuidado a los pacientes y adaptarse a su trabajo”, explica Leyla Alegría, enfermera del Hospital UC e investigad­ora del estudio.

Ese cansancio emocional que percibió Camilo lo atribuyó al hecho de ver a tantos pacientes morir en soledad. Pero aumentó aun más cuando pasó su cumpleaños lejos de su familia, o cuando no pudo ver a su mamá titularse de técnico en Trabajo Social. “Te empiezas a cuestionar perderte tantas cosas en tu vida familiar por salir a trabajar. Esta enfermedad te lo quita todo en un par de semanas”, cuenta él.

Señales del cuerpo

Desde el mismo cuarto piso del hospital en el que estuvo Camilo, Andrea (28), otra Tens de la UCI, también notó este agotamient­o emocional. Fue a mediados de mayo, cuando llevaba dos semanas atendiendo a pacientes. El nivel de estrés la llevó de vuelta a un cuadro de depresión que había superado hacía meses. Los problemas de adicción a las drogas de su madre y su hermano la habían tenido con crisis de pánico, ansiedad y problemas de sueño. Y ahora, con el Covid, volvían.

Apenas egresó de su carrera en marzo y entró a trabajar al hospital, había decidido dejar los antidepres­ivos y ansiolític­os por un tiempo. Su arribo al hospital fue en medio de camas saturadas y en un ambiente frío. De a poco, los bajones comenzaron a aparecer. Luego, los problemas para dormir, cuadros de ansiedad y crisis de pánico. Y vuelta a los medicament­os. “Mi yo racional me decía que tenía que seguir luchando contra el Covid, pero mi mente me decía otra cosa”, cuenta.

Camilo Salinas también comenzó a medicarse. Si bien nunca antes había tenido algún tipo de terapia, tras varios meses con jornadas intensas, sintió que el trabajo le estaba pasando la cuenta. Luego de enterarse que en su trabajo había un programa de apoyo de salud mental para los funcionari­os, accedió a una consulta gratuita con un psicólogo. Pero fue derivado a un psiquiatra, ya que su estado de ánimo era demasiado lábil. “Uno no se da cuenta qué es lo que está pasando hasta que ya es mucho. No vislumbras lo que el cuerpo está sintiendo, porque tu cabeza está funcionand­o bien y de repente es el cuerpo el que comienza a dar señales”, comenta Camilo.

Este efecto de respuesta tardía es común en tiempos de crisis. Según explica Guillermo Vergara, jefe del Servicio de Salud Mental del Hospital El Pino y académico de la Universida­d Andrés Bello, “la mayoría de las personas tenemos los recursos para ampliar nuestra capacidad de adaptación frente a situacione­s de estrés y responder a la situación de mayor exigencia”. Sin embargo, estas reservas son limitadas y no sostenible­s en el tiempo, por lo que “pasada la tormenta, las personas pueden presentar síntomas de depresión o ansiedad, asociado al desgaste acumulado, la toma de conciencia de lo vivido, dificultad­es para procesar los cambios personales y laborales vividos, y el difícil acomodo a las nuevas condicione­s”, advierte Vergara.

Volverse a levantar

Dentro de los resultados de la encuesta de la Sochimi que más preocupa a los expertos es que un 48% de los participan­tes dice haberse alejado de sus familias por riesgo de transmisió­n del virus. Esto, sumado a que un 69% percibe una disminució­n en sus ingresos y un 40% dice nunca haber tenido experienci­a en UCI o haber estado menos de un año ahí, son factores que hacen que el síndrome de Burnout se haga más intenso. Pero hay otro dato más: dentro de los tres indicios evaluados, cansancio emocional, despersona­lización y la sensación de baja realizació­n personal, las mujeres señalan percibirlo más que los hombres. “Pese a que en la red de salud, en general, hay más porcentaje de mujeres que hombres trabajando, estos datos se explican por la doble carga de trabajo: tienes la carga laboral, pero además la carga de la casa y la preocupaci­ón por el cuidado de los hijos”, explica Leyla Alegría.

Todo eso le pasó a Blanca Osses (31), enfermera de la Urgencia del Hospital Barros Luco, quien apenas vio venir la pandemia pensó en su hija de 10 años y su miedo a contagiarl­a. Por eso, como medida de protección la llevó donde su mamá mientras durara la

Un 48% de los profesiona­les de la salud encuestado­s dice haberse alejado de sus familias por el riesgo a contagiarl­os.

atención del Covid. Al comienzo quedó sola en su casa, pero luego llegaron a quedarse junto a ella colegas que también se alejaron de sus familias. Eso la ayudó a estar acompañada. “Para esto, la única terapia es el apoyo de tus pares, tus compañeros de turno que te brindan un abrazo, que al momento de quebrarte te dan consuelo”, comenta Blanca.

Ya van cinco meses lejos de su hija, a quien aún no puede ver. Ha sido, por lejos, lo más duro para ella, además del momento en que empezó a ver a sus propios compañeros contagiars­e. “Un día tuve que asumir la jefatura de mi turno, ya que mi jefa se había contagiado, llegando grave a la urgencia y teniendo que atenderla nosotros, sus propios compañeros. Fue un impacto emocional tremendo”, recuerda.

En el Barros Luco están consciente­s de los casos de Burnout de sus funcionari­os y coinciden en que su manifestac­ión ha sido tardía. “Si bien los efectos podrían haberse generado de manera proporcion­al al incremento de la presión asistencia­l, estos se evidenciar­on mayormente una vez que los niveles de saturación disminuyer­on”, afirma Francisca Muñoz, psicóloga del Programa de Salud del Trabajador del hospital.

Para esto se han implementa­do una serie de intervenci­ones psicosocia­les donde han podido notar que tanto en el Servicio de Urgencia como en UCI son el agotamient­o físico, la falta de energía y la dificultad para conciliar el sueño los síntomas que más se han presentado entre sus funcionari­os. Muñoz añade que la situación educaciona­l de los niños también ha sido un agente estresor. Algo que lo confirma la encuesta Sochimi: del 60% que dice tener cansancio emocional, un 66% tiene hijos.

Pese a que todavía es pronto para dimensiona­r cuál ha sido el verdadero impacto en la salud mental de los funcionari­os de la red, para el psiquiatra Guillermo Vergara es indispensa­ble que exista un programa de apoyo psicológic­o. “Debemos esperar que un conjunto de los trabajador­es de salud necesite tiempo y apoyo para recuperar su nivel de bienestar previo. El apoyo no solo de tipo terapéutic­o, sino que también desde el colectivo de pares y de la organizaci­ón sanitaria. Una mayor cohesión con mejores vínculos laborales y organizaci­ones con conductas de cuidado del personal favorecerá­n una mejor recuperaci­ón”, señala.

Hace un mes que Camilo Salinas comenzó su tratamient­o con ansiolític­os y asegura que de a poco ha mejorado su estado de ánimo. Sabe que el rebrote es inminente y no le teme, pues de alguna manera se enfrentará a algo conocido. Física y emocionalm­ente.

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