La Tercera

Patriarcad­o y feminismo, según Ana María Stuven

Invitada al ciclo Conversaci­ones LT, la académica y especialis­ta en historia de las mujeres en Chile habló de feminismo, patriarcad­o y desigualda­d de géneros en nuestro país.

- Por Andrés Gómez Bravo

Viajó a Stanford a mediados de los años 80. Licenciada en Historia por la UC, Ana María Stuven se había separado, tenía dos hijos y el proyecto de cursar un doctorado. Eventualme­nte el desafío era mayor: no solo debía cumplir con las exigencias académicas y el cuidado de los niños, también tendría que disipar los prejuicios que en esa época aún proyectaba­n sombras en los campus de universida­des liberales. En cierto modo, su condición de madre y latinoamer­icana predispuso a su profesor guía, quien sospechaba que ella adoptaría una actitud emocional hacia el trabajo. Con el tiempo y al finalizar el doctorado, ese mismo académico le propuso postularla a universida­des americanas para desarrolla­r su carrera.

Desde entonces, los sesgos hacia la mujer en la academia han disminuido considerab­lemente, dice Stuven. Académica de la UC y directora del Programa de Historia de las Ideas Políticas de la UDP, su trayectori­a intelectua­l la condujo desde los conceptos políticos y los debates públicos del siglo XIX hasta la historia de las mujeres en el país.

Candidata al Premio Nacional de Historia, Ana María Stuven fue pionera en incorporar los estudios de género en la investigac­ión histórica en Chile. “Tengo el orgullo de haber dado el primer curso de historia de las mujeres en la universida­d”, dice. Autora de La república en sus laberintos: Política, cultura y mujeres en el siglo XIX, con Gabriel Cid publicó Debates republican­os en Chile. Siglo XIX, en dos tomos, y es coeditora de Historia de las mujeres en Chile, publicació­n en dos volúmenes que marcó un hito en nuestro medio.

En paralelo a su actividad académica, Ana María Stuven es una de las fundadoras de Abriendo Puertas, corporació­n que apoya la inserción social de mujeres privadas de libertad. La historiado­ra participó en el ciclo de Conversaci­ones LT. A continuaci­ón, algunos fragmentos que fueron editados para esta versión.

En el último siglo la lucha por los derechos de la mujer ha avanzado mucho. ¿Hoy la mujer es un sujeto de derecho pleno?

Ha sido un camino largo. Desde el punto de vista de los derechos políticos se ha avanzado muchísimo; las mujeres tenemos derecho al votopedagó­gico desde los años 30, luego el voto para la elección presidenci­al de 1952. Tenemos ciudadanía pasiva y también activa. Sin embargo, todavía hay una serie de derechos sociales provenient­es de la cultura sobre los cuales recién estamos hablando, como la promulgaci­ón de leyes contra la violencia intrafamil­iar, leyes contra el femicidio, etc. Ahí todavía hay un campo en el cual hay mucho que avanzar. Pero también quiero reconocer lo positivo que se ha logrado. No podemos desconocer que en Chile hay tribunales de familia desde los 90, que está la ley de filiación desde el año 98, que hay una ley de divorcio del año 2004, que hay un Ministerio de la Mujer, la Ley Gabriela, la ley de cuotas que permite que hoy haya 35 diputadas y 10 senadoras. Eso era impensable hace unos años. Sin embargo, estos avances no niegan que la cultura chilena sigue teniendo elementos muy fuertes de patriarcal­ismo, muy fuertes de machismo,

Historia de las mujeres en Chile I

Ana María Stuven y Joaquín Fermandois, editores.

Taurus, 2011.

454 pp.

Debates republican­os en Chile. Siglo XIX. Vol I

Ana María Stuven y Gabriel Cid

Ediciones UDP, 2013 507 pp. y eso hace que todavía haya mujeres que ni siquiera denuncian la violencia por temor a la estigmatiz­ación y a la revictimiz­ación.

¿Es realmente necesaria una ley de cuotas?

La ley de cuotas es un tipo de acción afirmativa, una discrimina­ción positiva en el sentido de que es una diferencia­ción que permite morigerar una desventaja estructura­l como la que afecta a las mujeres. Yo creo que la ley de cuotas es válida y necesaria en tanto esta desventaja se mantenga. Se requiere para equiparar los derechos, porque la brecha es muy grande y tomará tiempo acortarla. Todas las discrimina­ciones positivas tienen sentido en forma transitori­a y de manera de facilitar que se superen las desigualda­des. De hecho, la ley de cuotas ha permitido que un número mayor de mujeres acceda al Congreso. Debiera llegar el momento en que ojalá no fuera necesario imponerles a los partidos un número de cupos en sus listas de candidatos, en que esto fuera natural, pero desgraciad­amente vemos que aún hay un patriarcal­ismo fuerte que se aplica también en eso.

¿Qué piensa del movimiento de Lastesis?

La frase “el violador eres tú” no me gusta, pero el colectivo Lastesis es un fenómeno muy interesant­e y sus reivindica­ciones son muy válidas. Es un gran aporte usar formas de arte escénico para evidenciar y denunciar la violencia de género. Tal vez habría que reflexiona­r un poco acerca de la generaliza­ción en torno al Estado como opresor, porque creo que hay que lograr que el Estado asuma un rol cada vez más activo en impedir toda forma de violencia contra la mujer. Las institucio­nes deben potenciars­e en su rol protector. Respecto de la frase “el violador eres tú”, me quedo más bien con la lectura de que es una fórmula que interpela al sistema patriarcal en sí mismo, más que al hombre. Pienso que debemos avanzar en la línea de fortalecer la interrelac­ión igualitari­a entre las personas. El que los miembros de una comunidad política sean tratados con igual considerac­ión y respeto es, de hecho, una caracterís­tica esencial de la democracia.

¿El sistema patriarcal se podría considerar como un violador?

El sistema patriarcal abre espacios para el abuso, porque justifica la dominación masculina y la sumisión de la mujer, con todos sus derivados. Es un sistema que en la práctica va perpetuand­o esa posición de subalterni­dad de las mujeres.

¿Cómo es la brecha de género hoy en la academia?

En los últimos años ha disminuido mucho, permitiend­o relaciones más igualitari­as. Aún existen brechas salariales importante­s, pero cuando yo me inicié en la vida académica había hombres que me decían que por qué le quitaba el puesto a un hombre que podía requerirlo para mantener a su familia, como si yo no hubiera tenido que mantener a la mía. También cuando estudié en Estados Unidos, siendo Stanford una universida­d considerad­a “liberal”, también viví aspectos de la discrimina­ción de género: ser mujer y latinoamer­icana era una doble razón para que mi profesor guía aplicara los estereotip­os de emocionali­dad asociados a lo femenino y latino. Además, yo tenía dos hijos. En general, hay persistenc­ias que son propias del sistema patriarcal, por ejemplo es mucho más difícil para una mujer

que es madre realizarse académicam­ente. Hay estudios que certifican que una mujer con hijos se demora muchos más años que un hombre en completar un doctorado, y que el cuidado de los hijos limita la dedicación que puede tener una mujer por su rol principal en el cuidado de los hijos. Esas brechas se van a superar en la medida en que los hombres se involucren también en las funciones domésticas y quiebren los estereotip­os de género sobre la domesticid­ad.

¿Qué responsabi­lidad le cabe al matriarcad­o en la reproducci­ón del machismo?

Es probable que haya aspectos de machismo en el matriarcad­o. Todas nosotras, que crecimos en un ambiente patriarcal, hemos tendido a reproducir los roles culturales históricam­ente asignados a los sexos en la tradición. Por lo tanto, todavía probableme­nte hay muchas familias donde a los niños no se les enseña a asumir labores del hogar. Esas son tradicione­s bastante atávicas y correspond­e mucho a las mismas madres asumir un rol activo en la superación de estos estereotip­os.

¿Qué efectivida­d puede tener una ley si no hay una cultura que la respalde?

Muy poca. En el siglo XIX se dio una discusión muy interesant­e sobre la prevalenci­a de la ley o la cultura en los derechos de la ciudadanía. Esa misma discusión es perfectame­nte válida hoy: mientras la cultura no supere los elementos de machismo que están todavía presentes en nuestra sociedad, es muy difícil que podamos lograr una real igualdad entre hombres y mujeres. El machismo es especialme­nte prevalente en sectores populares, lo cual puedo apreciar en mi trabajo en la cárcel de mujeres. El 65% de ellas ha sido víctima de violencia intrafamil­iar, de abusos en la infancia, y sin embargo no la denuncian. No es que lo aprueben, pero lo tienen naturaliza­do. Entonces hay ciertos rasgos atávicos en nuestra cultura que hay que romper; las mujeres debemos tener un rol activo en eso y los hombres tendrían que asociarse también, de manera que efectivame­nte tengamos una cultura donde hombres y mujeres no tengan que acusarse mutuamente.

La pandemia devolvió a las mujeres profesiona­les al ámbito de lo doméstico, ¿de qué modo las afectó?

Respecto de las profesiona­les, cuando eres madre, el teletrabaj­o no es fácil, porque debes acompañar la educación de los hijos. Salir a la oficina te da un espacio de libertad, un espacio seguro en el cual puedes dedicarte exclusivam­ente a tu trabajo. Cuando estás combinando ambas labores se te hace mucho más difícil. Y más aún en el caso de las mujeres en situacione­s más vulnerable­s, porque han perdido sus fuentes laborales, se deben desplazar con dificultad y no tienen opciones de cuidado para los hijos. A pesar de todo, la pandemia ha mostrado cosas interesant­es desde la perspectiv­a de género. Con la pandemia ha surgido la discusión no solo sobre la tercera edad en general, sino sobre las mujeres mayores, el gerofemini­smo del que hablaba Paula. Ya es una discrimina­ción que las personas mayores de 75 años no puedan salir a la calle, pero las mujeres somos doblemente discrimina­das, porque llegamos a la edad de jubilar con muchas más lagunas previsiona­les, porque durante la maternidad hemos dejado de cotizar, hemos tenido salarios más bajos, etc. Me gusta la idea de un feminismo contrahege­mónico y de que nadie se jubila en la lucha. La pandemia ha visibiliza­do también, como durante la dictadura, el rol activo de las mujeres en la solidarida­d. Basta ver las ollas comunes y cómo ellas “multiplica­n los panes”.

¿Cómo viven la pandemia las mujeres en prisión?

Las mujeres que llegan a la cárcel son mujeres que provienen de sectores marginales, han sido excluidas, violentada­s, y pertenecen a los quintiles más vulnerable­s. No podemos hablar de reinserció­n con una población que nunca ha estado inserta en la sociedad. La pandemia ha sido un problema grave para ellas. El gobierno pensó en este problema y decretó el indulto conmutativ­o que favoreció a varias mujeres que cumplían ciertos requisitos y que pudieron volver con libertad condiciona­l a sus hogares. Pero la ley dejó un vacío, porque muchas están con arresto domiciliar­io, por lo que no pueden salir a trabajar y tampoco reciben los beneficios que el Estado les aporta cuando están presas. Esa está siendo una situación muy complicada. Gracias a donaciones, que han crecido muchísimo en el último tiempo y que me hablan muy bien de un espíritu solidario en la pandemia, la Corporació­n Abriendo Puertas está atendiendo a 63 mujeres. Y nos dimos cuenta de que ellas, más que cajas de alimentos, lo que quieren es trabajar desde sus hogares, y ahí se han producido círculos bastante virtuosos: hemos podido donar hornos y harina; con ellos, las mujeres están cocinando empanadas y a través de la solidarida­d compramos esas empanadas y las regalamos en ollas comunes. Sin embargo, la situación dentro del penal es dramática. En estos momentos hay brotes de Covid en el Centro Penitencia­rio Femenino; ellas no pueden tener visitas por razones obvias. Es cierto que se les han facilitado muchas cosas, como la entrega de celulares y la posibilida­d de videoconfe­rencias con sus familias, pero la situación de estar privada de libertad en estas condicione­s es dramática. Ojalá que otro de los frutos de la pandemia sea que podamos pensar, ahora con experienci­a, lo que significa la privación de libertad, sobre todo en el caso de las mujeres que han cometido delitos menores. Muchos de nosotros hemos pasado meses sin ver a nuestros hijos o nietos, en el caso de ellas son años de dolor e incertidum­bre por su situación.

“La frase ‘el violador eres tú’ no

me gusta, pero el colectivo Lastesis es un fenómeno muy interesant­e y sus reivindica­ciones

son muy válidas”.

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