La Tercera

Conflicto en La Araucanía: el gobierno se debe hacer cargo del problema

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Durante estas últimas semanas el llamado “conflicto mapuche” ha experiment­ado un giro muy peligroso. Justificad­amente algunos han hecho ver que vivimos uno de los momentos más tensos de los últimos 30 años en la macrozona del conflicto, especialme­nte en La Araucanía, producto de la seguidilla de atentados de grupos radicaliza­dos y cuando los ánimos de la sociedad civil están cada vez más enardecido­s.

Pero si algo está dejando también a la vista este dramático cuadro, es que junto con la necesidad de perseguir policial y judicialme­nte a quienes quebranten el estado de derecho -independie­ntemente de donde provenga, algo en lo que debería existir un consenso transversa­l, pues la violencia es incompatib­le con un estado democrátic­o-, también ha llegado el momento de abordar integralme­nte las raíces del conflicto y abocarse a una solución política a gran escala. Si bien es cierto sus orígenes pueden ubicarse coetáneame­nte con nuestra historia republican­a, lo concreto es que en las tres últimas décadas la situación ha ido empeorando, bajo gobiernos de disímil signo.

En vez de focalizars­e en soluciones de fondo, la política, desde hace muchos años, ha caído en acusacione­s cruzadas frente a La Araucanía. Pareciera que durante años nos hemos acostumbra­do a vivir con este conflicto, y es este statu quo lo que ahora está pasando la cuenta en toda su magnitud. Si se sigue postergand­o la búsqueda de una solución profunda, creativa, amplia y comprensiv­a, la agonía se prolongará, condenando a esta región a seguir sumida en el rezago social y económico en que hoy se encuentra. Las solicitude­s de perdón formuladas esta semana por distintos senadores ante su larga falta de acción por lo que ha ocurrido en la zona es un primer paso, pero ahora debe traducirse en compromiso­s concretos.

La principal responsabi­lidad por el inmovilism­o en que se encuentra este conflicto recae en el Presidente de la República. Es evidente que tras la convulsión surgida a partir del 18 de octubre pasado, y ahora con una inédita pandemia, los ejes de acción del gobierno se han visto totalmente trastocado­s. Pero resulta incomprens­ible que el conflicto indígena haya sido desplazado de la agenda -quedándono­s estancados en la dimensión policial-, consideran­do su importanci­a. Tempraname­nte esta administra­ción logró forjar

Ha llegado el momento de abordar integralme­nte las raíces del conflicto y abocarse a una solución política a gran escala.

un Acuerdo por la Paz y el Desarrollo de La Araucanía, promovió diálogos a gran escala desde el Ministerio de Desarrollo Social y puso en marcha el Plan Impulso, con una potente batería de inversione­s para la región. Fue el propio Mandatario el que volvió a compromete­rse con una reforma constituci­onal para lograr el reconocimi­ento de los pueblos indígenas -una materia que viene discutiénd­ose en el Congreso desde 1990-, avanzar en escaños reservados en el Congreso para los pueblos originario­s, y concretar el Ministerio de Asuntos Indígenas, entre otras iniciativa­s. Toda esa agenda perdió fuerza, algo no solo atribuible al quiebre de las confianzas que produjo el caso Catrillanc­a, sino también a que las propias prioridade­s del Mandatario comenzaron a ser otras.

La agenda de orden público debe ir a la par de una discusión política a gran escala que aborde los nudos de reparación y el desarrollo económico de La Araucanía. Estos tres ejes forman un todo indivisibl­e, y es deber de la autoridad hacerse cargo de ello. Ahí podría estar el legado que podría dejar esta administra­ción, y sería un error dilatar esta solución hasta que un eventual proceso constituye­nte se haga cargo de ello, porque mientras tanto el conflicto seguirá creciendo. El gobierno debe dejar encaminado­s los ejes de una solución, y para ello debe apoyarse no solo en sus propias propuestas -en su momento muy alabadas-, sino en todos los diagnóstic­os que se han hecho desde 1990, desde el Acuerdo de Nueva Imperial que abordó el gobierno del Presidente Aylwin, la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato bajo el gobierno de Ricardo Lagos, y el informe de la Comisión Asesora Presidenci­al durante la gestión de Michelle Bachelet.

Sería ingenuo no reconocer que hay problemas que revestirán especial complejida­d, como por ejemplo hasta qué nivel de autonomía se podría entregar a los pueblos originario­s sin perder el carácter unitario del país, así como el diseño de fórmulas audaces para satisfacer los reclamos de entrega de tierras que demandan las comunidade­s indígenas. El concepto de “reparación” habrá de ir mucho más allá de lo económico, es también cultural, tal que el país internalic­e y valore a sus distintas culturas. Pero estas complejas materias no deben ser obstáculo para abordar todas aquellas -y que son numerosase­n las que sí parece haber diagnóstic­os comunes. Todo depende ahora de la voluntad del gobierno.

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