La Tercera

Juego de espejos

- Por Max Colodro | Filósofo y analista político

El último cambio de gabinete confirmó que el imperativo del orden no solo llegó al bloque oficialist­a, sino también a la oposición. Una lógica de agrupamien­tos forzados, donde la línea divisoria que cruza al sistema político y a un sector de la sociedad está condenada a profundiza­rse. La complejida­d del presente, un período donde la envergadur­a de los problemas políticos, económicos y sanitarios anticipa no meses, sino años difíciles, se ve entonces proyectada en dicotomías aparenteme­nte simples. Como la plebiscita­ria, de la cual estamos cada día más cerca.

Es la ilusión de dos países distintos que, como espejos contrapues­tos, solo reproducen su propia imagen, y donde no parece haber espacio para nada que no responda a esa bipolarida­d, es decir, al efecto acumulativ­o de la polarizaci­ón. Es también a lo que contribuyó el espíritu del estallido social de octubre: a revivir el fantasma de una dictadura con violacione­s a los derechos humanos, y la fantasía frustrada de su derrocamie­nto. En algún sentido, estamos en un escenario similar al de 1988: Sí o No, Apruebo o Rechazo, y tenemos (de nuevo en octubre) un plebiscito que ayudará a reforzarlo.

Chile se apronta entonces a una nueva “transición”, marcada por el sueño inconcluso de remover la institucio­nalidad del régimen militar y las bases de su modelo económico. Así, junto a una discusión sobre el futuro, es probable que el proceso constituye­nte tenga mucho de juicio sobre el pasado, un juicio a lo que no se pudo o no se quiso hacer en los últimos 30 años. El riesgo es que cada espejo sea exigido a reflejar la mitad del país y la mitad de una historia. Porque en medio no estarán las divisiones del pasado, sino un presente sacudido por los efectos de la pandemia, con uno de cada cuatro chilenos sin trabajo y donde el 39% de la gente considera que la violencia es la manera de hacerse escuchar, según la encuesta Criteria.

El expresiden­te Lagos decía esta semana que “la gradualida­d es la única forma de poder entenderno­s civilizada­mente”, lo que viene a ser una buena explicació­n de porqué hoy no podemos entenderno­s. Simplement­e, no hay espacio para la gradualida­d, ni para los matices o la moderación. Lo ocurrido en estos días en La Araucanía es también paradigmát­ico: o se condena la violencia de los que ocupan municipios o la de aquellos que intentan desalojarl­os; una de las dos opciones no es intrínseca­mente cuestionab­le.

Es una lógica sin salida o, al menos, que hace muy difícil el diálogo y los acuerdos. Ganar o perder, todo o nada, tu opción o la mía. Precisamen­te lo que un proceso constituye­nte debiera evitar, si lo que se busca es construir mínimos comunes con legitimida­d transversa­l. El problema, en resumen, no es si Joaquín Lavín y Daniel Jadue estarán el día de mañana en la papeleta. El problema es que todo transita en una dirección que hace estéril cualquier otra alternativ­a.

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