La Tercera

¿Usted comprende?

- Por Daniel Matamala

¿Usted comprende?”. Eso le preguntó el expresiden­te Lagos a la jueza Gloria Ana Chevesich cuando ella lo interrogab­a por la corrupción en el MOP. Es una pregunta del mundo al revés, del interrogad­o a la interrogad­ora, y la contó el propio Lagos, hace unos días, en una entrevista en La Tercera. “Yo le decía: “¿Usted comprende?”. La vez que me interrogó le hice esta pregunta: “¿Usted entendió alguna vez de qué se trataba esto?”. Le dije: “¿Usted entendió la magnitud de los negocios que se hicieron en mi período?” (…). Fueron miles de millones de dólares. Se encontró un caso de corrupción”.

Chevesich no entendía. La jueza creía que su trabajo era investigar delitos, no admirarse por “la magnitud de los negocios”. Y eso que trataron de explicarle. El presidente de la Corte Suprema la citó a su casa para expresarle la preocupaci­ón de “altos personeros de gobierno”. El ministro de Justicia la bautizó como “la señora MOP”.

Lo que hoy Lagos revela con sinceridad brutal, al hablar de “la magnitud de los negocios”, usted sí lo comprende. Y lo comprende porque, como el Chapulín Colorado, lo sospechó desde un principio.

Lo que se presentaba como consensos, eran miles de millones de dólares. Lo que se exaltaba como gran política, eran negocios.

Volvamos al presente. En columnas, editoriale­s y cartas al director se repite la pregunta de “¿cuándo se jodió Chile?”. Y ese lamento cuenta esta historia:

“Chile vivió una edad de oro desde 1990. El crecimient­o fue alto, la pobreza se desplomó, el acceso a la vivienda y a la educación universita­ria se dispararon e, incluso, la desigualda­d se redujo un poquito (todo lo cual es verdad). Eso fue posible por una generación de líderes virtuosos que priorizaro­n los acuerdos y las políticas de alta calidad técnica”.

Hasta que se acabó, por la acción de algún agente patógeno (el populismo, el chavismo, los alienígena­s). Así, de un golpe de imaginació­n, se exculpa a quienes han dirigido la vida social en las últimas décadas.

Lo que esta fábula omite es que en esa supuesta “edad de oro” estaban todas las semillas de lo que vendría. Chile no descarriló; simplement­e siguió el curso lógico de ese pasado que algunos añoran con nostalgia.

La clase política de la transición no fue mejor ni peor que otras: fue hija de su tiempo. Cuando la torta crece a un 7% anual, como ocurrió en los 90, la estrategia predominan­te dentro de una élite es la colaboraci­ón, que permite acuerdos mutuamente beneficios­os.

Chile creció exportando recursos naturales y permitiend­o que esas rentas fueran capturadas por privados. Esto funcionó mientras los recursos fueron abundantes; las leyes ambientale­s, laxas, y las comunidade­s afectadas, impotentes. Pero fatalmente las leyes del cobre bajarían, la pesca se agotaría, la industria forestal consumiría el agua, y en un país con mayores ingresos las comunidade­s locales comenzaría­n a resistir la depredació­n.

Nunca hubo una estrategia para pasar a una fase 2 usando el impulso de esa fase 1, capturando las rentas para invertirla­s en innovación pública y privada. Los Apolo llegaron a la Luna con un cohete propulsor que daba un primer impulso. Cuando se quedaba sin combustibl­e, un segundo cohete se activaba, y así. Chile quería llegar a la Luna, pero con un solo cohete. Desarrollo era sinónimo de represas más grandes, plantacion­es de pino más extensas y minas más profundas. Progreso era pasar de Ralco a HidroAysén.

Eso, usted lo comprende, no fue mera negligenci­a. La captura de rentas y el monopolio son el estado ideal de las cosas para quienes disfrutan de él, y así se entienden acuerdos como el de 2003: aumentar el IVA y eximir de impuestos la compravent­a de acciones.

Claro, los especulado­res bursátiles sí estaban en esa negociació­n. Los chilenos que hasta hoy pagan un 19% adicional por cada kilo de pan, no.

Así, Chile fue descendien­do en los indicadore­s de productivi­dad, inversión en investigac­ión y desarrollo, competitiv­idad y complejida­d económica, año tras año y gobierno tras gobierno.

La torta dejó de crecer y apareció el juego de suma cero. Para agrandar mi trozo tengo que quitarle al del lado. Y si los trozos están repartidos de manera muy desigual, el conflicto se vuelve la estrategia dominante, como lo muestra para el caso de Estados Unidos Thomas Edsall en su libro Age of Austerity.

Creció el conflicto y, como la eficiencia era la única fuente de legitimida­d del sistema, esta se derrumbó. Si el orden de las cosas es vivido como un invento de “ellos” (los políticos, los tecnócrata­s, los “peces gordos”), y no una construcci­ón de “nosotros”, es tolerado sólo mientras sea eficiente.

Y por eso para gran parte de los ciudadanos todo este lamento sobre cuándo se jodió Chile no significa nada. Según la última encuesta Criteria, el 76% cree que “las movilizaci­ones tienen consecuenc­ias positivas y ayudan a que las cosas mejoren”, y reaccionan frente a ellas con “entusiasmo” (54%) y “alegría” (42%), mientras rechazan mayoritari­amente la violencia y los destrozos.

No hay fatalismo sobre el futuro porque tampoco hay idealizaci­ón del pasado. Ese paraíso perdido fue también un espejismo de arreglos cupulares, verdades a medias y pecadillos inconfesab­les.

Eso, usted lo comprende.

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