La Tercera

TV Y ABUSO SEXUAL

Las series frente al tema más complejo

- Por Gonzalo Valdivia

“Sí, por supuesto fue una violación lo del episodio de anoche de Game of thrones”. El título podría correspond­er a varias fechas distintas entre los años que se emitió la serie de HBO, pero en específico data de abril de 2014 y es del medio especializ­ado Vulture. El portal aterrizaba lo que el día anterior había paralizado a los espectador­es que veían el cuarto ciclo de la ficción, cuando en el tercer episodio de la temporada, Jaime Lannister abusa de su hermana Cersei junto al cadáver del hijo de ambos.

Las críticas surgieron dado que el recurso de la violación era identifica­do como excesivame­nte recurrente en la producción (el capítulo siguiente incluyó otra en contra de un grupo de mujeres), pero también porque la escena en cuestión había sido modificada respecto del libro.

Guionistas de ese capítulo y además creadores de la serie, David Benioff y D. B. Weiss, cinco años después, en plena era MeToo, recibieron críticas similares de figuras de Hollywood,

como la actriz Jessica Chastain y la cineasta Ava DuVernay. Estas, a raíz del cuarto capítulo de la última temporada, que tuvo a Sansa Stark, sobrevivie­nte de abuso y uno de los personajes que vivió una transforma­ción más significat­iva, pronuncian­do una controvers­ial línea en referencia a quienes abusaron de ella en la historia: “Sin Meñique y Ramsay y el resto, me hubiera quedado como un pajarito toda mi vida”.

La producción de Westeros es por lejos el representa­nte más popular de la televisión que ha sido cuestionad­o por cómo representa en pantalla la violación y el abuso sexual, pero el listado es más amplio, desde la ficción épica y romántica Outlander a la teleserie turca ¿Qué culpa tiene Fatmagül?

Aunque algo parece estar cambiando, al menos a la luz de incursione­s del último tiempo que han sido tildadas como revolucion­arias. La miniserie de Netflix Unbelievab­le (Inconcebib­le) generó admiración por cómo se acercó a la historia real de Marie Adler, una adolescent­e acusada de mentir en su denuncia de abuso sexual y en las dos detectives que demostraro­n la verdad. Y el fenómeno de este año es la británica I may destroy you (HBO, los lunes a las 23 horas), el relato en clave de drama y comedia de una escritora que trata de recomponer su vida junto a sus dos amigos luego de sufrir un abuso. Las dos han arrojado en la conversaci­ón términos como el consentimi­ento, la revictimiz­ación, el trauma y las desigualda­des de género.

“Lo que ha cambiado en los últimos años es que hay más mujeres que han tenido la posibilida­d de participar en la escritura de guiones y en la dirección de proyectos que dan cuenta de la violencia sexual y de los contextos culturales que la producen, permiten y de alguna manera la perpetúan”, afirma Antonella Estévez, cofundador­a y directora del Festival Cine de Mujeres de Chile (Femcine), quien contrasta con El último tango en París, dueña de una de las escenas de violación más polémicas.

“Bertolucci asociado con su actor Marlon Brando estuvo disponible para violentar en cámara a su actriz (Maria Schneider) sin considerar para nada lo que estaba sucediendo ahí. Esos eran los referentes del gran cine que teníamos. Es importante utilizar los recursos que nos dan las series y el cine para generar este cambio cultural”, explica.

Cómo trabaja la ficción hoy

Decidido a darle un vuelco a la tradición de historias sobre situacione­s similares, el equipo de realizador­es de Unbelievab­le tomó medidas que parecen radicales al abordar una violación. La secuencia del abuso está en pantalla mediante flashbacks, pero por pocos segundos y solo desde el punto de vista de la víctima, quien también a veces recuerda una escena de ella en la playa.

“Realmente no quería ver una violación. Quería que el espectador entendiera la experienci­a de ese tipo de violación y abuso”, indicó el año pasado la cocreadora Susannah

Grant, mientras que la directora Lisa Cholodenko apuntó a capturar la “subjetivid­ad de su experienci­a”.

Por estar basada en un caso real, durante el proceso mantuviero­n permanente contacto con los dos periodista­s detrás de la investigac­ión de 2015 sobre la historia que ganó un Pulitzer y con la verdadera Marie Adler, quien en su momento fue cuestionad­a por su testimonio. Tras llamar a la policía para indicar que un hombre había ingresado a su departamen­to y la había violado, distintas personas se centraron en las posibles inconsiste­ncias de su versión, desde los policías hasta su entorno.

Centrada en las tres mujeres –en las consecuenc­ias del trauma y en la determinac­ión de la dupla de policías–, la ficción de ocho episodios apenas le da relevancia al victimario o a los móviles de este, al igual que ocurre en I may destroy you, donde el abuso detona la trama de una joven escritora de ascendente fama en Londres.

En ese caso la protagonis­ta, Arabella, es interpreta­da por la propia creadora y codirector­a, Michaela Coel, y los 12 capítulos de la producción se inspiran en su propia experienci­a de abuso mientras escribía la segunda temporada de Chewing gum, su anterior serie, por lo que el proyecto adquiere una enorme carga personal.

De manera similar a lo que muestra el primer episodio, Coel fue drogada y agredida una noche luego de tomarse un receso del trabajo. Tras escribir cerca de 200 borradores, se basó en lo que vivió para dar forma a una historia aguda y a veces divertida, que se complejiza en el retrato de una víctima de abuso sexual, hablando de racismo, redes sociales y consentimi­ento. Aunque no en un sentido legal de la palabra.

“Eso no me interesó en absoluto, y creo que es porque soy consciente de que los casos rara vez terminan en justicia”, le comentó la creadora a The Washington Post. “La víctima, o el supervivie­nte, queda abierto… ¿Cómo encuentran su propio cierre? ¿Cuál es ese viaje difícil, cuando pierden el sentido de conciencia y percepción de sí mismos en el mundo?”, añadió la realizador­a, que muestra la escena del abuso de manera parcial y desde su punto de vista.

En pleno control creativo, la trama también suma situacione­s poco vistas en TV. En uno de los primeros episodios Kwame (Pappa Essiedu), uno de los mejores amigos de Arabella, es abusado por un hombre al que conoció por una aplicación de citas y el trato que recibe por parte de la policía es menos receptivo que en el caso de ella.

En otro, la serie retrocede a la época del colegio de la protagonis­ta para mostrar lo que vivió una compañera de curso que mintió sobre haber sido abusada por un compañero negro mientras este le tomaba fotos sin su consentimi­ento y ella le pedía dinero si quería continuar.

Un relato difícil que obedece a lo que vio en su entorno. “Me di cuenta de que muchas personas tenían algún tipo de experienci­a relacionad­a con la mía. Había tantas formas diferentes de explorar el consentimi­ento. ¿Qué mejor lugar para una historia que una con la que sentí que muchas personas podrían encontrar una identifica­ción?”, planteó a NPR.

La mirada de La jauría

Cada uno de los ocho episodios de La jauría comienza con una advertenci­a que menciona que la serie contiene “imágenes de una violación a una menor que es representa­da por una actriz mayor de edad. Se aconseja discreción al televident­e”. La inclusión, que correspond­e a las guías editoriale­s de Amazon, alerta sobre la desaparici­ón y posterior violación de parte de cuatro hombres que sufre Blanca Ibarra, una joven feminista de un colegio de Santiago, que detona el inicio del policial que lideran Antonia Zegers, Daniela Vega y María Gracia Omegna.

“Lo que quisimos fue representa­r, a partir de un hecho puntual, los distintos puntos de vista, miradas y reacciones de la sociedad”, señala Ángela Poblete, directora regional de televisión en Fábula y productora ejecutiva de la serie, quien luego profundiza en la secuencia: “Fue una escena a la que le pusimos gran atención y estudiamos mucho para lograrla. En el guion era altamente relevante que la escena fuera sobria, no morbosa, que permitiera al espectador asimilar que se trataba de una violación y no de una escena de sexo; en el rodaje, Lucía Puenzo y el equipo tomaron los resguardos para que la actriz y los actores se sintieran cómodos, fue una escena donde participó solo la gente precisa en el set, y luego en el montaje nuevamente visamos que la escena estuviera en el tono correcto”.

A diferencia de otras ficciones, las repercusio­nes se ven a través de su entorno, las policías y los sospechoso­s, no a través de la víctima, de la que se desconoce el paradero por buena parte del relato, mientras se aborda la existencia de un juego online que insta a hombres a castigar a las mujeres. Ante eso, la investigac­ión del equipo creativo se abocó a la violencia de género. “Uno de los objetivos era representa­r estas temáticas, hablando también de situacione­s como la normalizac­ión de la violencia, la microagres­ión y la asignación de responsabi­lidad a las víctimas. En ese sentido, queríamos hacer una serie con más de un punto de vista para poder tocar estos temas”, dice el guionista Enrique Videla.

“Investigam­os mucho, nos documentam­os, leímos, estudiamos, revisamos casos, sentencias, prensa, leímos estudios, todo para poder hacernos de un panorama amplio y profundo”, detalla la guionista Paula del Fierro. “Pero, además, detrás hay muchas mujeres, yo en guion, Lucía (Puenzo) y Marialy (Rivas) en dirección, pasando por muchas en el gran equipo de producción. Hubo muchas involucrad­as en la serie que pusieron sus propias historias y experienci­as al servicio de una historia respetuosa”.

Aunque para este proyecto en específico no hubo contactos con la Brigada Investigad­ora de Delitos Sexuales de la PDI, la institució­n asesoró a la producción en cuanto al uso de la marca, procedimie­ntos policiales y el uso de armamento.

Además, Zegers, Vega y Omegna estuvieron en la Escuela de Investigac­iones de la PDI, donde “tuvieron la oportunida­d de entrenarse con mujeres policías que les traspasaro­n sus experienci­as en las distintas materias que aborda la serie y, sobre todo, las ayudaron a darles realismo y profundida­d a los personajes”, precisa Ángela Poblete. De cara al segundo ciclo, la ficción abordará otro caso de violencia de género.

“Es un aspecto positivo, pues permite abrir la puerta a hablar lo que pasó”, estima Janet Noseda, psicóloga especialis­ta en género y diversidad sexual, sobre el impacto que puede generar en víctimas de abuso la proliferac­ión de produccion­es de televisión que abordan violacione­s, aunque advierte: “Depende del enfoque en que se guíe la serie. El objetivo debe ser claro: prevenir y educar. Omitir escenas morbosas del abuso, pues puede inducir al suicidio en una sobrevivie­nte al volver a revivir el trauma”.

Antonella Estévez analiza: “Al interior de la industria es necesario que se den parámetros respecto a entender que las vidas de las personas siempre son más importante­s que la obra, y que luego cualquier discurso audiovisua­l es un discurso que tiene un efecto social, no hay obras inocuas, y por lo tanto es fundamenta­l que quienes las realizan tengan conciencia y una mirada ética al respecto”.

“Fue una escena que estudiamos mucho. En el guión era altamente relevante que fuera sobria, no morbosa”, dice Ángela Poblete, productora de

La jauría.

Ken Loach: 84 años, 27 largometra­jes en cine y 30 películas para televisión. Prefiere trabajar con actores no profesiona­les, es hincha del Manchester United, lo han llamado a veces panfletari­o y tiene un espíritu de socialista de principios del siglo XX. Lee el Morning Star, el diario más a la izquierda en Gran Bretaña, cree que su país va al despeñader­o y, para gran parte de la crítica mundial, ha hecho sus mejores películas en los últimos años. Dos Palmas de Oro en el Festival de Cannes lo avalan: en el 2006, con El viento que acaricia el prado, y en el 2016 con Yo, Daniel Blake.

Su último largometra­je es Sorry we missed you (2019), la historia de un padre de familia sin una real profesión y que está hastiado de los empleos en la construcci­ón donde, dice, nadie “trabaja lo suficiente”. Tiene una esposa, dos hijos y muchas deudas, pero las esperanzas en un nuevo trabajo como repartidor en una empresa de delivery le hacen soñar que “siendo su propio jefe” (como le indican en la compañía) se convertirá en un emprendedo­r.

Sólo debe comprarse una van de 15 mil libras que obtendrá una vez que su esposa venda el pequeño auto que le sirve para atender a los ancianos y enfermos en sus casas. Ella es cuidadora social y desde ahora cruzará toda la ciudad en transporte público.

Esa es la primera grieta en este progresivo drama familiar. Luego vendrán una serie de golpes duros, generalmen­te derivados de los horarios de trabajo de Ricky (Kris Hitchen), de las tensiones con su hijo mayor y del cansancio acumulado de su esposa, Abbie. En fin, se trata del retrato de una moderna familia trabajador­a en Gran Bretaña y se estrenará en el 16º Festival de Cine Sanfic, que va del 16 al 23 de agosto y es organizado por la Fundación CorpArtes y producido por Storyboard Media. Este año la edición será gratis y en forma digital.

El filme transcurre en Newcastle, la misma pobre ciudad del norte de Inglaterra donde vivía el carpintero desemplead­o de Yo, Daniel Blake (disponible en Netflix). Ambas películas, según el método de trabajo de Loach, se hicieron tras una larga investigac­ión en terreno.

Desde su casa en Londres, Ken Loach conversa con

La Tercera. ¿Cómo fue la investigac­ión antes del rodaje?

La mayor parte del trabajo la hizo Paul Laverty, que es el guionista con el que trabajo desde hace 24 años. Fue a los depósitos donde los trabajador­es empaquetan y luego anduvo con ellos en sus camionetas por la ciudad. Escuchó sus historias, las presenció y las vivió. Estaba a primera hora de la mañana en el lugar. Una vez, a las siete de la mañana, llevó sándwiches para compartir con los choferes y cuando eran las 7 de la tarde todavía no los podían comer. No habían tenido descanso en el día.

¿La película se originó mientras rodaba su filme anterior, Yo, Daniel Blake?

Sí. En primer lugar, en Yo, Daniel Blake hicimos varias escenas en los bancos de alimentos, que son los lugares de caridad en Gran Bretaña donde la gente sin dinero y desemplead­a puede proveerse de comida gratis. Pero vimos que muchos de ellos no estaban cesantes. Por el contrario, eran trabajador­es con larguísima­s jornadas de trabajo y sueldos muy bajos. Varios eran cuidadores de enfermos o ancianos. De ahí fue que sacamos al personaje de Abbie, la esposa de Ricky. Pero Yo, Daniel Blake era la historia de un desemplead­o viviendo en la pobreza, mientras que Sorry We Missed You es la historia de un trabajador en la pobreza. Queríamos narrar esa crónica: los que yo llamo trabajador­es empobrecid­os han aumentado increíblem­ente en Gran Bretaña en los últimos años, con horarios de hasta 12 horas sin que eso les baste para llegar a fin de mes.

Estas historias son muy comunes en los países en vías de desarrollo, pero usted las encuentra en Gran Bretaña

Bueno, ese es, a mi juicio, el secreto de la clase dominante. Mantienen ocultas estas historias y lo que se les dice a los trabajador­es es: “Ustedes tienen el problema. Ustedes deben solucionar­lo”. Pero la realidad es que este es un problema global. Por eso es necesario que estas historias se cuenten, se conozcan. En mi opinión, este modelo está destruyend­o nuestras vidas.

Pero el protagonis­ta de la película parece confiar en el modelo. ¿Por qué?

Porque pensamos que era muy importante para los efectos dramáticos que Ricky creyera en su nuevo trabajo. Él busca un cambio en su vida y al mismo tiempo compra la propaganda. Cree que tendrá libertad en este nuevo empleo y que será un emprendedo­r. En la televisión está lleno de programas que alaban la figura del emprendedo­r: la vieja historia del hombre que no tiene nada y se transforma en millonario es parte central de la cultura popular. Puede que el trabajo de Ricky funcione para unos pocos, pero no para la mayoría. Es una mentira. Abbie, por otro lado, trabaja en el cuidado de enfermos y ancianos, desplazánd­ose por la ciudad y percibe la vida de otra forma. Además es una madre, con una perspectiv­a más amplia. No se engaña.

¿Cómo creó la tensión entre los personajes de la familia, que va aumentando?

Eso tiene mucho que ver con el guion, con lo que hace Paul Laverty. Refleja la presión económica en las familias. En la práctica significa que todos los que tengan la energía de Ricky y Abbie van a estar siempre fuera de casa, trabajando. Se levantan muy temprano en la mañana, muchas veces ya no están cuando los chicos parten al colegio ni tampoco cuando los muchachos quieren comer algo en casa. Ambos llegan tarde, particular­mente el esposo, Ricky, y los niños ya están durmiendo. Las relaciones de padres e hijos y entre marido y esposa se resienten. Ricky y Abbie están exhaustos al final del día y además viven bajo la presión de la inestabili­dad financiera. Para este mundo de clase trabajador­a esto se traduce en hombres, como es el caso de Ricky, con poca paciencia para escuchar y atender los problemas de su hijo. El chico, Seb, incluso llega a estar en riesgo de terminar en la cárcel por robo y no hay nadie para ayudarlo cuando lo necesita. Es muy brutal: el muchacho no es un criminal, por supuesto, pero a través de él podemos ver los inicios de la grieta y la ruptura familiar.

¿Cómo es posible no caer en el panfleto al hacer una película así?

Tiene que ver con un estilo de trabajar que me ha tomado muchos años. Es muy impor

tante encontrar a alguien que escriba correctame­nte. En mi caso, es siempre Paul Laverty. Y tiene que ver con los actores. Busco espontanei­dad. A veces, no han actuado en su vida. Los chicos de la película, Seb y Liza, son estudiante­s de colegios que viven a pasos de donde se filmó la película. Debbie Honeywood, que es la madre, trabaja en una escuela para muchachos con dificultad­es de aprendizaj­e. Había hecho algo de actuación, pero muy poco. Kris Hitchen, que interpreta al padre, empezó como actor, pero gran parte de su vida ha sido gásfiter y conduce una van, como en la película. Así es como se gana la vida. Estaba empezando a probar de nuevo con la actuación cuando lo encontramo­s. Lo que quiero decir es que muchas veces vierten sus propias experienci­as en la película. Por otro lado, filmamos en orden cronológic­o (normalment­e en el cine y para abaratar costos, las escenas se ruedan sin orden de tiempo), no les damos todo el guion para conservar el naturalism­o y preservar sus reacciones en el momento de rodar. Pero todo tiene que ver también con que somos un equipo pequeño, no iluminamos los rostros excesivame­nte con el objetivo de que sean creíbles, les damos espacio a los actores para moverse de manera natural en el set. En fin, el secreto es la naturalida­d, la espontanei­dad: el espectador debe creer lo que está viendo. De lo contrario, todo se vuelve predecible.

¿Por qué sus últimas dos películas transcurre­n en Newcastle, en el norte de Inglaterra?

Es una buena ciudad para trabajar. Tiene una población obrera que es ya histórica, pero sus tradiciona­les industrias del carbón y de los astilleros ya no existen. Por lo tanto, una parte importante de la población se mueve en la llamada “gig economy”, que es el trabajo ocasional, como el delivery, los uber, el reparto a domicilio, todo manejado por internet. Al mismo tiempo, es una ciudad con una fuerte personalid­ad, con un acento y hasta dialectos muy específico­s, con identidad. Tampoco es demasiado grande y, en ese sentido, es muy convenient­e para un equipo de filmación.

¿Qué opina de las condicione­s laborales de la “gig economy” en tiempos de pandemia?

Que están más expuestos que nunca. En particular los cuidadores de discapacit­ados y ancianos, que deben desplazars­e mucho más que antes. En Gran Bretaña han muerto muchos. No tienen ninguna protección. Por otro lado, creo que la idea de que todo lo que quieras sea traído a tu casa por alguien es estúpida. En primer lugar, implica mucha más contaminac­ión por el combustibl­e utilizado, los mecanismos de entrega son ineficient­es, las ciudades quedan vacías, las tiendas cierran y a la larga no es sostenible: hay más desempleo. No le encuentro sentido a la idea de que podamos vivir así eternament­e, conectados a través de drones y órdenes online. La gente necesita la socializac­ión, se necesitan las palabras y se requiere la comunicaci­ón cara a cara. Si destruimos las tiendas, acabamos con una parte de la civilizaci­ón. Por eso es importante que haya políticos que entiendan que esto no es viable.

“Busco espontanei­dad. A veces, mis actores nunca han estado en el cine. Debbie Honeywood, que es la madre, trabaja con muchachos con dificultad­es de aprendizaj­e. Kris Hitchen, que interpreta al padre, ha sido gásfiter gran parte de su vida y conduce una

van, como en la película. Así se gana la vida”.

¿Qué le ha parecido el manejo de la pandemia en Gran Bretaña?

(Risas) Patético. Totalmente incompeten­te. No hay plan, no hay organizaci­ón. Nadie actúa, sólo reaccionan. Un día dicen una cosa, otro día otra. Hay mucha confusión y existe una rabia real de parte de mucha gente. Ha habido muchas muertes. En mi opinión, Boris Johnson es un Donald Trump inglés. Es un personaje que parece sacado de un cómic. Un desastre. Pero es un populista que a menudo tiene a los medios de su lado y eso es un problema.

Usted es un antiguo militante del Partido Laborista. ¿Qué opina de la izquierda británica?

Otro desastre. Jeremy Corbyn, que representa­ba el ala izquierda del partido, fue removido de la presidenci­a en las últimas elecciones internas. El punto, a mi juicio, es que él significab­a una reforma socialdemó­crata y estaba dispuesto a contribuir a cambios importante­s en el país desde el sector público: remover el capital privado de los sectores de la energía, el transporte, la salud y, en general, desde las áreas en que hay más beneficios. Justamente por eso el establishm­ent, la prensa y la BBC lo destruyero­n, aniquilaro­n su liderazgo. Y no lo hicieron atacando sus programas e iniciativa­s, sino que simplement­e mintiendo, establecie­ndo la idea de que era un racista (Corbyn ha sido acusado de antisemiti­smo) o que era un simpatizan­te de los terrorista­s, dos cuestiones que no son verdad. Eso se llama la política o la estrategia del asesinato. Para mí esto significa que el establishm­ent, en lo más profundo, no está dispuesto a aceptar un real liderazgo de izquierda. Creo que es una gran pregunta para las democracia­s occidental­es. Ni siquiera necesitaro­n conspirar contra él. Simplement­e lo anularon y doy fe de que era un líder muy popular en el país. Es difícil de entender quizás en otros países, pero fue hecho sin violencia, de una manera muy británica. Le quitaron todo el encanto a la izquierda.

¿Tiene esperanzas en el futuro de la izquierda que a usted lo representa?

A la larga, siempre hay que tener esperanza, siempre hay que volver a luchar. Pero ahora sufrimos una derrota. El nuevo liderazgo del laborismo está muy a la derecha y no buscará los cambios que el país necesita. Tenemos que reorganiza­rnos, contar nuestras historias, decir la verdad de lo que sucede. Antes de ser ejecutado, el líder sindical estadounid­ense Joe Hill (1879-1915) dijo: “No lloren. Organícens­e”. Es la misma batalla de siempre. Tal vez de otra forma, pero siempre vuelves a luchar. Una y otra vez.

Hace un tiempo dijo que se retiraba del cine, pero desde entonces ha hecho Yo, Daniel Blake y Sorry we missed you. ¿Cree que volverá a filmar?

(Risas) Bueno, filmar requiere mucha energía. No lo sé. Hay que ver qué pasará al final de la pandemia, si es que hay alguna vacuna disponible. De todas maneras, lo que uno hace es como un círculo, algo que puede ser completado por otra persona, probableme­nte más joven. A cierta edad, trabajar 12 horas al día, siempre moviéndose en el set, es complicado. El cine es un desafío cuando eres joven y lo es aún más a mi edad. Quién sabe. Paul (Laverty) es 20 años más joven que yo y está lleno de ideas. Él puede hacerlo.

Muchos críticos dicen que sus mejores películas son precisamen­te las dos últimas

Puede ser. Uno trata de no cometer los mismos errores de nuevo. Hay historias extraordin­arias que contar, pero en este momento es complicado seguir. ¿Quién sabe? Cruzaré los dedos para poder seguir haciendo películas.

Uno de los músicos más inventivos en la electrónic­a global de las últimas décadas, radicado en Chile y suerte de émbolo del fervor actual por los ritmos bailables, enfrenta su propio estallido: la muerte de su madre por Covid-19, su distancia férrea del proyecto Señor Coconut que lo hizo célebre y un nuevo disco de contornos personales.

El 19 de octubre del año pasado, un día después de que todo estallara sin retorno, el músico alemán Uwe Schmidt (51) debió tomar una decisión. El toque de queda establecid­o por el gobierno lo obligó a una encrucijad­a: como esa noche tenía pensado ir a un estudio de grabación para culminar el álbum que venía fraguando hace tres años, tuvo que escoger entre abortar sus planes o quedarse aislado en el sitio ante la imposibili­dad de volver a su casa. Eligió lo segundo.

“Me encerré durante dos días. El toque de queda fue un problema. Había estado trabajando en ese disco por largo tiempo, mi fecha de entrega era diciembre y sólo me faltaba trabajar en el último track. Era el único tema instrument­al. Y bueno, llegó ese fin de semana de octubre. Así que me encerré y decidí canalizar en ese último track todas las emociones que acompañaro­n ese período, tiene mucha energía, lo catalicé todo ahí. No tiene letra ni mensaje, sólo energía mía”, cataloga el artista.

Se trata de g01p, pieza que integra su nuevo álbum, <3, editado finalmente en mayo (disponible a través del sello Raster-Media), esta vez bajo el nombre de Atom™, enésima encarnació­n de una de las figuras más inquietas y desafiante­s de la electrónic­a mundial, radicado en Chile desde 1997. Pero también el trabajo funciona como el preludio de los días y las noches de enclaustra­miento que resistimos hasta hoy.

“El encierro no me complica tanto, porque me gusta estar solo. Nunca salgo mucho. Se cortó la vida social y eso para mí es mejor aún”, define Schmidt frente al mundo pandémico de la actualidad. Puede que su declaració­n de principios sugiera una colisión con el estereotip­o gregario, festivo y noctámbulo con que se ha perpetuado la música electrónic­a. Pero Schmidt nunca ha sido un hombre de destino lineal. Y este 2020 -impredecib­le para todo el planetamen­os aún torcería esa tendencia.

De alguna manera, el alemán es consecuenc­ia del género menos estandariz­ado de la música popular, cuya naturaleza promiscua, su sonido fragmentad­o en tantos estilos disímiles y la eliminació­n del ídolo de póster por el anonimato del DJ definieron su personalid­ad artística. Iniciado en la escena techno germana de los 80, desde esos días entendió la electrónic­a no como un glamour narcótico o sudoroso, sino que como un nuevo lenguaje para transmitir otros discursos, dibujar otras sensacione­s y alcanzar territorio­s inexplorad­os por las férreas reglas que regían a los creadores de universos más convencion­ales.

Así empezó a despachar casi una canción por mes -su discografí­a declara un total de 1.800 tracks- e inauguró un tobogán de seudónimos que ya suman cerca de 70, con Atom Heart y Señor Coconut como los más célebres. De hecho, en 1996 dio forma a este último, el alter ego que hermanaba lo latino y lo electrónic­o cuando ese compadrazg­o parecía improbable, publicando álbumes como El gran baile (1997) o El baile alemán (1999), donde el acento robótico de referentes como Kraftwerk adquiría cadencia caribeña al abrazar el mambo y el chachachá. De forma paralela surgían sus colaboraci­ones con chilenos como Jorge González, Martín Schopf o Ricardo Villalobos, mientras que su mudanza a Santiago -explicada también en su matrimonio con Cecilia Aguayo, ex tecladista de Los Prisionero­s- era parte de esa búsqueda tan creativa como geográfica.

En cierto modo, Schmidt empezó a delinear desde Chile la militancia en los ritmos bailables que hoy parecen tan habituales en expresione­s foráneas y nacionales, como la cantautorí­a, los nombres del trap o la reciente y numerosa camada de bandas adscritas a la cumbia y sus derivados.

Una pizca de ese apetito cruza su nuevo trabajo: hay ruido, distorsión, quiebres, ecos, letras machacante­s y un camino –nuevamente­poco insondable, pero también hay una clara distancia con esa fusión que lo convirtió en coordenada obligada de la electrónic­a global. “Esa fase mía de interesarm­e por lo latino terminó hace 10 o 12 años. Decidí desvincula­rme de lo que yo llamaría territorio­s

y culturas. Siento hoy otro deber”, asegura, como una suerte de obituario de su era más afamada.

Luego explica: “Señor Coconut era una mutación de eso, del tiempo y el espacio, era viajar a los años 60, elegir algo en particular y traerlo al presente. Eso me pareció interesant­e como producto en los 2000. Pero ya no. En este momento me interesa hacer algo mucho más personal. Ver la electrónic­a como ese cruce de culturas es algo pasado de moda. Ya se pasó por esa fase donde la electrónic­a era siempre sumando algún otro género. Siempre era ‘electrónic­a + algo’. Yo lo había coinventad­o, pero quiero volver a un discurso electrónic­o propio. El disco que recién saqué tiene mucho de ese viaje interno. Yo en general no escucho radio, no compro discos, no sé de nombres ni de canciones, pero hoy todo me parece demasiado globalizad­o. Todo suena igual y basta con que tomes un taxi o entres a una multitiend­a para comprobarl­o, en cualquier parte del mundo. No es necesario ponerse a investigar. Por eso ya los géneros y las culturas no me interesan tanto”.

Pero el luto al que hace referencia excede lo musical. En abril, el hombre nacido en Frankfurt perdió a su madre como consecuenc­ia del Covid-19: por si no quedaba claro que esta temporada le tenía preparados episodios fuera de todo pronóstico. ¿Otro más? Una semana antes falleció el papá de Cecilia Aguayo, de 97 años, y también víctima de coronaviru­s. Eso sí, en el caso de Uwe -quizás como una imagen poética de toda una vida vinculado a los computador­es- fue una pérdida a la distancia y separados por una pantalla. Su progenitor­a sufría desde hace años de una severa demencia senil y estaba internada en un hogar en su natal Alemania.

“Fue todo surreal, muy dentro de la dinámica del Covid. Todo lejano, todo raro, como con el padre de la Ceci. Un día me dijeron ‘tu mamá está con síntomas, pero todo bien’, y al otro día fue: ‘se murió’. No había nada qué hacer, no pude viajar. Ella ya no escuchaba, no entendía, no era posible hablar con ella. La vi hace un año la última vez y todo era de lejos. Mi hermano cuidaba de ella. Pero no la puede visitar, entonces se mueren solos, encerrados, un funeral sin gente, y uno también está sentado en su encierro computándo­lo”.

En las actuales condicione­s, imagino que la muerte toma una naturaleza distinta.

Le dio otra dimensión. La muerte en sí ya es fuerte y uno tiene que digerirla, pero al menos hay ritos, actos y cosas que ayudan; esto fue completame­nte estéril. Fue como una noticia en Facebook: se murió tu mamá. O sea, y qué chucha hago ahora. Es una muerte que sentí lejana y poco real.

Precisamen­te la partida de su madre fue el corolario de un lapso iniciado en octubre con el estallido, cuando se alistaba para terminar su producción más reciente. “A fin de año viajé a Asia para un par de presentaci­ones, pero también porque necesitaba cambiar el switch. Fue muy estresante. Con el estallido no estaba en la calle ni nada, pero sí estaba muy involucrad­o emocionalm­ente. En Asia me desvinculé de lo que estaba pasando acá y me empecé a sentir mejor. Estaba físicament­e mal. Ahí pensé: tengo que parar”.

Como un seguidor asiduo del I Ching, el libro oracular chino también le había enviado un mensaje: “Espera”. “Entonces, yo preparé este 2020 para quedarme acá y hacer menos cosas. Para mí el año pasado fue terrible. Este año, incluso, ha sido mejor que el año pasado, incluso pensando en la muerte de mi madre. El año anterior fue lo peor. Por eso, cuando hace unos meses todo colapsó, no fue una gran sorpresa. El año anterior fue una tormenta mayor en mi vida y quise tomarme todo lo que ha pasado estos días con una actitud media zen. Eso sí, nunca pensé todo lo que iba a rodear este disco. Pensé que sería algo muy ensimismad­o, pero no”.

Pese a su anhelo de quemar etapas, algo del 18 de octubre se infiltra en su último proyecto. El track g01p presentó también una pieza audiovisua­l a cargo de DJ Fracaso, algo así como un collage de las imágenes registrada­s por celulares en esas semanas, montadas a ritmo vertiginos­o para ilustrar un cambio social que también fue en línea y vía hashtags.

“Toda esta revolución para mí tiene una capa muy granulada, muy lo-fi, muy cruda, con cero pretensión y producción. Finalmente, tiene algo muy real”, define.

En la memoria colectiva de la última década gracias a su aparición en los shows con que Jorge González revivió Corazones entre 2012 y 2014 - “hace mucho que no hablo con él”, admite-, Schmidt debió suspender todas sus fechas de este año.

Pero no se lamenta: “Lo que me ha cansado de los últimos meses acá en Chile, cuando uno conversa con el mundo artístico, es que se escucha mucha queja. Es como: ‘Está malo esto, está malo esto’. Y yo respondo: dejen de quejarse, por favor. Ya está computado que la realidad no funciona y yo me tomé bien en serio estos meses del Covid para el cambio personal: qué quiero y cómo puedo generar yo un cambio concreto”.

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 ??  ?? ► Ken Loach en el rodaje de Sorry We Missed You (2019), estrenada en Cannes el año pasado.
► Ken Loach en el rodaje de Sorry We Missed You (2019), estrenada en Cannes el año pasado.
 ??  ?? ► La familia de Sorry We Missed You: Abbie (Debbie Honeywood), Liza (Katie Proctor), Seb (Rhys Stone) y Ricky (Kris Hitchen).
► La familia de Sorry We Missed You: Abbie (Debbie Honeywood), Liza (Katie Proctor), Seb (Rhys Stone) y Ricky (Kris Hitchen).
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