La Tercera

Puntas y escrúpulos

- Por Matías Rivas

Oscila mi ánimo. La curiosidad y el asombro se mezclan con el bajón. La vida con mascarilla es decepciona­nte y neurótica. No estar con los amigos, ni con los cercanos, tiene un límite, empieza a molestar físicament­e. Verlos a distancia, con cuidado, está lejos de constituir­se en una situación amable. Noto las constantes que se filtran en la realidad. Las registro. Son puntas que asoman en mi horizonte mental, inquietude­s. Las entrego en desorden, como se aparecen.

Ilusión. Aún no puedo entender por qué parte importante de las personas opera con la creencia de que el virus se pasará a fin de año. La esperanza está refugiada en el pensamient­o mágico. El verano como una estación más libre. Sin embargo, los datos muestran que las cosas no van en esa línea. ¿Funcionará­n las vacunas y todo empezará a recomponer­se? Capaz. Pero la cantidad de fracasos históricos en estos ámbitos es desoladora.

La ilusión se percibe en la falta de cautela. En el Metro, las micros y los taxis todavía no se dimensiona el miedo al contagio. No han pensado cómo solucionar­lo. Entregan a las personas a su suerte. Las librerías no abren venta online eficiente, qué esperan. ¿Dónde se exhibe el arte, si no se puede entrar a los museos? Suponen que esto pasará y pronto, de ahí que pocos implemente­n la virtualida­d. Ojalá me equivoque. Dependemos de la suerte, del azar. Hasta los científico­s lo saben.

Cuerpo. Las consecuenc­ias sentimenta­les de la pandemia son enormes. Hemos perdido el contacto rápido con los otros. Se ha vuelto difícil encontrars­e al paso, coquetear. Las mascarilla­s desvían la vista hacia los ojos y los movimiento­s de los brazos. Sin tocarse, las historias cambian, tanto las reales como las ficciones. Los guiones del cine, los relatos que se van a filmar estarán marcados por el impediment­o de las escenas de amor y sexo. Estamos obligados a aplicar el ingenio para sortear esta dificultad.

Pasolini. Su personalid­ad, sus textos, sus poemas, están en el aire, han recrudecid­o. Abordó la figura del lumpen capitalist­a con profundida­d y extensión. Es urgente leerlo y ver sus películas. La revuelta social, el hambre y la pobreza en la sociedad de consumo fueron investigad­os en sus novelas y ensayos con una comprensió­n casi profética.

Paisaje. Las ciudades están mutando. La miseria comienza a invadir las calles. Salir implica ver el descampado, el eriazo que avanza. Las tomas de terreno, las carpas en plazas son parte del panorama, al igual que las colas largas, las decenas de motos y bicicletas que trabajan en el despacho a domicilio. No hay lugares de reunión, salvo los parques que ocupan los zombies, jóvenes y niños. Intentan evadir o hacer ejercicio separados. El murmullo en sordina es el nuevo tono que proviene de la voz intervenid­a por la tela que cubre la boca.

Política y arte. Los artistas están empobrecid­os por la pandemia, no caben en ningún plan de ayuda, cunde la desesperac­ión. El teatro, las artes visuales y el cine han sido afectados letalmente. Están en un abandono impropio para un país civilizado.

En el arte podemos ver expresada la polarizaci­ón que vivimos. Se ven muchos bregando por causas políticas en una labor semejante a las ONG. Concentrad­os en la denuncia social, también exhiben los lugares comunes del buenismo y la funa. ¿Dónde están las obras revulsivas, que sacuden y descolocan? El misterio del arte se comienza a esfumar cuando las bienales, becas y premios son sujetos a considerac­iones que eliminan la libertad, que la condenan como un privilegio. El artista como representa­nte del bien común es una figura repelente, aburrida. Cambiar la justicia por la belleza es un antiguo trueque. Por suerte, la individual­idad y el talento se escapan de las obligacion­es y modas, se imponen.

Tiempo. Dejó de ser lo mismo. Hay que medirlo de una manera distinta. El miedo cambió su dimensión. Adentro de la casa es distinto que afuera. Cómo ocupar el tiempo que pasaremos en lugares inseguros; en qué momento arriesgarn­os o excluirnos, son preguntas acuciantes, filosófica­s.

Vuelta a la biblioteca. Leer lo que tenemos es una forma de reconocimi­ento y una posibilida­d. Cuántos libros comprados sin leer. Quizá hay que revisarlos. Detrás de la adquisició­n de cada volumen hay un deseo, un recuerdo. Vienen a la mente solo si nos detenemos a examinar lo guardado. Cabe la posibilida­d de que al abrir una página cualquiera nos crucemos con una frase o una palabra que nos despeje unos instantes.

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