JODOROWSKY SUPERSTAR
“La Sinfónica de Londres seguirá viajando, ya pensaremos cómo”
De pronto, quizás como manera de zafar de todo lo que ha pasado y entender con calma, con ganas, fe y confianza lo bueno que puede pasar cuando las sombras oscurecen el sol, llegué de casualidad (todavía hay casualidades) a Jodorowsky. Regresé.
Volví a ese inmenso país, que se parece tanto al nuestro, y que es el mundo que ha creado este artista completo, sobregirado, intenso, sin filtro, sin represión alguna, que cree que el arte es para cambiar, emocionar, provocar, que hace lo posible por no intelectualizar nada y dar rienda a las emociones para ir construyendo una obra vasta, insólita, multimediática que, creo, intenta cimentar nuestro inconsciente colectivo. Sé que gente no lo tolera y a veces me agota pero algo he captado en estos días: lo admiro y lo respeto.
Se atreve y no es tímido, no se anda con cosas.
Jodorowsky es universal, capta algo mayor, y lo hace desde Chile o con lo llamado chileno en la sangre. Volví a ver el comentado, y muy visionado, tráiler de la nueva versión de Duna, a cargo del curioso y respetable canadiense Denis Villeneuve con el delgado y enclenque Timothée Chalamet en el rol de Paul Atreides, aquel chico que debe heredar un imperio y asumir que “el durmiente debe despertar”. Esto me electrificó: no tanto por la cinta en sí (que deseo verla), sino porque me hizo conectar cosas no resueltas o recordar alegrías desteñidas ligadas a Alejandro Jodorowsky. Desde luego me acordé de Duna, el supuesto fracaso de David Lynch, que vi en el Imperio y que me fascinó sin ser en esa época un aficionado a nada espacial o galáctico. Por unos meses, mi frase o lema era justamente: “el durmiente debe despertar” y por mucho tiempo quise que mi primera novela se llamara así (con ese título partió escribiéndose). ¿Es Jodorowsky nuestro Lynch? Puede ser. Si Lynch transforma el común americano en rareza, Jodorowsky lo ha hecho con Chile, país que dejó al quemar todas sus naves y partir a Europa el año 53 a los
El arte de Jodorowsky no es para imitar, pero vaya que te remece y dan ganas de crear. La psicomagia es, en dos palabras, no usar las palabras para curar, sino realizar actos.
24, la edad de Paul Atreides, con la meta de no volver hasta crear un planeta.
Pues creó varios planetas, acaso un universo.
Paréntesis: las últimas cintas suyas no cuentan con Fondart. Cuando por fin quiso o pudo filmar cintas en Chile, ese combo surrealista que es La danza de la realidad y la Poesía sin fin, ambas extraídas de su mejor libro híbrido de memorias y guía de psicomagia La danza de la realidad, tuvo que recurrir al crowdfunding. Quizás fue para mejor. Jodorowsky tiene 91 años y, tal como Nicanor Parra, al que ungió como su maestro al rechazar a Neruda por perfecto, es probable que siga guiándonos por un tiempo. Dicho eso: es clave que, uno, le demos un premio urgente que no sea el Premio Nacional porque, entre otras cosas, podría ganar en literatura, Twitter (2 millones de seguidores), cómics, además de artes de la representación. Jodorowsky, que merece varias calles o plazas, es el tipo de autor que te incita a crear y te entusiasma con todo. Sus conversaciones clásicas, inspiradas y entrañables con Cristián Warnken deben juntarse, transformarse en libro o en un documental. Los constituyentes de la Nueva Constitución quizás podrían pasarle el borrador final para que le dé prosa, vuelo, imaginación.
Vuelvo a Duna. El documental de Frank Pavich, Jodorowsky’s Dune, es quizás una obra maestra menor, pues inaugura un nuevo tipo de género: el documental como especulación, le da legitimidad a la idea más que al resultado, cree y erotiza la semilla que no pudo dar frutos. En efecto, se cuenta algo que no fue, que fracasó, que no vio la luz. Es tal la alegría de celebrarlo que uno se emociona y celebra que nunca se haya hecho. Eso tiene algo de poesía. Y tiene algo de chileno. Y Jodorowsky cuenta con detalles lo que no fue, nos invita a su imaginación. Pavich no es de acá, pero sin querer se infecta y termina haciendo una cinta que conversa con los cuentos de Pedro Urdemales y la meta, es no tanto engañar al diablo, sino al futuro, al pasado, a darle espesor a lo que no fue, a lo que no se concretó.
Ese documental, del 2013, hizo que Jodorowsky pasara de cineasta de culto (inventó lo que era el cine de culto con El topo) a un faro que guía a los que no están dispuesto a seguir el camino tradicional. Pavich asume que es un fan, porque al final eso es lo que es Jodorowsky. Su entusiasmo hacia las obras y personas de poetas como Enrique Lihn, Parra o Stella Díaz Varín no tienen parangón en nuestras letras.
Jodorowsky siempre quiso más. Ningún arte le bastó. Ha tenido muchas vidas porque una no basta. No hay que subestimar su locura porque no me cabe duda que ve cosas que no vemos el resto. Teatro, mimos, títeres, cine a su modo, literatura a su manera. Lo ha hecho todo y siempre cuenta lo mismo: cómo salvarse. Y luego la psicomagia: basta de palabras. ¿Es necesario curarse con palabras? De ahí sale la psicomagia que te remueve: ¿es un chanta o un mago?, ¿miente o sabe más que todos? En estos días volví a Santa sangre, cinta mexicana que parecía chilena, que vi en Estados Unidos en un cine de una playa una noche invernal llena de niebla. ¿Qué era esto? ¿Cómo se atrevía? Era excesiva, pero esa era su gracia. No le da miedo sobrepasarse. Lo que le aterra, creo, es paralizarse.
El arte de Jodorowsky no es para imitar, pero vaya que te remece y dan ganas de crear. La psicomagia es, en dos palabras, no usar las palabras para curar, sino realizar actos. La poesía es actuar, dice en Poesía sin fin, con un Santiago fotografiado por el gran Christopher Doyle, el director de fotografía de Wong Kar-wai, es una cinta avasalladora, preciosa, escalofriante, loca e incorrecta, alucinante. Gestos, desafíos, rituales, performance. Es uno de los mejores retratos de lo que es ser poeta y ser artista en ciernes. Es libre y acerca de un Chile donde todos se querían, todos tomaban y follaban, donde todo podía pasar y que aún no se dividía en dos.
Un país, al final, elige a sus héroes, a sus guías, a sus poetas. Ruiz es nuestro cineasta raro, poético, que se va por las ramas. Jodorowsky es el que se desborda tanto que, una vez que entiendes su gesto, logras captar que es de los pocos artistas sin miedo, porque al parecer él ya lo ha perdido. Esto se ve aun más en sus entrevistas, libros y, por cierto, en Psicomagia: un arte que cura, su nuevo documental, dirigido y montado por él, que, con mala fe, puede parecer propaganda pura y capaz que lo sea, pero desafía a cada instante. Lo que vemos en Jodorowsky es un ser vital pero no joven, sino con la energía rockera y la sabiduría pop, no de alguien que no es un viejo, sino que ha envejecido bien, que ha sabido ir despojándose de sus miedos y que ahora, además de filmar y escribir, capta que necesita curar a otros interviniendo mano a mano. Tocándolo. Entrando en la intimidad, no de sus espectadores, sino de sus pacientes. Acaso se adelanta o entiende lo que es el arte: sanar, acompañar, curar, guiar. Qué ganas que se hubiera unido con Oliver Sacks en algún proyecto. Ya no basta con filmar, dice, es ahora de actuar, apañar, contener. Eso es un creador también. Lo que muestra supera lo que ha filmado, las historias que registra parecen ficción. Curar con actos. Y, cada tanto, muestra trozos de sus filmes donde, años antes, había recreado momentos parecidos. ¿Por qué los hombres le tienen miedo a la sangre menstrual? ¿Por qué alguien le da miedo ser quien debe ser?
Reencontrarme con Jodorowsky ha sido glorioso.
En estos momentos en que debemos decidir, ojalá pueda guiarnos o, mejor, hacernos una psicomagia colectiva que, sin duda, necesitamos y de la que todos aquellos asustados o dubitativos, sin duda, podrían beneficiarse.
¿Dónde está Simon? ¿Lo has visto? ¡Tenemos que ensayar! Así parte uno de los más interesantes ejercicios musicales vistos durante la pandemia. La cápsula Where’s Simon? muestra cómo se organizan los músicos de la Orquesta Sinfónica de Londres para ensayar la obertura de Las Bodas de Fígaro cuando no logran ubicar a Simon Rattle, su director titular. Así que trabajan a distancia, desde sus casas, por familias instrumentales, y van explicando qué hace cada uno en la ópera de Mozart. Hasta que Rattle les contesta el teléfono. Entonces, se les une y tocan la pieza completa.
La idea se le ocurrió al flautista del conjunto, Gareth Davies, y la ejecutaron. Porque así funciona esta orquesta, una de las más importantes del mundo. Desde su fundación en 1904, los músicos son los dueños de su propio destino. Ellos han elegido a todos sus directores titulares, desde Edward Elgar hasta Claudio Abbado, Michael Tilson Thomas, Colin Davis y Valery Gergiev. Lo mismo, Simon Rattle, con quien la Sinfónica de Londres actuó el año pasado en el teatro de Fundación Corpartes. Visita que tiene un epílogo sorprendente: eligieron a la fundación como su embajadora en Hispanoamérica.
Del alcance de esta alianza, de la sobrevivencia en pandemia y del futuro de las giras y de los discos, habla la directora general de la orquesta, Kathryn McDowell (1959).
Nacida en Irlanda del Norte, estudió música clásica y es también una mujer de negocios que logra sacar adelante iniciativas tan monumentales como el Wales Millenium Centre, un moderno complejo arquitectónico que tiene dos teatros y varias salas, y es la sede de la Ópera Nacional de Gales y de otros siete elencos.
McDowell, además, fue encargada de música del Arts Council de Inglaterra y directora del Festival de la Ciudad de Londres hasta 2005. Ese año, asumió como managing director de la Sinfónica de Londres.
En este puesto ha podido retomar una línea de trabajo en la que fue pionera: fortalecer el músculo educativo y el vínculo con la comunidad de una orquesta, de modo que su impacto no se limite a la sala de conciertos. El programa que diseñó en los años 80 con la Scottish Chambers Orchestra fue tan exitoso, que luego estuvo a cargo del primer proyecto educativo de la Asociación Británica de Orquestas.
En forma paralela a los 120 conciertos que da cada año en el Barbican Centre, la Orquesta Sinfónica de Londres (LSO, por sus siglas en inglés) tiene hace 38 años un programa educativo y comunitario llamado LSO Discovery. Es tan abundante en cantidad de actividades y usuarios, que tuvieron que habilitar un espacio. Eligieron una iglesia de 1733 que llevaba 40 años en desuso, y la inauguraron en 2003, ya reconvertida en el centro LSO St. Luke’s.
¿Por qué es importante para la Orquesta Sinfónica de Londres el trabajo educativo?
Asumimos la misión de trabajar con la próxima generación de jóvenes, de nutrir a los futuros músicos y amantes de la música. La música es un lenguaje universal y nos hace ser una sociedad más civilizada. A través de la música, los jóvenes aprenden muchas otras habilidades para la vida; es nuestra responsabilidad hacer que eso suceda, y también es un placer. Nuestros músicos son de primer nivel y quieren actuar con los mejores directores del mundo y en los mejores teatros, y trabajar en la educación de los jóvenes también es muy relevante para ellos”.
Durante el lockdown de Londres, en marzo y abril, los músicos de la orquesta desarrollaron varias iniciativas online, como Where’s Simon? y el ciclo semanal desde casa Coffee Session. Pero siempre tenían en mente el reencuentro.
“Son cien músicos brillantes que, cuando actúan juntos, son una orquesta maravillosa. Estábamos fuertemente determinados a lograr que la orquesta volviera a reunirse, y lo conseguimos en julio. Actuamos con distancia social, y con todas las buenas prácticas de seguridad. Fue un momento histórico que marcó nuestro reencuentro”, dice Kathryn McDowell.
Ese primer concierto orquestal se realizó en LSO St. Luke’s, epicentro además de su retorno posvacaciones. “Hace cinco semanas empezamos a trabajar juntos casi todos los días. Hemos estado haciendo conciertos y streaming con Simon Rattle y con una pequeña
audiencia en vivo”, declara.
Con 50 personas en sala, abrieron este ciclo orquestal el 9 de septiembre con el estreno de la obra que le comisionaron a Mark-Anthony Turnage: Last Song for Olly. Así retoman también un foco que distingue a la orquesta y a Simon Rattle: el repertorio contemporáneo. “La música de nuestro tiempo es muy importante para el futuro de la música”, apunta McDowell.
Igualmente, reiniciaron una temporada de cámara, también en St. Luke’s: Lunchtime Concerts, que transmite la Radio 3 de la BBC. “Hemos vuelto al ciclo de los conciertos, y los estamos transmitiendo en muchas plataformas alrededor del mundo”, comenta.
¿Tienen planes para incrementar el público presencial?
Sí. A fines de noviembre volveremos al Barbican Centre. Partiremos quizás con 300 personas, y dos conciertos al día. Con suerte, subiremos después a 800 o 900 para llegar, más adelante, a los 1.800, que es nuestra audiencia habitual.
McDowell tiene también novedades para Chile: “Nos gustó mucho la manera en que trabajó el equipo de Fundación CorpArtes cuando fuimos a Santiago el año pasado, dentro de la gira de la Sinfónica de Londres a América Latina”. Por ello, cuenta, les pareció fantástica la idea de hacer una alianza que convertirá a Fundación CorpArtes en sus embajadores en Hispanoamérica. “Es la primera alianza que hacemos con el mundo hispanoparlante”.
El convenio implica que la Fundación CorpArtes traducirá al castellano los contenidos digitales de dos plataformas de la orquesta: LSO Play y Always Playing.
LSO Play es el capítulo digital del programa LSO Discovery. En esta plataforma, cada concierto es una experiencia interactiva: se puede elegir el punto de vista de cualquier familia instrumental y ver cómo se comunican el director y los intérpretes. Y a ello se suma una serie de recursos educativos sobre la obra y los instrumentos.
Desde el 15 de octubre, podrán verse cinco capítulos de la serie en Corpartes.cl. Entre otras, están La Consagración de la Primavera, de Stravinsky, con la dirección de Rattle, y la Quinta Sinfonía de Shostakovich, con Michael Tilson Thomas, así como la Sinfonía Fantástica de Berlioz y el Bolero de Ravel bajo la batuta de Valery Gergiev.
Igualmente, la Fundación CorpArtes liberará de forma progresiva 24 conciertos históricos de la orquesta, con entrevistas y otros recursos asociados, de Always Playing. “Partiremos con nuestros abonados, y algunos serán accesibles para todo público”, adelanta Francisca Florenzano, directora ejecutiva de la Fundación CorpArtes.
“Ser los embajadores de la Orquesta Sinfónica de Londres en el mundo de habla hispana tiene un gran significado porque vamos a poder transmitir no solo conciertos, sino todo el trabajo que hacen en el ámbito de la educación ligada a la música docta. Son contenidos enseñados de una manera muy dinámica, que permitirán derribar las barreras físicas a través de las plataformas digitales, y en nuestro idioma”, agrega.
Estrategia digital
Otro foco central de la Sinfónica de Londres sigue siendo el discográfico. Acaban de lanzar un nuevo álbum con The Cunning Little Vixen de Janacek. “Cada vez que lo escucho, vuelvo a sentir la belleza y el poder del sonido de la experiencia en vivo”, dice McDowell.
Con más de 2.500 grabaciones realizadas desde 1914, la orquesta dio un golpe de timón en el año 2000, al fundar su propio sello discográfico. “Es realmente importante que los intérpretes, en este caso, una orquesta, sean propietarios de su propio copyright, porque te permite comunicar tus prioridades. Me emociona ver cómo cada grabación logra comunicar un acontecimiento musical memorable”, asegura.
¿Cómo ven el futuro de las giras?
Esperamos volver a viajar pronto; tenemos un concierto en París en diciembre. Debemos planificarlo con el mismo cuidado que tuvimos para volver a reunir a la orquesta en Londres. Tendremos que volver a pensar nuestras políticas internacionales, pero la Orquesta Sinfónica de Londres seguirá viajando. El trabajo que estamos haciendo ahora con Fundación CorpArtes es parte de una nueva aproximación al trabajo internacional. Porque no deberíamos ir a América Latina cada año, no es bueno para el medio ambiente. Tal vez sí cada siete años. Y en el intertanto podemos mantener la conexión a través de nuestros discos, las transmisiones en internet y los programas de educación musical. Con esta estrategia digital podemos construir un vínculo con nuevas audiencias en América Latina. Así, habrá personas que quieran escucharnos cuando tengamos la posibilidad de hacer una gira.