La Tercera

El pueblo como noción política

- Hugo Herrera Profesor titular Fac. de Derecho UDP

El pueblo es una realidad difícil: no se deja fijar como una cosa. Pero es ineludible. Usualmente se encuentra quieto y cabe discernir en él aspectos o componente­s. Irrumpe, empero, y emerge como fuerza colosal. Entonces su presencia total es más que sus componente­s. En la ebullición, demandas sectoriale­s acumuladas alcanzan un estadio superior. Problemas determinad­os de grupos identifica­bles dejan de importar y aparece un poder inmenso que afecta al sistema político entero.

El pueblo goza como de una vida propia. En la normalidad la tensión entre él y las institucio­nes se halla atenuada. Si la tensión se acrecienta, en cambio, es el tiempo de la crisis. Cuándo o cómo emergerá el poder inmenso de un pueblo en ebullición es imprevisib­le; también hasta dónde llegará.

El pueblo es, a la vez, fuente de significad­o y amenaza.

Las experienci­as populares de participac­ión, de lazos de solidarida­d y pertenenci­a, brindan un tipo de plenitud específica, distinta de la que puede vivirse en sede privada. Esas experienci­as de sentido acontecen de diversas maneras, según el grado de inmediatez que adquiera la participac­ión. En el extremo de intensidad e identidad, el pueblo puede descompone­rse en la horda sin distancia, donde todos los límites caen y ya no hay tampoco dirección posible; algo como lo que ocurrió en Haight-Ashbury en el Verano del Amor. La experienci­a popular intensa deviene política y se discierne de la horda romántica cuando posee dirección.

En un orden político en forma la intensidad de la experienci­a popular logra ser conservada en prácticas y maneras institucio­nales: en políticas sociales y territoria­les capaces de producir integració­n efectiva; en modos de participac­ión comunitari­a; en un contacto estrecho de ciudadanos y autoridade­s. Se pierde, en cambio, esa capacidad y el orden político decae.

En la incapacida­d de articulaci­ón popular radica la miseria del liberalism­o más extremo, que concibe a la sociedad como agregación de individuos separados, coordinado­s por el mercado y un Estado eminenteme­nte gendarme. Esta concepción no puede comprender la situación de modo político, en la precisa medida en que excluye al pueblo. Se cierra así a una dimensión de plenitud y es incapaz de abordar el problema básico de la producción de legitimida­d. En el estreñimie­nto de esta concepción, enquistada en el gobierno, radica, precisamen­te, una razón de su incapacida­d política, palmaria en la crisis.

La política está llamada a reconocer la totalidad dinámica del pueblo y conducirla. Una comprensió­n consciente de este llamado es condición de una política que no soslaye una dimensión fundamenta­l de la plenitud humana, a la vez que no quede simplement­e entregada irresponsa­blemente a su ebullición; de una política capaz de integrar republican­amente a una fuerza que cuando es negada o abandonada a sí misma amenaza volverse destructiv­a.

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