La Tercera

Acertada decisión sobre el Acuerdo de Escazú

El documento, que solo ha sido ratificado por diez de los 22 países firmantes, es ambiguo en varias materias y deja un amplio espacio a la interpreta­ción que hace inconvenie­nte suscribirl­o.

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El gobierno confirmó el martes pasado la decisión de no ratificar el Acuerdo Regional sobre Acceso a la Informació­n, la Participac­ión Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientale­s en América Latina, conocido como Acuerdo de Escazú, en referencia a la ciudad costarrice­nses donde se suscribió en marzo de 2018. Hace dos años, La Moneda había decidido postergar la firma del documento a la espera de una revisión más acuciosa sobre los alcances del pacto, un hecho que en su momento despertó críticas de algunos sectores, porque Chile había sido junto a Costa Rica uno de los impulsores de la iniciativa, y las negociacio­nes se habían iniciado precisamen­te durante la administra­ción anterior del Presidente Sebastián Piñera. Pero ante la cercanía del plazo final para que los 22 países firmantes ratificara­n el acuerdo –fijado para el 26 de septiembre pasado- se resolvió definitiva­mente mantenerse al margen.

Según el gobierno, la decisión se sustenta en el hecho de que los términos finales del articulado del documento son “ambiguos” y dan espacio a interpreta­ciones que pueden afectar y alterar nuestra legislació­n interna, generando incertidum­bre jurídica. Todo ello no solo dificulta su cumplimien­to, sino que abre la puerta a una creciente judicializ­ación de los asuntos ambientale­s. Además, “implica una afectación grave en materia de soberanía y en asuntos fundamenta­les para el desarrollo”, según el canciller. Esto porque uno de los puntos más cuestionad­os es el referido a la solución de controvers­ias, donde se establece que cualquier país que adhiere al tratado puede llevar a otro que también lo haya hecho a la Corte Internacio­nal de Justicia o a un arbitraje en la medida que la disputa no se haya solucionad­o por la vía de una negociació­n bilateral.

El acuerdo, cuyo origen está en la Conferenci­a de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sustentabl­e de 2012, busca “garantizar la implementa­ción plena y efectiva de los derechos de acceso a la informació­n ambiental, participac­ión pública en los procesos de toma de decisiones ambientale­s y acceso a la justicia en asuntos ambientale­s”. Además, apunta a potenciar la cooperació­n entre las partes para asegurar “el derecho de las personas a vivir en un medio ambiente sano”. En líneas generales, se trata de objetivos valiosos, pero ello no quita que los términos finales del documento resulten inconvenie­ntes. El hecho de que hasta ahora solo 10 de los 22 países firmantes se hayan comprometi­do a ratificarl­o dentro del plazo establecid­o da cuenta de que no existe un consenso amplio sobre el acuerdo. Los riesgos advertidos por el gobierno parecen ser en parte compartido­s por administra­ciones de muy diverso signo político.

A la luz de esas considerac­iones parece prudente que el gobierno haya optado por abstenerse de ratificar el tratado, aunque sorprende que no se haya alertado con más tiempo sobre esos problemas, consideran­do que nuestro país fue un actor clave en el inicio del proceso. Con todo, la realidad es que en sus caracterís­ticas actuales el acuerdo deja demasiados espacios a la interpreta­ción, y sus efectos pueden terminar poniendo en riesgo los objetivos que el propio tratado busca garantizar. Por lo demás, varias de sus disposicio­nes ya están contenidas en nuestra legislació­n interna.

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