Los malos ejemplos
Esto ya lo hemos visto antes. La misma escena. Funciona de modo repetitivo, como una marea que va y viene, como una coreografía monótona que de pronto irrumpe del mismo modo en que un tic convulsiona un cuerpo, apoderándose de él a pesar de su propia voluntad. El mecanismo que la desata es simple: hay algo que se muestra, que se dice o que se expresa -la representación de una realidad, una descripción o una metáforay hay alguien que juzga que lo que se ha puesto en exhibición tiene el poder de pervertir mentes y acercarnos al caos, desatando una tormenta que siempre está al acecho. Hay que eliminar el mensaje difundido, no porque sea falso o retorcido, sino porque es un mal ejemplo; dibujar alrededor un cordón sanitario y poner en marcha un ritual de sacrificio: deben rodar cabezas.
En 1990, un grupo de dirigentes políticos conservadores y autoridades religiosas presionaron al recién nombrado director del Museo de Bellas Artes, Nemesio Antúnez, para que retirara de la exposición Museo Abierto un video de Gloria Camiruaga sobre la prostitución de calle San Camilo. Era la primera gran exhibición de retorno a la democracia del Bellas Artes. Las presiones lograron su cometido y la obra salió de la muestra. Tiempo después, los mismos diriNo gentes pedían la renuncia de Antúnez por una performance que incluía una actriz semidesnuda tapándose con una bandera. Antúnez logró mantenerse en el puesto, pero no todos lograban hacerlo enfrentados a circunstancias similares. En 1991, por ejemplo, Soledad Larraín, la subsecretaria del Sernam, debió renunciar luego de escribir una columna titulada “El sexo existe”, algo que naturalmente no podía decirlo una autoridad de gobierno. Casi tres décadas más tarde, la ministra de Salud Helia Molina tuvo que abandonar el cargo después de declarar que había clínicas privadas en donde se practicaban abortos.
Durante gran parte de la transición lo considerado digno de escándalo se restringía a un ámbito muy específico del acontecer nacional. eran ni los fraudes de los que no nos enterábamos, ni las falsedades tratadas como verdades oficiales, sino otro orden de asuntos, cosas como los cuerpos desnudos, la publicación de determinados libros, la exhibición de ciertas películas, la exposición de un grabado o el montaje de algunas obras teatrales. Se fue dando la señal cada vez más contundente de que en nuestra cultura no se castiga a los que mienten o roban si pertenecen a ciertos grupos o lo hacen en grandes sumas; tampoco son despedidos los que encubren irregularidades o cumplen mal su función pública, sino los que escandalizan a determinadas susceptibilidades con sus dichos, o quienes revelan una realidad incómoda relacionada con la sexualidad, la autonomía del cuerpo o la violencia política de la dictadura. Ahora ese campo minado se ha ampliado a la violencia ocurrida en democracia después del estallido de octubre.
Existe en curso una interpretación oficialista de la violencia, que trata el fenómeno como una transgresión sólo cometida por opositores y amparada por quienes trabajan en la defensa de los derechos humanos. Según esa interpretación, cualquier manifestación de descontento público es sospechosa y los mensajes que la evoquen también lo son, porque pueden acabar en un desmadre futuro. Sobre esa potencialidad, el gobierno y sus adherentes han creado una alerta aguda, pero sobre las acciones concretas de violencia policial denunciaLa das y constatadas, apenas demuestran una débil preocupación. Para quienes sostienen esa interpretación, lo realmente peligroso no son las instituciones que permiten el abuso o la impunidad, ni las autoridades policiales que falsean los hechos, sino “el sesgo” que expresa una canción que tal vez, y solo tal vez, podría promover determinadas conductas en un sector de la población que es visto y tratado, cada vez más, como a un enemigo político por carabineros.
Así se entiende que una metáfora tan poco elaborada como la que alude al salto de los torniquetes en una canción lanzada como parte de una campaña de la Defensoría de la Niñez resulte para algunos muchísimo más grave que todos los muertos y heridos durante el estallido y que los informes internacionales que describen las violaciones de derechos humanos cometidas por agentes del Estado chileno en plena democracia. Lo escandaloso para el oficialismo no es que la Defensoría de la Niñez haya recogido más de 800 denuncias de graves vulneraciones a los derechos humanos de niños, niñas y adolescentes durante las revueltas de fines de 2019, eso parece tenerlos sin cuidado. Lo que les parece inaceptable es la letra de una canción que les dio la excusa perfecta para iniciar el ritual del sacrificio, que les permita anular una realidad que no toleran, porque hacerlo significaría hacerse cargo de una cuota de responsabilidad que parecen no estar dispuestos a aceptar.