PRIMAVERA ÁRABE 10 AÑOS: de la revolución a la anarquía
La chispa estalló en diciembre de 2010 en Túnez, pero luego se extendió a otros países de la región, con diferentes resultados. Actualmente, tres naciones están en guerra: Siria, Yemen y Libia.
El joven tunecino Mohamed Bouazizi, de 27 años, se ganaba la vida vendiendo frutas y legumbres en una carreta, en la ciudad de Sidi Bouzid. Por ese trabajo recibía una retribución de 10 dinares al día, equivalentes a siete dólares. El 17 de diciembre de 2010, Bouazizi -callado y modestovio con frustración cómo la policía confiscaba su mercadería, que era su único sustento. En el altercado también fue golpeado. Ante esta situación y al considerar que su vida no tenía futuro decidió prenderse fuego frente a la alcaldía.
Esta desesperada acción fue el detonante para que miles de personas, principalmente jóvenes que se vieron reflejados en Mohamed Bouazizi, salieran a la calle a exigir mejores perspectivas socioeconómicas, además de manifestarse contra la represión del régimen imperante. Para cuando Bouazizi murió a causa de sus heridas, el 4 de enero de 2011, el movimiento de protesta contra el entonces Presidente de Túnez, Zine El Abidine Ben Ali -que había estado en el poder durante 23 años-, se había extendido por todo el país. Diez días después, el mandatario se vio obligado a huir a Arabia Saudita.
Pero no solo los tunecinos estaban atentos a lo que ocurría en el país, también los jóvenes de las naciones vecinas seguían los acontecimientos minuto a minuto. Fue así como a los pocos días estallaron protestas a favor de la democracia y mejores condiciones de vida en Egipto, Libia y Yemen. Y cuando la rabia se desbordó en las calles de El Cairo, la ciudad más grande de la región, la revuelta recibió el nombre de Primavera Árabe.
Los manifestantes estaban motivados por muchos factores, pero el tema común fue el impulso por la dignidad y los derechos humanos. Muchos países en Medio Oriente y el norte de África tenían problemas económicos debido a la caída de los precios del petróleo, la sequía -que afectó a la producción agrícola-, un alto desempleo, altas tasas de pobreza en las zonas rurales y corrupción entre las élites políticas que prosperaron a expensas de los ciudadanos comunes. Ese “cóctel” generó una inédita ola de rabia y revolución, de la cual Occidente se hizo parte.
En muchos países, las tensiones religiosas también jugaron un papel importante. Así, los partidos islamistas ganaron poder en Túnez y Egipto (aunque sólo temporalmente en este último). A su vez, las profundas divisiones sectarias dieron pie a movimientos antigubernamentales en Bahrein, Siria y Yemen.
“Diez años es un período de tiempo muy corto para juzgar un movimiento de masas con alcance global como la Primavera Árabe. Pero es cierto que, aparte de Túnez, las medidas contrarrevolucionarias fueron más fuertes que la voluntad del pueblo. En Egipto, el establishment militar contraatacó y restableció, esencialmente, una dictadura militar. Un escenario similar se desarrolló en Siria, donde las manifestaciones en apoyo de la democracia fueron reprimidas con consecuencias devastadoras para la población. Entonces, cientos de miles de sirios se convirtieron en refugiados y decenas de miles murieron durante una brutal guerra civil”, indicó a La Tercera Arshin AdibMoghaddam, académico de la Universidad de Londres y autor de On the Arab revolts and the Iranian revolution.
“La Primavera Árabe estableció un nuevo criterio para la política en la región. Demandas como la justicia social, la seguridad y la igualdad no pueden simplemente ser encarceladas y ejecutadas, porque hablan de sentimientos universales de justicia. En este sentido, las recientes manifestaciones en Líbano, Irak y otros lugares pueden verse como una continuación de las demandas del pueblo desde 2011”, añadió.
El caso de Túnez
Entre los expertos hay consenso en que Túnez es el caso más exitoso de todos los países árabes que vivieron manifestaciones hace 10 años. Sin embargo, muchos jóvenes se encuentran decepcionados porque sus expectativas no se cumplieron. “No pasó nada, todo siguió igual en cuanto al tema económico. No hay empleo, la salud es mala, la infraestructura también. Aunque ahora al menos podemos protestar y no nos pasa nada, eso es bueno”, cuenta Bessma a La Tercera, enfermera tunecina que emigró a Turquía.
Túnez ha implementado reformas democráticas que lo han diferenciado en gran medida de los otros países que vivieron protestas. Los tunecinos aprobaron una nueva Constitución, consagraron las libertades civiles y cambiaron su régimen presidencial por un sistema parlamentario. Túnez también ha llevado a cabo varias elecciones pacíficas y en octubre de 2019 eligieron un nuevo Parlamento y Presidente. Sin embargo, el país todavía es frágil y la insurgencia armada es solo uno de los muchos problemas que enfrenta. La situación económica sigue siendo débil y las luchas políticas internas han llevado a un desfile de gobiernos que no han tenido el poder de permanencia necesario para implementar reformas. Además, la corrupción sigue siendo un problema y el descontento persiste.
Revolución en la Plaza Tahrir
Como si fuese un dominó, luego de Túnez fue el turno de Egipto. El gigante de la región vio caer a Hosni Mubarak -que tomó el poder en 1981- luego de 18 días de masivas manifestaciones en la Plaza Tahrir de El Cairo. Tras el derrocamiento de Mubarak, la ciudadanía exigió avances hacia una transición democrática, por lo que el jefe del Ejército del país, Mohamed Hussein Tantawi, convocó a elecciones en julio de 2011, de las que resultó electo Presidente Mohamed Morsi, de los Hermanos Musulmanes.
“Desde donde vengo, creo que la próxima vez que se quiera hacer un levantamiento es mejor estar preparado para ello. Porque en Egipto nadie estaba preparado. Dos días antes de que comenzaran las protestas un amigo me preguntó si creía que pasaría lo mismo que en Túnez, yo le dije que no, que era una situación distinta. No creo que nadie supiera lo que iba a pasar”, comentó a La Tercera Mirette Mabrouk, analista del centro de estudios Middle East Institute, que anteriormente trabajó como periodista en Egipto.
“Creo que tomó por sorpresa a las fuerzas de seguridad, esa fue la mayor lección para ellos. Los partidos de oposición en ese tiempo no estaban listos para asumir ese desafío. Cuando tuvieron la oportunidad de liderar, estaban desorganizados, peleaban entre sí. Los únicos que estaban preparados eran los Hermanos Musulmanes, que no se unieron a las protestas en primer lugar”, explicó.
Morsi fue inmediatamente desafiado por una oposición laica que no se sentía parte de la victoria de los Hermanos Musulmanes. A mediados de 2013, el Presidente fue depuesto por el Ejército y el general Abdel Fatah Al Sisi, ministro de Defensa, lo remplazó. Para Mabrouk, si bien se produjo un golpe de Estado, el egipcio promedio no quiere que le ocurra lo
mismo que pasa en Libia o Siria, por lo que ahora la situación es de tranquilidad en el país. “Antes del coronavirus, a la economía le estaba yendo bien, se había embarcado en un programa de reforma vigoroso del FMI, las cifras macroeconómicas estaban bien. Sin embargo, eso significó austeridad y eso golpeó a mucha gente. La situación en términos de libertad de expresión está peor. Ser periodista durante el tiempo de Mubarak fue difícil, me iba a dormir con miedo de poder despertar al otro día. Pero eso era mucho mejor de cómo están las cosas ahora”, dice.
Las guerras interminables
Las manifestaciones no tardaron en llegar a Libia, un país estratégico en África gracias a sus reservas de petróleo y gas, y a su población de menos de siete millones. Su posición geopolítica no era menor, ya que al estar frente a Europa sus hidrocarburos se pueden exportar directamente a los mercados del oeste a través del Mediterráneo. Esto hizo, a ojos de los expertos, que la intervención extranjera fuera inevitable.
Las protestas en Libia contra el gobierno de Muammar Gaddafi comenzaron en febrero de 2011 y derivaron en una cruenta guerra que derivó en la caída del coronel libio a fines de ese mismo año. Gaddafi había tomado el control del país en 1969 y gobernó con mano de hierro, primero como el enemigo número uno de Occidente y luego como su aliado. Eso, hasta que mientras huía y se escondía en una alcantarilla -en medio de la batalla de Sirte- fue atrapado por una milicia local, que lo golpeó hasta matarlo. Su cadáver fue exhibido en un congelador en un mercado local.
Desde entonces, Libia vive sumida en una anarquía total. El actual conflicto enfrenta al gobierno reconocido internacionalmente, con sede en Trípoli, con el establecido en la ciudad de Tobruk, en el este, y sustentado por el general Haftar. La duplicidad institucional en Libia sufrió un golpe en las elecciones parlamentarias de 2014, que dividieron las administraciones. Incluso, ya se habla de que Libia se convirtió en un Estado fallido y partido en dos.
Otro país que se vio duramente afectado fue Siria, gobernado por Basher Assad. Las protestas se iniciaron luego de que unos jóvenes que habían hecho un grafiti en la ciudad de Daraa fueran duramente reprimidos por las fuerzas de seguridad. “Antes de la guerra la vida era normal en Siria. Las personas estaban muy ocupadas en sus propios asuntos y no nos preocupaba la libertad o cosas así”, narra a La Tercera Alaa Cokeh, un contador sirio originario de las afueras de Damasco que ahora vive en Turquía. “El sueño que muchos como yo teníamos era irnos a vivir a otro país a cumplir nuestros sueños. A Basher Assad nunca le importó su gente: si todos nos tenemos que ir a él no le importa, mientras retenga el poder”, añadió.
Esto derivó en una cruenta guerra subsidiaria (en la que participan milicias iraníes y fuerzas rusas) a la que se sumaron yihadistas (como el Estado Islámico y una franquicia de Al Qaeda) que controlaron partes del país. Actualmente el régimen ha recuperado el control del 60% del territorio sirio. Al mismo tiempo, los kurdos han ganado territorio en el norte, provocando el malestar de Turquía. Esto ha provocado una severa crisis humanitaria, con más de 11 millones de refugiados y desplazados, además de 700 mil muertos. En medio de este contexto, el país ahora enfrenta severas dificultades económicas.
Por otra parte, Yemen es actualmente protagonista de la “peor crisis humanitaria mundial”, según Naciones Unidas. La guerra tiene sus raíces en el fracaso de una transición política que tenía como fin darle estabilidad al país luego de la Primavera Árabe. Esto gatilló que el Presidente Ali Abdullah Saleh le entregara el poder al segundo al mando, Abdrabbuh Mansour Hadi, en 2011.
El movimiento de los houtíes, que lidera a la minoría chiita de los zaidinos, sacó ventaja de la debilidad de Hadi y tomó control de la capital, Saná. Este grupo junto con las fuerzas leales a Saleh buscaron tomar el control de todo el país, lo que llevó a que Hadi tuviera que huir en marzo de 2015 y se refugiara en Riad. Actualmente se enfrentan las fuerzas separatistas del sur y los leales a Hadi. De manera externa, los eternos enemigos, Irán y Arabia Saudita, participan también del conflicto.
Para Adib-Moghaddam la razón simplista por la que estos tres países terminaron en guerras “sería la interferencia externa”. “Las tres naciones se convirtieron en campos de juego y escenarios de conflicto para las potencias regionales y sus aliados. También son un foco de interés para actores no regionales como Rusia y Estados Unidos. Ninguno de ellos ha sido capaz o ha estado dispuesto a forjar una arquitectura de seguridad inclusiva”, concluye.
Los primeros 100 días de una nueva presidencia en Estados Unidos se han convertido en una suerte de punto de referencia de cómo un mandatario hará las cosas en su administración. La obsesión con ese periodo data del gobierno de Franklin D. Roosevelt, quien tomó el cargo en 1933, durante la Gran Depresión, y aprobó 15 grandes proyectos de legislación en poco tiempo. Desde entonces, los presidentes han luchado con ese estándar que muchos consideran imposible.
El ahora saliente mandatario, Donald Trump, dejó en claro en su momento que esta marca no le quitaba el sueño. “Es una barrera artificial”, “no es muy significativo”, comentó. “Es un estándar ridículo”, reiteró en Twitter. Sin embargo, en un mitin en Wisconsin se jactó de que “ninguna administración ha logrado tanto en los 90 primeros días”. Fue justo un mes después de su excusa por no haber conseguido acabar con la reforma sanitaria de Barack Obama: “Nunca he dicho que fuese a acabar con el Obamacare y sustituirlo por otro en 64 días”.
“Trump aprovechó y montó una ola de populismo para el cargo, cuyo propósito era 'drenar el pantano', es decir, hacer la vida muy incómoda para la élite de Washington. Sus primeros 100 días se dedicó a declarar una revolución en su discurso inaugural y a deshacer lo más posible los programas de su predecesor”, explica a La Tercera John Zogby, analista político y fundador de John Zogby Strategies, una de las encuestadoras con más prestigio en Estados Unidos.
Pero Robert Dalleck, un historiador especializado en las presidencias estadounidenses, es crítico sobre los resultados logrados por el Presidente republicano en el inicio de su gestión. “Los primeros 100 días de Trump fueron como el resto de su tiempo en el cargo: muy pocos logros y mucho ruido sobre sí mismo y lo que haría por el país: promesas vacías”, dijo a este medio el destacado autor de volúmenes sobre Roosevelt, Kennedy y Johnson.
Una evaluación compartida por The New York Times, que calificó los primeros 100 días de Trump de manera categórica: “Mucho ruido y pocas nueces”. Entre el 20 de enero y el 29 de abril de 2017, el mandatario nominó a un juez de la Suprema Corte y logró que lo confirmaran, abandonó el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP), lanzó un ataque con misiles contra Siria y revirtió muchas de las regulaciones de Obama, principalmente en materia ambiental, recordó el periódico.
Sin embargo, en la práctica, muchas de las promesas más publicitadas que Trump hizo en campaña permanecían detenidas o incompletas a los 100 días de gestión, como la construcción del muro en la frontera con México, la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la prohibición temporal a la entrada de visitantes de países predominantemente musulmanes y la reforma a los servicios de atención médica. Además, según destacó el Times, en ese período no hizo nada para generar apoyo público, y sus índices de aprobación se acercaron entonces al 40%, un porcentaje mucho más bajo que el de cualquier otro Presidente moderno en ese punto de su mandato.
Pero mientras Trump aún no reconoce de manera categórica su derrota en las elecciones del 3 de noviembre, su sucesor, el demócrata Joe Biden, ya ha dejado claro cuáles serán sus prioridades luego del 20 de enero de 2021, el día que jurará como el 46º Presidente de Estados Unidos. “Tendremos la enorme tarea de reparar el daño que él ha hecho”, dijo el exvicepresidente de Barack Obama recientemente sobre el actual mandatario republicano.
Pero Biden también ha sido concreto al momento de enumerar las primeras medidas que desea implementar una vez que se instale en la Casa Blanca. En conversación
con Lester Holt, de NBC News, su primera entrevista televisada desde que fue proyectado como el ganador de las elecciones presidenciales, el demócrata apuntó a la crisis migratoria como una de sus prioridades. “Me comprometí, en los primeros 100 días, enviaré un proyecto de ley de inmigración al Senado con un camino hacia la ciudadanía para más de 11 millones de indocumentados en EE.UU.”, dijo. “Algo de esto dependerá del tipo de cooperación que pueda o no pueda obtener del Congreso", aclaró.
Al respecto, el portal The Hill sostiene que parece poco probable que una medida de reforma migratoria de este tipo sea aprobada por el Senado si permanece bajo control republicano. La segunda vuelta electoral que Georgia sostendrá el 5 de enero para definir sus dos escaños decidirán el control de la Cámara Alta. “Hacer una reforma migratoria integral es una tarea gigantesca. Los proyectos de ley, incluyendo los que han contado con apoyo bipartidista en su concepción, mueren en vez de ser adoptados por las grandes divisiones que existen sobre el tema”, señala a La Tercera Cynthia Arnson, directora del programa de América Latina del Wilson Center. “Un proyecto de ley, por las complejidades políticas, debería ser ampliamente consultado. Cien
Biden dijo que se aseguraría de que los gobiernos estatales y locales afectados por el coronavirus reciban "asistencia inmediata" y "obtengan el tipo de ayuda para mantener a la gente a flote". “Esto es más que una simple crisis financiera, es una crisis que está causando estrés mental real a millones de personas”, afirmó.
días no necesariamente dan para esto. Es mejor tomarse más tiempo en vez de presentar algo para satisfacer a la base demócrata, considerando que al mismo tiempo es políticamente inviable”, agrega.
Sin embargo, John Pitney, profesor de Política Estadounidense en el Claremont McKenna College, cree que Biden “buscará deshacer las acciones ejecutivas de Trump sobre inmigración”. “Dado que la revocación de las acciones ejecutivas no requiere la aprobación del Congreso, puede hacerlo casi de inmediato”, comenta a La
Tercera.
Biden también dijo que planea revertir lo que describió como "órdenes ejecutivas perjudiciales" firmadas por Trump que han tenido un impacto adverso en el clima. El Presidente electo afirmó que la Agencia de Protección Ambiental (EPA) había sido "eviscerada" bajo la actual administración. “La primera cosa que haré será volver al Acuerdo de París", prometió durante su primer debate contra Trump, que abandonó el pacto global sobre el clima en 2017.
“Por orden ejecutiva, si es necesario, Biden reincorporará a Estados Unidos al Tratado de París sobre el clima, restaurará los estándares de emisiones de carbono y prohibirá las perforaciones (de petróleo y gas) en tierras públicas”, vaticina John Zogby.
El futuro Presidente ha preparado un ambicioso plan de dos billones de dólares contra el cambio climático, que incluye una "revolución de energía limpia" que busca una economía de cero emisiones como máximo para 2050.
En momentos en que Estados Unidos, el país más afectado por el Covid-19, enfrenta la fuerte embestida de la segunda ola del coronavirus, Biden también ha fijado como una de sus prioridades el manejo de la pandemia. En su entrevista con NBC News, dijo que se aseguraría de que los gobiernos estatales y locales afectados por el virus reciban "asistencia inmediata" y "obtengan el tipo de ayuda para mantener a la gente a flote". “Esto es más que una simple crisis financiera, es una crisis que está causando estrés mental real a millones de personas”, afirmó.
Los expertos coinciden en que la crisis generada por el Covid-19 ocupará gran parte de la agenda del demócrata en sus primeros 100 días de gestión. “La primera prioridad de Biden será distribuir las vacunas contra el Covid19 de la manera más rápida y segura posible”, apunta Pitney. “El desafío inicial relacionado con las políticas será tomar el relevo del esfuerzo nacional de vacunación contra el coronavirus, que debería estar en marcha y continuarlo sin problemas, y con suerte incluso acelerar las cosas”, dice a La Tercera Carl Cannon, jefe de la oficina en Washington del portal RealClearPolitics.
Según Robert Dallek, “Biden deberá concentrarse en la pandemia y reducir la pérdida de vidas a causa de la enfermedad. También presionará al Congreso para que asigne más dinero para ayuda económica a las familias en apuros”. Zogby coincide en ese punto: “Su administración impulsará un paquete de ayuda más grande para los estadounidenses desplazados por la pandemia”.
Pero antes que todo, los analistas consideran que Biden apelará a la unidad de EE.UU., tras la polarización que marcó a la administración de Trump. “Creo que Biden trabajará para establecer una imagen de unidad de los estadounidenses hacia un propósito común, intentará rebajar la retórica de ambos lados, establecerá que tratará de gobernar (en palabras de Lincoln) ‘sin malicia hacia nadie, con caridad para todos’”, afirma Zogby. “Biden pronunciará un discurso inaugural unificador, algo que Trump deliberadamente no hizo”, concluye Cannon.