El enigma de la hora
Los fines de año suelen ser reconfortantes; nos devuelven esa sensación de que el tiempo pasa, concluye y vuelve a comenzar. Ello en tiempos normales, pero estos no lo son. Tanto trastorno e incertidumbre recientes hace suponer que a los relojes se les ha despojado sus agujas (todas las horas serían posibles, ninguna en especial), o se les ha detenido, como en la pesadilla de Salvador Dalí, “La persistencia de la memoria”, en que tres relojes derretidos marcan horas distintas.
¿Cuándo se detuvo el tiempo, el 18-O, en marzo 2020, o es que aún falta que nos llegue la hora decisiva... decisiva de qué? Semejante desazón evoca esa otra pintura “metafísica”, de Giorgio de Chirico, de cuyo título y escenificación me he acordado pensando esta columna. Estamos en una típica plaza italiana, ante una loggia y arcadas en serie; preside el edificio un gran reloj que indica las tres menos cinco de la tarde. No las tres en punto, u otra hora específica convenida, sino lo de ahora y siempre: la espera interminable (de qué, no se sabe). ¡Ay que terribles tres menos cinco de la tarde!
La angustia consiguiente no es nueva en este país. No hay momio, compañero o camarada, a quien no le haya parecido la Unidad Popular una cueca en pelotas de nunca acabar. La dictadura insistía en que lo suyo era una cuestión de metas, no de plazos. La transición, post 1988, fue varias veces dada por terminada, para luego tener que admitirse que se seguía en más de lo mismo, en la medida de lo posible, en proyectar el legado militar. Y, desde luego, en Chile, siempre estamos a la expectativa de un próximo terremoto, ahora estallidos, impactantes todo lo que se quiera pero no novedosos (los ha habido).
La diferencia es que hasta ahora no se ha creído que sea solo cosa del destino, debiendo rendirnos por entero a su curso. Chile podrá ser un país propenso a la tristeza, pero nunca ha sido fatalista. Es de esperar que no nos volvamos en esta vuelta: hay indicios. Se nos ha obligado a vivir de día en día; han dejado de hacerse planes, se han perdido antiguos sentidos y perspectivas. Motivos se vienen acumulando como para pensar que seguir creyendo en el derecho y en la bondad humana es idiota, no solo ingenuo. Las palabras de Jacob Burckhardt no pueden ser incluso más pertinentes: “el más fuerte no es siempre, ni mucho menos, el mejor. También en el reino vegetal se comprueba a veces el triunfo de especies más viles y más insolentes. Pero en la historia la derrota de lo noble cuando se halla en minoría constituye un gran peligro, sobre todo en aquellas épocas en que impera una cultura muy general que se arroga todos los derechos de la mayoría”.
Este último año no ha sido nada de fácil. Hemos visto muchas cosas valiosas puestas en jaque. ¿Dará este país como para más enredos que los que ya de sobra tenemos?