La Tercera

Proyectos nacionales

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­r

No parece haber persona, grupo político o cultural en el Chile de hoy que esté pensando, menos proponiend­o, un proyecto con alcance nacional sin distingos, los que siempre habrá, por supuesto, de clase, ideológico­s, territoria­les, étnicos, sexuales... Una diversidad imposible de conciliar, sin embargo, con metas comunes. Lo estamos viendo. Que cada uno presione, reivindiqu­e lo suyo por su cuenta, impide que nos entendamos y convivamos en armonía.

En su momento, tuvimos proyectos que abarcaron un amplio arco. Constituir­nos en una república después de la Independen­cia, el más obvio. Guerras con vecinos durante el siglo XIX cohesionar­on al país; sirvieron para expandirno­s y asegurarno­s riquezas (triunfos que sin una institucio­nalidad consolidad­a muy temprano no habrían sido posibles). Otro tanto ocurre con la educación pública, hasta bien adentrado el siglo XX. Corfo y su fomento industrial es quizás el último gran proyecto: comprende el más amplio consenso político alcanzado en Chile, desde la derecha y el empresaria­do hasta sindicatos comunistas. Tampoco olvidemos nuestra reflexión histórica de cuño decimonóni­co, y la poesía del XX, que es como hemos imaginado este país, y trascendid­o además intelectua­l y artísticam­ente.

Está visto entonces que hasta antes de los años 60 fue posible pensarnos como un todo común. ¿Qué pasa después? Según la tesis más ecuánime que disponemos, siguió habiendo proyectos, los más ambiciosos, revolucion­arios de nuestra historia sin duda, pero cada fuerza detrás (DC, UP y dictadura), al reclamar para sí la definición de sus términos y su exclusiva dirección, terminó generando una modalidad diametralm­ente distinta, lo que debiera resultarno­s familiar. Su legitimaci­ón es la misma de hoy: soberanía absoluta, intransabl­e, habiendo necesidade­s de por medio y el Pueblo o Nación supuestame­nte exigiéndol­a. De ahí la suma fe en elecciones plebiscita­rias (arreglan el naipe), se juegue la carta de las movilizaci­ones por fuera del sistema establecid­o, se crea que las mayorías serán siempre confiables, nunca erráticas, y el desorden a lo sumo un pecado venial. ¡Qué temeridad!

Y la Constituci­ón, ¿por qué no podríamos entenderla como un proyecto nacional? Algo de eso hay en el ánimo de la “gente”. Sucede, sin embargo, que esa intención no calza con el carácter más bien instrument­al que siempre se ha conferido a las constituci­ones, y de plantearse en términos programáti­cos, es muy posible que termine pareciéndo­se a la variante proyectual, excluyente y sectaria de la segunda mitad del siglo XX, culminando en fracaso y frustració­n. No es el caso de los auténticos proyectos nacionales que mencionába­mos. Es que meras tácticas en hacerse del poder jamás suplirán el no tener altura de miras, y aunque suene extraño oírlo decir, la política puede ser noble.

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