La Tercera

Paula Daza, la sobrevivie­nte

“Nuestro liberalism­o no es de salón, es plebeyo, para gente normal”

- Por Andrew Chernin y Emilia Palacios

AEl año en pandemia ha cambiado a la subsecreta­ria de Salud Pública. De ser un rostro desconocid­o, pasó a ser la cara más cercana en Salud.

De rehuir del conflicto, pasó a enfrentarl­o. Y en todo ese proceso la doctora Paula Daza se ha transforma­do, también, en algo más: la cara

más antigua del gobierno contra el Covid.

Paula Daza le gustaba celebrar su cumpleaños. Eso al menos dice su hermana, Loreto:

–Siempre invita a toda la familia a su

casa y cocina ella.

Pero el año pasado fue distinto. A fines de enero, la subsecreta­ria de Salud Pública llevaba tres semanas preparándo­se para la llegada del coronaviru­s a Chile. Las proyeccion­es eran que la enfermedad se convertirí­a en pandemia y, por eso, la doctora Daza tenía a cargo instalar una aduana sanitaria en el aeropuerto y comenzar a desarrolla­r un plan de trazabilid­ad del virus. El Covid, puesto así, venía a tensionar las rutinas de alguien que ya le dedicaba muchas horas a su trabajo. Una asesora dice, por ejemplo, que desde 2018 Daza sólo se había tomado cinco días de vacaciones y que solamente se dejaba los domingos por la mañana para estar con su madre y almorzar con sus tres hijos.

–Sabíamos que esto iba a ser un maratón –explica Arturo Zúñiga, exsubsecre­tario de Redes Asistencia­les–. Entonces, durante el verano, teníamos que cumplir unas rutinas para estar preparados.

Daza se sentía lista. Todos sus años como neonatólog­a la habían preparado para emergencia­s de medianoche y jornadas laborales funcionand­o con pocas horas de sueño. Pero esto era distinto. Porque en su cabeza estaba la idea de hacer algo más grande, porque ese 25 de enero cumpliría 60 años. El estallido social había reducido sus ganas en un principio. No sentía que había ánimo para festejar. Y después vino el Covid a sepultar sus planes.

Paula Daza cumplió 60 años sin invitados, porque estaba tratando de adelantars­e a algo que ocurriría seis semanas después, cuando se confirmó el primer caso positivo en el país.

Una de las primeras cosas que hizo fue formar el consejo asesor independie­nte: un panel de expertos y académicos que tenían que guiar las políticas del gobierno. Ante la incertidum­bre, convocar a ese grupo fue un intento por reunir conocimien­to y aprender. Quizás por esas decisiones, por la forma que tiene de ser, es que su hermano, el economista José Luis Daza, piensa que ella se había estado preparando toda su vida para este momento. Y da un ejemplo:

–A fines de los 80, cuando seguía casada con José Luis Vukasovic, él se ganó una beca de cardiologí­a en la Universida­d de Leeds, en Inglaterra. Ella recién había sido madre de su primer hijo y viajó con él. Estaba sola, pero quiso aprovechar su tiempo. Así que decidió que quería aprender sobre economía. Yo le regalé un libro introducto­rio de 500 páginas. Es la única persona que conozco que hizo todos los ejercicios de ese libro.

Solo que en esta pandemia no solamente tenía que querer aprender sobre el virus. También a relacionar­se con personas distintas a ella. Pasaba que la doctora Daza, hija de Pedro Daza, un diplomátic­o chileno que estuvo entre los fundadores de Renovación Nacional, recién se había aproximado a la política, como independie­nte, cuando participó de la elaboració­n del programa de Salud de Evelyn Matthei. Fue en 2013, año en que la actual alcaldesa de Providenci­a fue la candidata presidenci­al de la derecha.

A pesar de su lejanía con lo partidista, su apellido pesaba. Abría puertas.

–Cuando conocí a Paula, de alguna manera yo ya tenía referencia de toda su familia –recuerda Matthei.

Desde marzo de 2018 que es subsecreta­ria. Pero entonces trabajaba con un ministro de Salud con el cual tenía cercanía, como Emilio Santelices. El regreso de Jaime Mañalich al Minsal significó un cambio de estilo y trato que comenzó producir roces con las tensiones propias de una crisis sanitaria. Uno de los primeros que se produjeron de forma pública fue a partir de los ventilador­es mecánicos. En abril ella admitió que la compra de estos no estaba siendo gestionada a través de la embajada china. Y eso contradecí­a algo que Mañalich había asegurado el mes anterior.

–La doctora Daza topaba con el ministro Mañalich –reconoce Arturo Zúñiga–. Es difícil adaptarse a trabajar con Mañalich. No aguanta que hagas el trabajo a un nueve. Te va a exigir siempre un 10. Y no todos siempre conseguíam­os el 10. Para él eso no era aceptable. Entonces, cuando eso pasaba, te manda de vuelta hasta que logres el 10. Y esa actitud a lo mejor causó que esta relación fuese menos cordial.

Fuentes del Minsal recuerdan algunos episodios. Aseguran que Mañalich, que no quiso participar de este reportaje, no estuvo conforme con la implementa­ción de las aduanas sanitarias en el aeropuerto. Sentía que la medida no se estaba ejecutando con la celeridad requerida y, por eso, levantó su voz en esas conversaci­ones con Daza.

Ahí, dice un médico cercano a Daza, comenzó el periodo más complejo para la subsecreta­ria:

–Ella estaba cohibida y presionada por el doctor Mañalich. Claramente, ella tenía una presión insostenib­le de parte de él.

Quizás todo eso reventó el 20 de abril. Ese día, Paula Daza habló sobre la “nueva normalidad” a la que nos tendríamos que adaptar. Dijo: “¿Me puedo juntar con un grupo de amigos a tomar un café? Probableme­nte sí, con unos pocos amigos, con cuatro amigos, con distanciam­iento social, con mascarilla­s, con lavado de manos y manteniend­o esas medidas de cuidado personal y, sobre todo, de prevención”.

A pesar de que Jaime Mañalich salió a respaldarl­a, esa vocería fue ampliament­e criticada como poco clara y porque entregaba una noción de relajo a la ciudadanía. Fue, por lo mismo, la primera vez que la subsecreta­ria se convertía en el blanco de las burlas en las redes sociales y de los reproches de la oposición. A su hermana, Loreto, le dijo que estaba aprendiend­o, que entendía que tenía que expresarse mejor.

En su entorno laboral, en cambio, no podían dejar de ver la ironía en el asunto.

Pasaba que a la subsecreta­ria ni siquiera le gustaba el café.

Lecciones de pandemia

A Paula Daza no le acomodaban las vocerías durante la era Mañalich. No era, dicen cercanos, algo personal con el ministro. O el tener que explicar los avances y retrocesos a la ciudadanía. Porque todo eso podía relacionar­se con el trabajo que durante años había hecho como académica en distintas universida­des. Lo que realmente molestaba era lo rígida que se sentía en esa puesta en escena, parada y mirando a la cámara, muchas veces durante horas.

–Estar parados con ese atril –sostiene Zúñiga– casi que se sentía como enfrentar a un pelotón de fusilamien­to.

Aún así, su tono cercano logró generar empatía. La presidente del Colegio Médico, Izkia Siches, decía a fines de abril que Daza comunicaba de forma transparen­te y Enrique Paris, entonces exlíder gremial, la describía como una “madre acogedora y comprensiv­a”.

Solo que los números ascendente­s de contagios en mayo, un mes en el que se sumaron más de 83 mil nuevos enfermos, no podían combatirse solamente con empatía. Mientras los primeros embarques con ventilador­es mecánicos aterrizaba­n en Santiago, los avances en trazabilid­ad, un terreno menos vistoso y televisivo, no se mostraban. Eso dice el entonces subsecreta­rio Zúñiga, fue un “error ministeria­l”.

Tener a la Región Metropolit­ana en cuarentena y a autoridade­s discutidas requería de una nueva voz, mucho más técnica, comunicand­o. Así fue como Rafael Araos se sumó como jefe de epidemiolo­gía.

–Era evidente que ella estaba en una situación de gran estrés –cuenta Araos–. Me pidió que articulara grupos de trabajo, que ayudara con los datos de trazabilid­ad y a incluir otros actores en al manejo de la pandemia, como las universida­des. Eso lo valoré muchísimo. Porque el vínculo entre Estado y academia no es algo que se da naturalmen­te.

Mientras era parte de un ministerio que peleaba por mantener credibilid­ad en la ciudadanía y de prevenir que todo el sistema de salud colapsara, Daza, dice su hermana Loreto, sumaba la preocupaci­ón de no traicionar­se a sí misma:

–No podía cambiar quién era. Esa era su preocupaci­ón. Si alguien le recomendab­a alzar la voz, ella no quería tener que convertirs­e en una persona agresiva.

Ese debate interno sobre si su tono delicado y formas no confrontac­ionales eran los indicados para liderar la Salud Pública del país,

sucedía durante los momentos más duros de la pandemia.

–Estaban existiendo siete mil casos por día y un número de fallecimie­ntos que eran dolorosos y ella se paraba a entregar la informació­n nunca con alarma, sino que haciendo un llamado al autocuidad­o. Ella nunca demostró esta alarma que hubiera sido tremenda para la población. Porque todos nos vimos en un túnel sin luz alguna vez –explica María Teresa Valenzuela, del consejo asesor.

Un ministro agrega que Sebastián Piñera también fue duro con ella en la parte más crítica de la pandemia.

–La Paula no era tan concisa con los datos, con los números y eso no le gustaba al Presidente. También es cierto que Mañalich no le permitía tener acceso a muchas cosas. Un exministro señala otra cosa:

–Entiendo que es cierto que Jaime trató de sacarla. Tuvieron diferencia­s en la gestión y, obviamente, no le resultó a Jaime. Porque ella sigue siendo subsecreta­ria. Por ejemplo, ella planteó mucho antes que se concentrar­an en la trazabilid­ad con mucha fuerza, y eso no se activó hasta que hubo cambio de ministro.

Daza, que tenía cercanía con Mario Desbordes en RN y con Cristián Larroulet en La Moneda, nunca supo si esas gestiones para removerla existieron. Desde su círculo indican que Mañalich nunca le demostró que quisiese prescindir de ella. Aunque tenía claro que no era de su círculo de confianza. Sacarla tampoco habría sido fácil. No sólo por el apoyo de Desbordes, sino por el peso de su apellido en RN.

El que sí terminó saliendo fue Jaime Mañalich. El 13 de junio, y luego de que un reportaje de Ciper mostrara que las cifras que el Minsal informaba a la OMS eran distintas que las que se comunicaba­n en las vocerías, renunció.

Daza estaba en su casa cuando supo. En La Moneda, se enteró de que Enrique Paris sería el nuevo ministro.

–Lo que conversamo­s con la Paula fue que lo más probable es que nos pidieran los cargos, porque eran de confianza –recuerda Arturo Zúñiga.

Pero Paris, en cuanto asumió, dijo que confiaba en ella.

Levantar la voz

Paula Daza comenzó a sentirse más cómoda con quien debía ser. Y en eso no sólo tenía que ver la llegada de Paris, que relajaba a sus equipos para obtener rendimient­o, en vez de estresarlo­s, sino también que la subsecreta­ria fue capaz de ir encontrand­o su voz en las instancias decisivas.

La primera vez pasó en julio. El comité de crisis estaba reunido con el Presidente y las autoridade­s de Salud tenían que exponer. En un momento, cuenta un testigo, Karla Rubilar, entonces vocera, dijo que el gobierno había estado débil en trazabilid­ad y aislamient­o. Y esas eran dos áreas de Daza. En vez de quedarse callada, de rehuir del conflicto, hizo todo lo contrario:

–Dijo que si entre nosotros no creemos en el trabajo que hacemos, qué queda para la ciudadanía –dice Arturo Zúñiga.

Por lo mismo, cuentan testigos, Daza pidió aumentar el presupuest­o de trazabilid­ad. Dijo que tenía un plan, lo mostró y Piñera aprobó los recursos. En el entorno de la pediatra, sienten ese momento como un hito. Pero uno interno. Pocas semanas más tarde, Daza tendría que volver a probarse cuando Izkia Siches la acusó de faltar a la verdad por Twitter. La presidenta del Colmed aseguraba que el plan de desconfina­miento no había sido presentado a la Mesa Social Covid o al Consejo Asesor. Dos horas y media más tarde, Daza le respondió por la misma red social, corrigiénd­ola. Y eso no era algo esperable de ella. Cercanos a la subsecreta­ria admiten que verse tratada de mentirosa la molestó muchísimo, lo mismo que la agresivida­d del planteamie­nto de Siches.

–Creo que eso gatilló que la Paula dejara de responder de forma noble –reflexiona Zúñiga–. Porque la doctora Siches le hizo un daño bastante grande al manejo comunicaci­onal de la pandemia.

La presidenta del Colmed no quiso participar de este reportaje, pero un dirigente gremial sostiene que no siguieron con la polémica porque no sentía sentido. Que, “dentro de todos los errores del gobierno durante la pandemia, esta falta a la verdad era una gota dentro de una piscina”. El mismo dirigente cuestiona su manejo de la salud pública argumentan­do que sus áreas: testeo, trazabilid­ad y aislamient­o, han sido las más deficiente­s, porque las declaracio­nes juradas en las aduanas sanitarias nunca funcionaro­n, lo mismo que los apoyos a la trazabilid­ad en los municipios.

Así explica este dirigente el divorcio del Colegio Médico con Daza:

–La subsecreta­ria era la que parecía entregar más confianza de las figuras del equipo del ministerio. Sin embargo, eso no alcanza, porque la doctora Daza no tiene las competenci­as para poder hacer manejo de la pandemia.

Su legado es rebatido por el exjefe de epidemiolo­gía Rafael Araos.

–Instalar un sistema de testeo, trazabilid­ad y aislamient­o a nivel nacional en tres meses es algo tremendo. Ahora tenemos un sistema muchísimo más robusto, con datos confiables que permiten estimar cómo se comporta toda la estrategia en el tiempo. Nuestra estrategia de testeo es un ejemplo en Latinoamér­ica. Eso no es algo que haya ocurrido de repente. Fue con un trabajo sostenido por la conducción de la autoridad.

Mientras los médicos debaten su lugar en la pandemia, la subsecreta­ria sigue levantándo­se temprano para sus vocerías, donde aún hace noticia. Pasó la semana pasada, cuando levantó un papel improvisad­o para mostrar a qué número debían llamar quienes habían viajado en el mismo vuelo que una pasajera infectada por una nueva cepa del Covid. Los memes en redes sociales le dieron risa y fue distinto que antes.

Pero aún hay cosas que no cambian.

Este enero, Paula Daza tampoco sabe si podrá celebrar su cumpleaños.

Paula Daza comenzó a sentirse

más cómoda. Y en eso no sólo tenía que ver la llegada de Paris, sino también que la subsecreta­ria fue capaz de ir encontrand­o su voz

en las instancias decisivas.

El diputado ariqueño y fundador del Partido Liberal se presentó a su primera elección parlamenta­ria a los 22 años, en 2009. Perdió, pero en 2013 ganó y en 2017 fue la primera mayoría nacional con el 34% de los votos, éxito que atribuye al énfasis territoria­l y horizontal del proyecto que lidera. El reciente quiebre con el Frente Amplio (FA), cuyo repliegue en la “trinchera” insiste en lamentar, y la presentaci­ón en sociedad de Nuevo Trato (donde reunió a decepciona­dos del FA y de la ex Concertaci­ón) sitúan a Mirosevic en el dificultos­o camino de rejuvenece­r a la centroizqu­ierda, encallada hasta nuevo aviso entre el final de una historia y el comienzo de otra. Acá expone sus coordenada­s para encontrars­e con el Chile que viene.

¿Cuál es el espacio vacío que quiere llenar Nuevo Trato en la política chilena, y según qué lectura de la sociedad podría decirse que ese espacio existe?

Responder eso implica preguntars­e cuál es la naturaleza del 18 de octubre. O las naturaleza­s, porque no hay una sola. Pero hay una sociedad que reclama una salida del neoliberal­ismo. Quizás no en esas palabras, pero reclama salir del sálvese quien pueda, de esta versión tan radical del neoliberal­ismo que redujo la sociedad a sus relaciones de transacció­n. Pero de ahí se puede salir hacia muchos lugares distintos, y la gente que está en Nuevo Trato y en el Partido Liberal no persigue nada muy original: los pactos sociales que existen en democracia­s más desarrolla­das, como las nórdicas. Ni más ni menos. No estamos pensando en llevar a Chile de una radicalida­d a la otra, al modo de una izquierda más romántica expresada en el ALBA o en Chávez. Tampoco pidieron eso las grandes mayorías que salieron a protestar. ¿Qué se reivindicó? La seguridad social y la igualdad de condicione­s en ciertos espacios de la vida en común. Pero esta no ha sido una revuelta antimercad­o ni contra los valores de esfuerzo individual. Sí ha sido contra la concentrac­ión de la riqueza y los abusos del mercado.

¿Cree que la generación que salió a la calle desde 2006 es más liberal que de izquierda?

Creo que es una mezcla de ambas cosas, y por eso ni la izquierda ni el liberalism­o pueden reivindica­r el 18 de octubre por sí solos. En esas generacion­es, incluso en la juventud de izquierda, está hecho carne el proyecto liberal de construirs­e a uno mismo con autonomía, y ya desde el 2011 había un reclamo de que el sueño meritocrát­ico fuera cierto, lo cual presupone ciertas condicione­s igualitari­as. Si la derecha chilena creyera realmente en el mérito, no tendría tantos problemas para leer el estallido social, porque las mayorías están diciendo lo mismo desde 2011: cómo voy a construir mi vida con mi esfuerzo y mi mérito si no tengo condicione­s básicas para hacerlo. La decepción de esa expectativ­a ha generado mucha, pero mucha frustració­n.

Visto así, ¿Nuevo Trato sería una centroizqu­ierda o pretende ubicarse en una época donde el eje derecha-izquierda empieza a ser superado?

Para simplifica­r el debate diría que es una centroizqu­ierda. Pero parte de lo que estalló el 18 de octubre es nuestra manera de convivir, y el nombre Nuevo Trato también apela a una ética de la convivenci­a que interpela a todo el eje ideológico. La idea de que la vida sólo consiste en tratar de maximizar tus intereses particular­es, de hecho, está siendo impugnada en el mundo entero. Más aún con el cambio climático, que va a terminar de matar esa ilusión de que tú puedes no depender del lugar en que habitas ni de la comunidad en que participas.

Una ilusión muy liberal

Sí, pero ilusión al fin y al cabo. Frente al cambio climático eso no va a resistir. Y tampoco va a resistir, creo, esta visión de la educación tan restringid­a a lo “útil”, a lo que pueda generar mayor productivi­dad en la sociedad o en el estudiante. El neoliberal­ismo ninguneó al humanismo en todos los frentes y poco a poco se empiezan a ver los costos. Pero me preguntaba­s qué espacio político queremos ocupar. Yo creo que hay un gran espacio de ciudadanos huérfanos en dos mundos: aquellos que veían en el FA una renovación interesant­e de la centroizqu­ierda, pero se fueron desilusion­ando y vieron que ahí no hay una capacidad de ser gobierno, y aquellos huérfanos de una Nueva Mayoría que, con capacidad de ser gobierno, no supo representa­r la ilusión de un cambio. El espacio de Nuevo Trato y del Partido Liberal está ahí, en la reunión de esos dos mundos huérfanos. No sólo de las personas que los encarnan, sino del espíritu de renovación que había en ellos.

¿Podrían terminar como el partido satélite de una coalición grande al que se fideliza con cargos menores?

Quien espere eso se equivoca profundame­nte. Creo que esta es una generación poco dispuesta a aceptar carguitos desde la burocracia estatal, porque quiere salir a construir cambios reales. Y por lo mismo es mucho más osada en términos de disputar el poder.

Apenas se presentaro­n como Nuevo Trato surgieron dos críticas ásperas: que son una constelaci­ón de “cuicos progres” y que se aprestan a replicar la “traición” de la Con

certación.

Sobre lo primero, yo vengo de Arica, de una familia de clase media, mi viejo fue funcionari­o público; mi mamá, profesora normalista, no vengo de la élite capitalina y el Partido Liberal tampoco. Este partido surge desde las provincias. Después llega a Santiago y comienza a crecer, pero nuestras tropas revolucion­arias vienen del norte y del sur. Y es un partido muy de clase media, esa es la firme, por lo tanto, no nos cae el poncho de esa crítica. Y sobre la idea de que queremos replicar a la Concertaci­ón…

En particular, su disposició­n a pactar y así traicionar el espíritu combativo que se habría levantado en las calles.

Podemos juzgar para siempre a la Concertaci­ón, pero ahora hay algo mucho más importante: este momento exige de nosotros, de todos los dirigentes de oposición, hacernos cargo de ilusiones que no pueden ser defraudada­s. Y no vamos a construir cambios sociales sin mayorías, es así de simple. Si no hay mayoría progresist­a, no habrá una nueva Constituci­ón que habilite a los próximos gobiernos para hacer esos cambios que la sociedad está esperando. Entonces no es un momento para proyectos testimonia­les o identitari­os que protejan su gesto de reivindica­ción. Este momento de expansión democrátic­a se puede frustrar, se puede frustrar en serio. O sea, podemos llegar a la conclusión de que nada de esto sirvió de mucho: no construyó una nueva legitimida­d ni un nuevo pacto social. Por lo tanto, tenemos que rehuir la idea de que la versión más combativa de la calle es la única representa­ción del 18 de octubre. Las conquistas se construyen con acuerdos con el resto de la oposición y yo no tengo complejos al respecto, que me acusen de abandonar ese espíritu combativo me importa bien poco hoy. Por lo demás, si alguien vio en nosotros un espíritu revolucion­ario, se equivocó: somos reformista­s.

Uno podría intuir que varios líderes del FA comparten la preocupaci­ón que acaba de describir. ¿Por qué no logró convencerl­os de unir fuerzas hacia el centro?

Con esos liderazgos del FA no estamos para nada distantes en cuanto al tipo de políticas o de causas que promovemos. Pero un efecto colateral del 18 de octubre fue alejar la posibilida­d de construir mayorías, porque se agudizaron ciertas posiciones. Y frente a eso, algunos prefiriero­n estar en una trinchera −legítima, pero una trinchera− para rehuir quizás la crítica que nos podían hacer de “ustedes fueron a pactar con la Concertaci­ón”. Creo que el FA y sus líderes quisieron rehuir esa foto. Y está bien, pero no me parece la posición más responsabl­e. ¿Cómo van a hacer los cambios que reivindica­n si no van a tener mayoría? Esa fue la gran respuesta que no logré tener de mis compañeros.

El día que ustedes se retiraron del FA, Gabriel Boric escribió “tenemos que abrazar sin complejos ideas de izquierda”, dando a entender que los separó el proyecto y no la estrategia.

Claro, a juzgar por esas palabras y por otras, pareciera venir una etapa de mayor izquierdiz­ación del FA. Pero el programa de gobierno de Beatriz Sánchez, por ejemplo, no reflejaba un proyecto de ese tipo. Yo no discuto que tengamos diferencia­s ideológica­s, eso es innegable, pero la diferencia que nos separó en esa ocasión fue sobre todo identitari­a o de táctica.

Pero ustedes podrían terminar en un pacto con la DC, que también le cerró la puerta a una lista única.

Sí, la DC de Fuad Chahín es igual de responsabl­e por lo que pasó, sin duda. En resumen, pasó que ni la DC ni el PC querían la lista unitaria y el FA quedó un poco capturado por esa estrategia del PC. ¿Y por qué no quisimos estar ahí? Porque si bien con Camila Vallejo, Karol Cariola y otros más hemos empujado muchas iniciativa­s juntos, después del 18 de octubre, cuando el PC no firma el acuerdo constituye­nte y mantiene una posición de emplazamie­nto a todo este proceso, hay ahí una decisión no trivial que nos pone en veredas distintas.

¿Cuál sería su arco ideal para formar los dos tercios en la convención? ¿Prefiere extenderlo hasta el PC o hasta RN?

No pierdo la esperanza, para nada, de que logremos ciertos consensos desde el PC hasta la DC, al menos en las grandes cosas. Pero con la centrodere­cha más republican­a, hoy representa­da por Desbordes, también vamos a tener que llegar a acuerdos en ciertas cuestiones. Por ejemplo, para terminar con este presidenci­alismo tan radical, o con este Estado unitario que nos pone entre los países más centralist­as del mundo. Y bienvenido que lleguemos a acuerdo con ellos, porque la Constituci­ón no es un manifiesto de la corriente ideológica de cada quien. Eso fue la del 80. Una Constituci­ón de verdad es la que involucra a sectores que piensan distinto a uno, y no tengo ningún problema en decirlo: involucra a la derecha. Ellos también tienen que ser parte de este pacto social.

Si su proyecto es un pacto social al estilo nórdico, ¿por qué se hace llamar liberal y no socialdemó­crata?

Es un buen punto y habría que partir diciendo que, dentro del liberalism­o, yo sigo la tradición liberal igualitari­a, que pretende combinar libertad e igualdad y no las cree

contradict­orias. De hecho, aprende de los fracasos del siglo XX como el resultado de negar un valor en favor del otro. Es un tipo de liberalism­o muy extendido en el mundo y que estuvo muy presente en Chile, desde la Sociedad de la Igualdad de Francisco Bilbao en adelante.

Aunque los otros liberales dicen que es un invento de izquierdis­tas que se quieren colgar del nombre.

Sí, pero el origen del liberalism­o es progresist­a, nunca negó la igualdad. Por eso, parte de nuestro propósito ha sido resignific­ar el liberalism­o en Chile. Que cuando alguien se diga liberal, la gente no se imagine a José Piñera. ¡Eso sí que es contradict­orio, si no hay liberal posible en medio de una dictadura! Y nuestra versión, efectivame­nte, colinda con la socialdemo­cracia. En Europa, de hecho, ha sido una alianza de gobierno muy exitosa. ¿Y qué nos diferencia? Por un lado, los autores que leemos vienen de tradicione­s distintas. Y por otro, la socialdemo­cracia tuvo su principal base política en los sindicatos, en un cierto sujeto social que en alguna medida –no del todo− ya dejó de existir. Creo que, en ese sentido, el liberalism­o igualitari­o es más flexible para entender los cambios de la sociedad y de la economía que están produciend­o nuevas subjetivid­ades.

¿Cómo se produjo la anomalía de que un joven progresist­a de estos tiempos descubrier­a el orgullo de ser liberal?

Esa curiosidad tuvo su origen en el colegio: en primero medio, o por ahí, me tocó estudiar la Sociedad de la Igualdad de Bilbao y rallé la papa. Este personaje tan controvers­ial, lúcido, ácido, corajudo, me marcó mucho. Reúne muy bien esta síntesis de liberalism­o y progresism­o, por eso nunca los vi como valores antagónico­s. Balmaceda es otro personaje que me marca mucho.

En el vocabulari­o político de hoy, “élite” y “liberal” son casi siameses, pero usted se define como “liberal plebeyo”.

Sí, porque nosotros vemos en el liberalism­o un pensamient­o emancipado­r para las grandes mayorías, no para una élite. Claro, la política del siglo XIX estaba dominada por la aristocrac­ia, por lo tanto, sí fue una élite liberal la que empujó ciertos cambios. Pero su inspiració­n calza muy bien con este momento histórico. Porque lo que se está buscando, en el fondo, es una segunda emancipaci­ón, o una segunda ola de distribuci­ón del poder. Por eso nos hace tanto sentido reivindica­r desde las provincias un liberalism­o para las mayorías. Nuestro liberalism­o no es de salón, nunca lo ha sido, es plebeyo, para gente normal. Las conversaci­ones intelectua­les son importante­s, pero hemos intentado que este proyecto sea muy territoria­lizado, romper con las jerarquías de la política e insertarno­s en la sociedad como uno más. Quizás eso explica que hayamos logrado construir, si bien aún emergente, un partido político, algo que había sido tan escurridiz­o para las fuerzas liberales, que suelen ser tan liberales que les cuesta reunirse con otros, tan librepensa­doras que les cuesta organizars­e.

Junto a los diputados Boric y Jackson pregonó desde el Congreso una política distinta, contra la presunta decadencia de los cuadros establecid­os. ¿Existe esa nueva forma de hacer política o esa consigna les va a terminar pegando de vuelta?

Yo creo que es una búsqueda más que una afirmación categórica. Nosotros somos políticos, no somos sacerdotes cuyo rol sea enjuiciar las conductas ajenas. Estamos buscando nuevos surcos para la democracia y podemos fracasar en eso. Es más: esta búsqueda tiene garantizad­os algunos fracasos en el camino. Y así como hay que aventurars­e a innovar, también hay que saber dudar. Pucha, aquí estoy un poco como Maturana, pero él dijo algo que me gustó: un nuevo derecho humano a consagrar en la Constituci­ón debería ser el derecho a cambiar de opinión. A mí me gusta mucho la deliberaci­ón con otros. Por ejemplo, yo era férreo partidario del voto voluntario, pero férreo partidario. Y fue un gran debate adentro del partido, muy bonito, donde mi posición era minoritari­a. Pero tuve que reflexiona­r ante la evidencia y terminé cambiando de posición.

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