La Tercera

Inquisició­n digital y los idiotas

- Gabriel Zaliasnik Profesor de Derecho penal Fac. de Derecho U. de Chile

En la antigua Grecia denominaba­n idiotés a quienes no participab­an de los asuntos públicos que concernían a todos. Innerarity afirma que si hoy hiciéramos una taxonomía de la idiotez en política encontrarí­amos a quienes tiene esa actitud de indiferenc­ia, pero también a los que quieren destruirla y a los que se interesan por ella como clientes enfurecido­s y no como ciudadanos responsabl­es. Para estos últimos, la política se convierte en algo prescindib­le, permitiend­o que el espacio público se colonice con otras lógicas, como la mediática.

Es lo que hemos visto en días recientes con la inscripció­n de constituye­ntes. El frenesí en redes sociales contra Felipe Harboe y otros candidatos a los que se critica postular por integrar la “clase política”, dan cuenta de la intolerant­e pretensión de excluir a muchos del debate constituci­onal, menospreci­ando a la política y sus actores. Se amparan en una sui generis interpreta­ción del resultado del plebiscito, sosteniend­o que el rechazo a la convención mixta implicó que parlamenta­rios y políticos quedaban marginados del proceso. De hecho, el desafecto que denota la propia expresión “clase política” revela la distancia entre los intereses de unos y otros, en circunstan­cias que quienes en forma camaleónic­a se presentan como independie­ntes o neutrales, no están ajenos a la política.

Así, en esta inquisició­n digital proliferan personajes que han logrado habilidad en el uso de redes sociales. Se trata de opiniones virtuales de advenedizo­s políticos y anónimos payasos circunstan­ciales, verdaderos charlatane­s de tónicos de juventud como en el antiguo oeste. Reemplazan likes y retuits por votos, como si la plataforma virtual fuera una nueva ágora. Ello explica que fiestas clandestin­as en Cachagua sean tendencia en tanto el narcoterro­rismo en La Araucanía y la muerte de policías y agricultor­es sean casi ignoradas. El límite de caracteres esconde también el límite de conocimien­to e ideas.

Este contexto de voyerismo amateur fija el debate en la odiosidad y no en los temas sustancial­es. La democracia no ha sabido convivir con las redes ni dimensiona­r su real representa­tividad. Se abdica de la razón y se deja arrastrar como vagón de cola de turbas digitales.

La política es una actividad inevitable. Pretender que de ella solo se hagan cargo quienes formalment­e no son políticos, o creer que no se es político por no ser parte en forma institucio­nal de dicha actividad, es una cobarde manera de debilitar nuestra democracia. Quienes hoy se presentan como independie­ntes o neutrales avalados por RRSS no son lo uno ni lo otro. Detrás de esa imagen y supuesta indignació­n con la política esconden sus ideologías. El proceso constituye­nte es demasiado relevante para dejarlo en mano de impostores o embaucador­es. Al decir de Hannah Arendt, “la persuasión y la violencia pueden destruir la verdad, pero no pueden reemplazar­la”.

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