Mi constituyente favorito
Adiferencia de otros procesos constituyentes sudamericanos, el chileno se llevará a cabo sin el liderazgo de un proyecto político orgánico que canalice la energía ciudadana. El chavismo en Venezuela, el correísmo en Ecuador y el MAS en Bolivia le dieron forma política al momentum refundacional, a pesar de los distintos niveles de institucionalización de estos movimientos. Cada proyecto amalgamó un atractivo personalista convocante –Chávez, Correa y Morales, respectivamente- con un norte ideológico –el socialismo del siglo XXI-. Este tipo de cohesión es relevante pues permite coordinación, disciplina y rendición de cuentas entre los representantes elegidos bajo la marca partidaria y coherencia interna en visión y principios mínimos a establecer en la nueva Carta Magna.
Sin un proyecto político dominante, en Chile corremos el riesgo de un output constituyente difícil de controlar. Si bien es cierto que los resultados del plebiscito dan un mandato político correspondiente al 80/20, se trata de una disposición muy gruesa que, sobre todo, carece de intérpretes políticos confiables y legítimos ante la ciudadanía. No existe el partido, coalición o constelación política que organice las premisas de la deliberación constituyente y que a la vez discipline a quienes salgan elegidos como convencionales. No hay partitura ideológica ni reparto de instrumentos para el (des)concierto.
Por lo tanto, entramos al dominio de los personalismos. Que es otra forma de referirnos a la derrota de los partidos y al fracaso de la representación orgánica. Pero a diferencia de los procesos constituyentes señalados, en Chile no estamos frente a un personalismo aglutinador, sino de minipersonalismos. La inscripción de la lista de candidatos a la Convención Constituyente -hayan sido a través partidos, alianzas, organizaciones o acuerdos independientes-, demuestra la apelación a la figura de la personalidad –“carisma” es un exceso semántico- como “atajo cognitivo”, como señal de comunicación frente a un desinformado elector.
¿Cómo los candidatos a la Convención Constitucional van a proyectarse ante la opinión pública si predominan los vínculos personalistas? Algunos postulantes utilizarán sus propios apellidos como marcas de diferenciación. Es decir, la tradición familiar y la pertenencia a ciertos entornos sociales como reminiscencia de determinados valores compartidos. Otros emplearán sus trayectorias culturales –escritores de best-sellers, opinólogos multimedia- para sugerir la renovación de una élite política desde una élite cultural –pero establishment al fin y al cabo-. Asimismo tenemos al activista que –pañoleta en Instagram- buscarán demostrar legitimidad callejera. De esta manera, la elección de su constituyente favorito recaerá sobre todo en características propias de las personalidades antes que en la elaboración programática capaz de identificar los matices dentro de los aparentes grandes consensos que se asumen guiarán el dictado de la nueva Constitución.