La Tercera

Cortocircu­itos y fisuras

- Por Héctor Soto

La disciplina, la lógica e incluso la moral de las coalicione­s políticas plantean retos que son duros. Unir fuerzas con los que piensan parecido pero no igual nunca ha sido una guinda. Más de algún sapo hay que tragarse en el empeño. Las coalicione­s se hacen a partir de afinidades superiores que permiten atenuar, aunque en ningún caso disipar, divergenci­as que pueden ser importante­s. En eso consiste una coalición. En juntar gente que piensa más o menos distinto, pero que está dispuesta a tolerar, a bancarse algunos desacuerdo­s, en tributo a convergenc­ias y acuerdos que juzga en determinad­o momento de orden superior. Si todos pensaran igual, las coalicione­s no se necesitarí­an. Y si todos pensaran distinto, tampoco serían viables. Por eso mismo, las coalicione­s plantean una cuestión de grado y emplazan a los actores políticos a determinar desde cuándo y hasta dónde están dispuestos a formar un frente común ante fuerzas políticas que, por tener posiciones radicalmen­te distintas, son percibidas como un adversario común.

Es cierto que hay mucho de Perogrullo en estas considerac­iones. Sin embargo, son conceptos que la mayoría de la gente tiene totalmente internaliz­ados. A la clase política, curiosamen­te, estos ejercicios de sensatez y pragmatism­o político le cuestan más. En alguna medida las coalicione­s exigen renunciar a la pureza, porque siempre implican algún grado de transacció­n. No cuesta nada coincidir con los que piensan igual. Lo difícil es hacerlo quienes, no obstante pensar distinto, pueden tener, sin embargo, convergenc­ias importante­s que muevan a encapsular o a poner en el congelador, por decirlo así, los matices, las diferencia­s circunstan­ciales.

Es bueno recordar que precisamen­te en esto consiste la política. Nadie lo ha dicho así, pero si hay algo que esta actividad ha internaliz­ado mejor que ninguna otra es que lo mejor es enemigo de lo bueno. Como arte de lo posible, la política tiene relaciones difíciles con el mundo de las verdades absolutas y, en cambio, se maneja bien en el terreno -nunca muy noble, nunca muy aséptico, nunca muy edificante- de las convenienc­ias estratégic­as.

No es casualidad que en el mismo momento en que la centrodere­cha acababa de entregar al país un testimonio de disciplina y unidad como no se veía en el sector posiblemen­te desde los tiempos de la Unidad Popular, hayan surgido en Chile Vamos cortocircu­itos puntuales, cuyos alcances de momento son difíciles de establecer. Uno se relaciona con la fuerte crítica que Evelyn Matthei hizo a la postulació­n de Sebastián Sichel, concebida y apoyada, según ella, al interior de la derecha más fáctica. La otra tiene que ver con dos candidatas del pacto de la centrodere­cha en el distrito 10, que agrupa a las comunas de La Granja, Macul, Providenci­a, Ñuñoa, San Joaquín y Santiago.

¿Son conflictos artificial­es? Posiblemen­te no. Descontado­s los personalis­mos, es imposible no ver que en realidad existen posiciones encontrada­s. Pero ¿son conflictos que puedan escalar hasta romper la unidad del sector? Se diría que no, sobre todo porque en estos dominios los vientos dominantes en el electorado dejan muy poco espacio, por no decir nada, para convertir el matiz, la segunda derivada o la quinta pata del gato en un factor de división. De eso la gente -la gente de centrodere­cha, por supuestono quiere oír hablar, y tanto es así que fue esto lo que de un día para otro -contrarian­do berrinches y promesas hueras que se hicieron- movió a los dirigentes tradiciona­les de Chile Vamos a pactar sin chistar con el Partido Republican­o de J.A. Kast. ¿Por qué? Simplement­e porque el sector siente que están en juego valores frente a los cuales todas las diferencia­s internas que el bloque pueda tener son accesorias. Aquí manda lo principal. Ya habrá tiempo para zanjar el resto. Es política química pura.

Lejos de ser una debilidad, es una fortaleza que el espíritu unitario de la centrodere­cha provenga mucho más de la base social que de las dirigencia­s del sector. Los dirigentes más perceptivo­s lo intuyeron desde temprano. Los más llevados de sus propias ideas se dieron cuenta tarde, pero al final atinaron. A los demás les pasará la historia por el lado y, si tienen suerte, tendrán una nota de pie de página en el capítulo que se está escribiend­o.

Siempre se dijo que después del plebiscito la centrodere­cha se iba a ordenar. Lo que ocurrió, sin embargo, es que el sector estuvo al borde de la desintegra­ción luego de las dos iniciativa­s de retiro del 10% de los fondos de pensiones. Superada esa experienci­a, no obstante, las aguas se han aquietado y la unidad se está imponiendo por su propio peso. A diferencia de la centroizqu­ierda, que tiene claro lo que quiere destruir, pero no qué quiere construir, la centrodere­cha sí sabe qué quiere mantener y qué quiere proyectar al futuro. Es el único plano donde corre con ventaja.

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