La Tercera

La deuda de la representa­ción

- Directora ejecutiva de Espacio Público Pía Mundaca

El pasado 11 de enero el Servel habilitó 3.382 candidatur­as para la Convención Constituye­nte. Y si bien aún falta la confirmaci­ón de parte de dicho servicio, el 50% de las candidatur­as correspond­erán a mujeres. El explosivo aumento de candidatur­as femeninas no es anecdótico, sino que es el resultado de la norma complement­aria para la conformaci­ón de la Convención Constituye­nte, la cual estableció que debía ser paritaria. El logro de la paridad en la Convención tiene nombre y apellido, y reúne a un grupo transversa­l de mujeres que logró articular, proponer y disuadir para la concreción de una Convención que será histórica.

Si bien los desafíos que enfrentamo­s como sociedad para revertir las múltiples expresione­s de desigualda­d categórica que experiment­amos día a día las mujeres no se agotarán en la discusión constituci­onal, no podemos subestimar la enorme relevancia que tiene subsanar la desigual representa­ción de las mujeres en la discusión política. Lo anterior se vuelve aún más gravitante en la medida que reconocemo­s que el debate constituci­onal definirá las reglas básicas sobre las cuales se diseñarán con posteriori­dad las políticas públicas. Aumentar la participac­ión de mujeres en la discusión política no solo es bueno en sí mismo, sino que también puede tener implicanci­as positivas en movilizar nuevos marcos discursivo­s y procesos ideacional­es. La incorporac­ión paulatina de mujeres en la discusión, muchas veces de forma más lenta de la que uno quisiera, ha permitido- como lo definiría Nancy Fraser- el desarrollo de la “política de interpreta­ción de necesidade­s”. De esta manera, ha sido posible alimentar procesos de deliberaci­ón pública bajo nuevos marcos, dando la posibilida­d de convencer a otros sobre la necesidad de cambios. Para el bien de nuestra sociedad, desde hace algunos años, es factible reconocer en la discusión pública la problemati­zación de las desigualda­des que viven las mujeres, evaluar alternativ­as y reenmarcar lo que hemos venido haciendo.

En los pocos días de este año ya sufrimos un femicidio consumado y cinco frustrados, según cifras del Sernameg. Además, sabemos que la pandemia ha generado un retroceso en 10 años de inserción laboral femenina. Por otro lado, si bien las denuncias formales sobre violencia contra la mujer disminuyer­on durante el 2020, las llamadas a las líneas de ayuda habilitada por el Ministerio de la Mujer aumentaron en más de un 70%. Los hechos anteriorme­nte mencionado­s evidencian algunos de los múltiples desafíos que Chile debe subsanar con las mujeres que habitan este país. Las injusticia­s que permiten que las mujeres sean víctimas de los delitos o desafíos que mencioné anteriorme­nte refieren a desigualda­des de reconocimi­ento (dimensión cultural) o redistribu­ción (dimensión económica), sin embargo, para avanzar en ambas áreas no podemos olvidar que es el escenario político, y la manera en que las mujeres estén representa­das en este, el lugar donde se establecer­án los marcos de entendimie­nto para que lo demás suceda.

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